El gusto por los vitrales en épocas precolombinas, y su proliferación en algunos de los templos más representativos del arte medieval, fueron sólo una premonición del encuentro de Europa con la bóveda vegetal que protegía algunas regiones del Nuevo Mundo, entre ellas Cuba, donde el sol apenas alcanzaba a meter la nariz entre tanto follaje y el juego de luces y sombras, transparencias y opacidades, verdes y marrones puntuados por el colorido de las flores, las frutas y los pájaros, ofrecía a los recién llegados, con siglos de anticipación, una muestra del arte de Amelia Peláez.
Bartolomé de las Casas registró la posibilidad de recorrer la isla de un extremo al otro como quien desanda una gruta de frondas que sólo permiten entrever el cielo. José Martí, hombre de tantas épocas, registró más, reuniendo en dos versos la religiosidad gótica y una más espontánea e intuitiva durante un paseo por una floresta poblada de robles:
El vitral de medio punto cubano –juego de triángulos, ojivas y colores puros, anotó Alejo Carpentier-- fija el instante en que las plumas de los gallos de pelea saltan al aire y secas, o manchadas de sangre, permanecen en vilo sobre los adversarios, como un grupo de apostadores más.
El sol utilizó las paredes de la casa y se apoyó, como la punta de un abanico, sobre una persiana blanca. Virginia Woolf (Cuba, 1882-1941).
El arco que traza la hoja de la palmera en el aire sirve de marco superior a un vitral invisible hasta que se contempla, a través de él, la salida o la puesta del sol.
La determinación del vitral de no revelar su constitución acuífera es inquebrantable: por más castigo que reciba del sol no suda.
La industria automovilística cubana ofrecerá, conforme con la historia accidentada del país y el carácter fantasioso del consumidor nacional, vehículos con espejos retrovisores y cristales pintados. El del parabrisas no será la excepción: los diseñadores prometen figuras y motivos que encarnen los ideales patrios e individuales, de manera que conductores y pasajeros disfruten de la impresión de ir, en cada recorrido, en pos de ellos.
El vitral imprime al espacio que colorea un aura de irrealidad que, lejos de extrañar, acoge, como si la vida a su influjo fuera más amable. Es, a quien se le arrima, lo que la madreperla al molusco, lo que la capa de ozono a la Tierra.
Un ensamblaje tridimensional de todos los vitrales existentes en Cuba arrojaría una imagen exacta del instante en que la isla, cubierta de plantas y animales acuáticos, brotó del océano.
Nunca son más frutales las nubes que cuando se contempla llover a través de un vitral.
He pasado la lengua sobre uno mojado y el agua que resbalaba, convertida en zumo, me ha sabido a la fruta que la tonalidad del vidrio abstraía.
He lamido todo el vitral y la confusión de sabores me ha recordado el Día de Pentecostés. La confusión de un sentido trastorna los otros.
He apartado el rostro y, al asomarme a un espejo, me he visto la punta de la nariz enrojecida por la acidez del zumo.
He tratado de hablar y no he podido: el néctar me ha sellado los labios.
Me he llevado un dedo a la barbilla húmeda y al retirarlo, y poner su yema dulce delante de mis ojos, una mosca se ha posado en él.
Las alas de la mosca eran otro vitral.
Bartolomé de las Casas registró la posibilidad de recorrer la isla de un extremo al otro como quien desanda una gruta de frondas que sólo permiten entrever el cielo. José Martí, hombre de tantas épocas, registró más, reuniendo en dos versos la religiosidad gótica y una más espontánea e intuitiva durante un paseo por una floresta poblada de robles:
Aquí debe estar el Cristo,
porque están las catedrales.
porque están las catedrales.
*
Un vidrio pintado es un silencio roto.
Hablan mucho los vitrales.
Hablan mucho los vitrales.
*
El vitral de medio punto cubano –juego de triángulos, ojivas y colores puros, anotó Alejo Carpentier-- fija el instante en que las plumas de los gallos de pelea saltan al aire y secas, o manchadas de sangre, permanecen en vilo sobre los adversarios, como un grupo de apostadores más.
*
El sol utilizó las paredes de la casa y se apoyó, como la punta de un abanico, sobre una persiana blanca. Virginia Woolf (Cuba, 1882-1941).
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El arco que traza la hoja de la palmera en el aire sirve de marco superior a un vitral invisible hasta que se contempla, a través de él, la salida o la puesta del sol.
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El polvo tiene su teatro: la luz que inunda las habitaciones. Y su centro nocturno: la que atraviesa un vitral.
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La determinación del vitral de no revelar su constitución acuífera es inquebrantable: por más castigo que reciba del sol no suda.
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La industria automovilística cubana ofrecerá, conforme con la historia accidentada del país y el carácter fantasioso del consumidor nacional, vehículos con espejos retrovisores y cristales pintados. El del parabrisas no será la excepción: los diseñadores prometen figuras y motivos que encarnen los ideales patrios e individuales, de manera que conductores y pasajeros disfruten de la impresión de ir, en cada recorrido, en pos de ellos.
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El vitral imprime al espacio que colorea un aura de irrealidad que, lejos de extrañar, acoge, como si la vida a su influjo fuera más amable. Es, a quien se le arrima, lo que la madreperla al molusco, lo que la capa de ozono a la Tierra.
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Un ensamblaje tridimensional de todos los vitrales existentes en Cuba arrojaría una imagen exacta del instante en que la isla, cubierta de plantas y animales acuáticos, brotó del océano.
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Nunca son más frutales las nubes que cuando se contempla llover a través de un vitral.
He pasado la lengua sobre uno mojado y el agua que resbalaba, convertida en zumo, me ha sabido a la fruta que la tonalidad del vidrio abstraía.
He lamido todo el vitral y la confusión de sabores me ha recordado el Día de Pentecostés. La confusión de un sentido trastorna los otros.
He apartado el rostro y, al asomarme a un espejo, me he visto la punta de la nariz enrojecida por la acidez del zumo.
He tratado de hablar y no he podido: el néctar me ha sellado los labios.
Me he llevado un dedo a la barbilla húmeda y al retirarlo, y poner su yema dulce delante de mis ojos, una mosca se ha posado en él.
Las alas de la mosca eran otro vitral.