Nacido el 8 de marzo de 1942, en el barrio de San Fermín, municipio de El Cobre, el general Ulises Rosales del Toro es miembro del buró político del Partido Comunista, y de los Consejos de Estado y de Ministros de La Republica de Cuba.
Hijo de campesinos, es algo obstinado, más bien cerrero, intenso, rígido, sensible, amable, compasivo, posee una ingenua atracción por el ridículo y el misterio.
Su primera enseñanza la cursó en una escuela ubicada al lado de la prisión de Boniato, en las afueras de Santiago de Cuba, conocer de cerca la vida de los presos desarrolló en él cierta sensibilidad frente al sufrimiento del prójimo. Subió a La Sierra Maestra no por ideas políticas, sino por entendimiento con los problemas del campesino, además de la lógica pasión aventurera propia de los jóvenes.
Ya en 1963 forma parte de la expedición militar de Cuba a Argelia, y a Venezuela en 1967. Angola fue una grieta que comenzó a deteriorar su muro de lealtades, ya para entonces era todo un general de academia; jefe del Estado Mayor de las FAR. En diciembre del 88 días después de la firma en New York, del acuerdo trilateral entre Angola, Sudáfrica y Cuba, donde se pactó la independencia de Namibia, la aceptación por Sudáfrica de no apoyar más a la UNITA, y el retiro de las tropas cubanas de Angola; el general Rosales del Toro, harto de la ineficacia de las balas, y convencido de la efectividad del diálogo para lograr consistentes acuerdos, lleva a Cuba la propuesta de negociar con los Estados Unidos y así intentar poner fin a muchos años de distensión; pero en lugar de una respuesta, recibe la orden – con visos de sanción -, de Presidir el tribunal militar que en el año 89 juzgara al General Ochoa.
No es fácil reponerse de una jugada tan vil. Es conocido que para el General Rosales dejó de ser un privilegio el respeto a La Revolución, ahora hablar como Raúl ya no es leal imitación sino gótica aversión. Quizás por eso, y por el respeto que Ulises aún despierta entre soldados y oficiales, más esa añeja manera tendenciosa y sadomasoquista de someter a un escogido, en 1997 lo nombran Ministro del Azúcar.
Ni el mejor intento por lograr erradicar el viejo hábito militar, ni largas horas de estudio fueron capaces de limpiar procedimientos que por malos se arraigaron en ese sector. La zafra mantuvo su acelerado paso, tipo zancada, hacia el inevitable desastre; marcado por la negligencia, la ineficiencia, la corrupción, y salarios denigrantes que impulsaron el desvío de recursos. Las constantes roturas e interrupciones industriales agravaron la producción azucarera hasta dejarla caer en rangos ínfimos. En noviembre del 2008, antes de extinguirse el Ministerio de Azúcar, el veterano general, reconvertido y voluntarioso pese a su desilusión, es designado Ministro de Agricultura.
Aquí cabe acotar un refrán que viene justo a pedir de boca: cuando la limosna es grande hasta el santo se preocupa. Con prudencia y mucha maña, su puerta se mantiene abierta a inversionistas, diplomáticos y empresarios.
Como una extraña enfermedad que se convierte en remedio; Ulises Rosales del Toro se perfila como un buen aliado para quien, con ánimos de negociar, intente atraer (comprar) militares.
Hijo de campesinos, es algo obstinado, más bien cerrero, intenso, rígido, sensible, amable, compasivo, posee una ingenua atracción por el ridículo y el misterio.
Su primera enseñanza la cursó en una escuela ubicada al lado de la prisión de Boniato, en las afueras de Santiago de Cuba, conocer de cerca la vida de los presos desarrolló en él cierta sensibilidad frente al sufrimiento del prójimo. Subió a La Sierra Maestra no por ideas políticas, sino por entendimiento con los problemas del campesino, además de la lógica pasión aventurera propia de los jóvenes.
Ya en 1963 forma parte de la expedición militar de Cuba a Argelia, y a Venezuela en 1967. Angola fue una grieta que comenzó a deteriorar su muro de lealtades, ya para entonces era todo un general de academia; jefe del Estado Mayor de las FAR. En diciembre del 88 días después de la firma en New York, del acuerdo trilateral entre Angola, Sudáfrica y Cuba, donde se pactó la independencia de Namibia, la aceptación por Sudáfrica de no apoyar más a la UNITA, y el retiro de las tropas cubanas de Angola; el general Rosales del Toro, harto de la ineficacia de las balas, y convencido de la efectividad del diálogo para lograr consistentes acuerdos, lleva a Cuba la propuesta de negociar con los Estados Unidos y así intentar poner fin a muchos años de distensión; pero en lugar de una respuesta, recibe la orden – con visos de sanción -, de Presidir el tribunal militar que en el año 89 juzgara al General Ochoa.
No es fácil reponerse de una jugada tan vil. Es conocido que para el General Rosales dejó de ser un privilegio el respeto a La Revolución, ahora hablar como Raúl ya no es leal imitación sino gótica aversión. Quizás por eso, y por el respeto que Ulises aún despierta entre soldados y oficiales, más esa añeja manera tendenciosa y sadomasoquista de someter a un escogido, en 1997 lo nombran Ministro del Azúcar.
Ni el mejor intento por lograr erradicar el viejo hábito militar, ni largas horas de estudio fueron capaces de limpiar procedimientos que por malos se arraigaron en ese sector. La zafra mantuvo su acelerado paso, tipo zancada, hacia el inevitable desastre; marcado por la negligencia, la ineficiencia, la corrupción, y salarios denigrantes que impulsaron el desvío de recursos. Las constantes roturas e interrupciones industriales agravaron la producción azucarera hasta dejarla caer en rangos ínfimos. En noviembre del 2008, antes de extinguirse el Ministerio de Azúcar, el veterano general, reconvertido y voluntarioso pese a su desilusión, es designado Ministro de Agricultura.
Aquí cabe acotar un refrán que viene justo a pedir de boca: cuando la limosna es grande hasta el santo se preocupa. Con prudencia y mucha maña, su puerta se mantiene abierta a inversionistas, diplomáticos y empresarios.
Como una extraña enfermedad que se convierte en remedio; Ulises Rosales del Toro se perfila como un buen aliado para quien, con ánimos de negociar, intente atraer (comprar) militares.