La prohibición en Cuba de la representación de El Rey se muere me da la oportunidad de reparar en la existencia de esta obra de Eugène Ionesco, localizarla rápidamente en la librería más cercana y comprar uno de los pocos ejemplares que todavía quedan y disfrutar de su lectura. Así lo hice al conocer la noticia de la censura de la puesta en escena de Juan Carlos Cremata hace algunas semanas atrás. Doy las gracias a los censores cubanos por hacerme encontrar una lectura amena y de gran interés para todo aquel que esté observando la actualidad cubana.
Realmente es impresionante el grado de compenetración que existe entre la historia que nos cuenta Ionesco en esa obra y lo que sucede desde hace años en la Isla. A pesar de todas las noticias sobre deshielo y acerca de este aterrizaje feliz y progresivo del capitalismo, todo el mundo espera ese momento cúspide del drama que es cuando el jefe de todo el cuento anterior, el protagonista fálico de toda esta historia, es decir Fidel Castro, o sea, el rey, se muere.
Ionesco nos muestra en su obra la decadencia del poder, planteando la situación de la pérdida de poder sobre los demás. Los mandatos del dirigente ya no son correspondidos ni ejecutados por los súbditos, de manera que el monarca ya no tiene la posibilidad de continuar con su gobierno. El valor de su reinado se basaba en la capacidad de coacción de los demás y en la obediencia de los demás.
En algún momento de esta obra el rey descubre que toda orden que verbaliza acaba siendo usada por sus súbditos para hacer todo lo contrario. Si ordena a uno aparecer por la derecha, aparece por la izquierda, si le pide que se agache, el otro se levanta. Y así el reino se desmorona ante los ojos de un monarca que no da crédito a lo que le pasa, impávido.
“¡En qué estado está tu reino! Ya no puedes gobernarlo, tú mismo te das cuenta, no quieres confesártelo. Ya no tienes poder sobre ti, ya no tienes poder sobre los elementos. No puedes impedir que todo se deteriore, ya no tienes poder sobre nosotros”, dice al rey la reina Margarita. Incluso ella se da cuenta de que el fin se acerca.
Mientras, otros personajes le impulsan a abdicar antes de que sea demasiado tarde. Una idea ante la que el angustiado rey enfurece y manda a hacer arrestos indiscriminados: “Están locos. O son unos traidores. Arréstalos a todos. Enciérralos en la torre. No, la torre se ha hundido. Enciérralos, enciérralos con llave en la cueva, en los calabozos subterráneos o en la conejera. Arréstalos a todos. ¡Ordeno y mando!”
Podríamos decir que aquí encontramos una de las razones de la furia con la que el régimen arresta a los opositores en los últimos meses. El deshielo le trae beneficios, por supuesto, ¿pero no será que también le pone las piernas a temblar y por eso siente esa necesidad de mostrar su poder disponiendo arbitrariamente de la libertad de las personas?