Un importante sector de la oposición al régimen cubano, dentro y fuera de la Isla, creo se ha vuelto a ir con la de trapo. Esto es: lanzarse, desde un primerísimo momento, a afirmar a camisa quitada que el gobierno de Fidel y Raúl Castro asesinó a Oswaldo Payá. Decirlo así, sin recato y con las naves quemadas, como aquel que guarda en el puño una verdad como un templo.
Me parece una postura lamentable por equívoca, y es equívoca porque no se ganan adeptos para la causa democratizadora de Cuba lanzando puñetazos a ciegas, afirmando verdades sin sustento más allá de lógicas presunciones.
Ahora que los dos acompañantes de Oswaldo y Harold han hablado, al menos desde La Habana, uno de ellos mediante la traducción de un evidente funcionario de la inteligencia, y ahora que nuevos elementos siguen empantanando y cubriendo los hechos de varios “sí pero no”, siento que quienes no guardaron nunca un mínimo de recato (“lo asesinaron, otro auto los chocó”) no han quedado muy bien parados.
Veamos. ¿Qué teníamos en un primer momento para pensar que la muerte de Oswaldo Payá fue producto de un plan elaborado y no de una oscura casualidad? Todo, excepto pruebas.
Teníamos precedentes más que sustanciales para formularnos un criterio: el horrendo crimen del Remolcador 13 de Marzo, las avionetas de Hermanos al Rescate, los fusilamientos sumarios de jóvenes que intentaban marcharse del país, el accidente (captado en cámara) provocado a Laura Pollán durante el rodaje del documental “Soy la Otra Cuba”, y décadas de violaciones de todos los derechos fundamentales del ser humano.
En lo personal, yo mismo obtuve del cura santiaguero José Conrado un testimonio terrible de cómo supo de un complot de la policía política de Palma Soriano para “trabajarle” los frenos al Lada de su parroquia, el mismo en que él se transportaba en los años ´90.
Con semejantes elementos, basta y sobra para poner en signos de interrogación la idílica versión de que la muerte de Oswaldo Payá y Harold Cepero se debió a un simple y lamentable accidente. Hasta ahí, estamos.
Sin embargo, una cosa es lo que podemos presumir basándonos en experiencias anteriores (como las citadas y un infinito etcétera), y otra es incurrir en el comprensible desliz, pero desliz al fin, de acusar a voz en cuello sin pruebas concretas. Sobre todo cuando el acusado sabe que sus acusadores no poseen argumento alguno, y que él sí podrá obtener uno valiosísimo: el testimonio de los dos únicos sobrevivientes de la tragedia.
Este lunes los dos acompañantes de Oswaldo Payá y Harold Cepero salieron ante cámaras –cubanas- desmintiendo un posible impacto de otro auto, y confirmando la versión del accidente. Cepero, al volante en el momento del supuesto impacto contra un árbol, repitió la historia del bache (en una carretera que conozco a la perfección, plagada de cráteres más que de baches) y de cómo al presionar los frenos perdió control del auto.
Las teorías conspirativas siempre son válidas, pero esta vez no entiendo por qué serían aplicables a Ángel Carromero y Jens Aron Modig. Me niego a creer que dos europeos, que saben que tendrían todo el respaldo diplomático de sus países si así lo pidieran, puedan sentir el mismo pánico que los cubanos manipulados por la policía política, y por tanto no creo que hayan sido obligados a mentir para conservar una libertad que, al menos en el caso de Carromero, aún así parece en veremos.
O sea, si en el caso del ciudadano español aún “mintiendo” parece que será condenado por homicidio involuntario y obligado a cumplir pena carcelaria, ¿qué sentido tiene ponerse del lado de sus opresores? La teoría conspirativa, como bien dijo desde Cuba el ex corresponsal de El País Mauricio Vicent, (cesado por no ser precisamente un alabardero del gobierno cubano) aquí hace aguas.
A falta de complejidades para esta trama deductiva dos nuevos elementos se han sumado a las especulaciones.
Primero, la negativa de Jens Aron Modig a declarar ante la prensa sueca para no “perjudicar” a Carromero en su proceso legal, según las palabras del portavoz de la Liga Juvenil Cristiano Demócrata. Esta decisión despierta suspicacias que tampoco aclaran nada: si bien es cierto que el sueco podría estar ocultando el famoso auto que los habría perseguido e impactado para que las represalias de su confesión no caigan sobre Carromero, también es muy razonable que prefiera hacer silencio para no confesar el exceso de velocidad al que habría ido su compañero y que podría haber ocasionado la tragedia.
Este último punto sería muy coherente con el segundo elemento que ha sido revelado: Ángel Carromero no era precisamente un modelo de conductor. 42 multas en 3 años si no es récord está para serlo. Tres de ellas, nada menos que por exceso de velocidad. El dato no lo reveló la Mesa Redonda de Randy Alonso: fue precisado por la Dirección General de Tráfico (DGI) de España.
Volvamos entonces al centro de este laberinto de conjeturas: hasta hoy, ¿de qué lado están los elementos? Tristemente, del lado de La Habana.
¿Qué tienen los que no dejaron márgenes para la versión del accidente, quienes olvidaron que los opositores políticos son también seres humanos propensos a baches y curvas y excesos de velocidad; los que olvidaron que las vidas de músicos como Polo Montañez y deportistas como Roberto Balado también terminaron en fatales accidentes, bien similares al de Payá y Harold? Tienen sus sospechas, sus experiencias anteriores, las amenazas de muerte contra Payá y el dolor acumulado por 5 décadas de dictadura. Pero nada más. No hay pruebas.
Ni siquiera el presunto mensaje de Jens Aron Modig a alguien (primero se dijo que a la hija de Oswaldo Payá, luego que alguien fuera de Cuba) hablando sobre un auto que los perseguía ha podido ser confirmado, y le corresponde a quienes deseen hacer justicia sacarlo a la luz pública. El argumento de que fue borrado de un teléfono creo que no convencerá a nadie.
¿Qué tiene, por su parte, el régimen cubano? Demasiado: versiones de testigos que afirman la alta velocidad a que viajaba el auto (coherente, una vez más, con los 3.700 que ha debido abonar su conductor a las autoridades de tránsito españolas por multas), y la confesión del propio chofer y su acompañante, ambos extranjeros y con probadas filiaciones anticastristas, negando haber sido embestidos por un segundo automóvil.
Por eso creo que nuevamente la postura de algunos, quemando naves y alzando la voz para acusar cuando el momento aún exigía mesura (la mesura que sí mostró, por ejemplo, Alejandro Payá Sardiñas, hermano de Oswaldo, cuando me dijo en una entrevista en Miami que desde luego toda la familia pensaba en un accidente provocado, pero que no podía afirmarse hasta que fueran saliendo más elementos a la luz), ha sido más que errada, dañina.
Dañina para la credibilidad de las víctimas, la de quienes no necesitan más que decir la verdad para que el mundo inteligente y democrático aborrezca a un gobierno tiránico, empecinado en arruinar el bienestar y la felicidad de sus millones de súbditos.
La sobriedad y el pensamiento lógico son las mejores armas con que ciudadanos sedientos de libertad pueden enfrentar a un aparato cuyas mentiras son cada día más débiles, están cada día más resquebrajadas por sus propios métodos, agotados tras 50 años de manipulaciones y difamaciones.
Pero la justicia pasa también por aceptar, por ejemplo, que sí existe la razonable posibilidad de que el responsable de la horrible muerte de dos valiosas vidas no sea el aparato de inteligencia castrista, sino un solidario, democrático pero irresponsable conductor que en caso de comprobarse su exceso de velocidad, deberá cumplir su condena por Homicidio Involuntario. Como sucedería en cualquier parte del mundo, si se comprueba que en el momento de un fatal accidente el conductor iba muy por encima de la velocidad permitida.
No tengo la mínima duda que esta historia tan espantosa que enlutó a miles de almas deseosas de cambios y respetuosas por un hombre con todo el decoro dentro de sí, irá revelando su propia naturaleza: la del pérfido accidente o la del terrible asesinato.
Defender la verdad en uno u otro caso será la mejor muestra de respeto para la memoria de un hombre que vivió según el versículo de Juan: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”.
Me parece una postura lamentable por equívoca, y es equívoca porque no se ganan adeptos para la causa democratizadora de Cuba lanzando puñetazos a ciegas, afirmando verdades sin sustento más allá de lógicas presunciones.
Ahora que los dos acompañantes de Oswaldo y Harold han hablado, al menos desde La Habana, uno de ellos mediante la traducción de un evidente funcionario de la inteligencia, y ahora que nuevos elementos siguen empantanando y cubriendo los hechos de varios “sí pero no”, siento que quienes no guardaron nunca un mínimo de recato (“lo asesinaron, otro auto los chocó”) no han quedado muy bien parados.
Veamos. ¿Qué teníamos en un primer momento para pensar que la muerte de Oswaldo Payá fue producto de un plan elaborado y no de una oscura casualidad? Todo, excepto pruebas.
Teníamos precedentes más que sustanciales para formularnos un criterio: el horrendo crimen del Remolcador 13 de Marzo, las avionetas de Hermanos al Rescate, los fusilamientos sumarios de jóvenes que intentaban marcharse del país, el accidente (captado en cámara) provocado a Laura Pollán durante el rodaje del documental “Soy la Otra Cuba”, y décadas de violaciones de todos los derechos fundamentales del ser humano.
En lo personal, yo mismo obtuve del cura santiaguero José Conrado un testimonio terrible de cómo supo de un complot de la policía política de Palma Soriano para “trabajarle” los frenos al Lada de su parroquia, el mismo en que él se transportaba en los años ´90.
Con semejantes elementos, basta y sobra para poner en signos de interrogación la idílica versión de que la muerte de Oswaldo Payá y Harold Cepero se debió a un simple y lamentable accidente. Hasta ahí, estamos.
Sin embargo, una cosa es lo que podemos presumir basándonos en experiencias anteriores (como las citadas y un infinito etcétera), y otra es incurrir en el comprensible desliz, pero desliz al fin, de acusar a voz en cuello sin pruebas concretas. Sobre todo cuando el acusado sabe que sus acusadores no poseen argumento alguno, y que él sí podrá obtener uno valiosísimo: el testimonio de los dos únicos sobrevivientes de la tragedia.
Este lunes los dos acompañantes de Oswaldo Payá y Harold Cepero salieron ante cámaras –cubanas- desmintiendo un posible impacto de otro auto, y confirmando la versión del accidente. Cepero, al volante en el momento del supuesto impacto contra un árbol, repitió la historia del bache (en una carretera que conozco a la perfección, plagada de cráteres más que de baches) y de cómo al presionar los frenos perdió control del auto.
Las teorías conspirativas siempre son válidas, pero esta vez no entiendo por qué serían aplicables a Ángel Carromero y Jens Aron Modig. Me niego a creer que dos europeos, que saben que tendrían todo el respaldo diplomático de sus países si así lo pidieran, puedan sentir el mismo pánico que los cubanos manipulados por la policía política, y por tanto no creo que hayan sido obligados a mentir para conservar una libertad que, al menos en el caso de Carromero, aún así parece en veremos.
O sea, si en el caso del ciudadano español aún “mintiendo” parece que será condenado por homicidio involuntario y obligado a cumplir pena carcelaria, ¿qué sentido tiene ponerse del lado de sus opresores? La teoría conspirativa, como bien dijo desde Cuba el ex corresponsal de El País Mauricio Vicent, (cesado por no ser precisamente un alabardero del gobierno cubano) aquí hace aguas.
A falta de complejidades para esta trama deductiva dos nuevos elementos se han sumado a las especulaciones.
Primero, la negativa de Jens Aron Modig a declarar ante la prensa sueca para no “perjudicar” a Carromero en su proceso legal, según las palabras del portavoz de la Liga Juvenil Cristiano Demócrata. Esta decisión despierta suspicacias que tampoco aclaran nada: si bien es cierto que el sueco podría estar ocultando el famoso auto que los habría perseguido e impactado para que las represalias de su confesión no caigan sobre Carromero, también es muy razonable que prefiera hacer silencio para no confesar el exceso de velocidad al que habría ido su compañero y que podría haber ocasionado la tragedia.
Este último punto sería muy coherente con el segundo elemento que ha sido revelado: Ángel Carromero no era precisamente un modelo de conductor. 42 multas en 3 años si no es récord está para serlo. Tres de ellas, nada menos que por exceso de velocidad. El dato no lo reveló la Mesa Redonda de Randy Alonso: fue precisado por la Dirección General de Tráfico (DGI) de España.
Volvamos entonces al centro de este laberinto de conjeturas: hasta hoy, ¿de qué lado están los elementos? Tristemente, del lado de La Habana.
¿Qué tienen los que no dejaron márgenes para la versión del accidente, quienes olvidaron que los opositores políticos son también seres humanos propensos a baches y curvas y excesos de velocidad; los que olvidaron que las vidas de músicos como Polo Montañez y deportistas como Roberto Balado también terminaron en fatales accidentes, bien similares al de Payá y Harold? Tienen sus sospechas, sus experiencias anteriores, las amenazas de muerte contra Payá y el dolor acumulado por 5 décadas de dictadura. Pero nada más. No hay pruebas.
Ni siquiera el presunto mensaje de Jens Aron Modig a alguien (primero se dijo que a la hija de Oswaldo Payá, luego que alguien fuera de Cuba) hablando sobre un auto que los perseguía ha podido ser confirmado, y le corresponde a quienes deseen hacer justicia sacarlo a la luz pública. El argumento de que fue borrado de un teléfono creo que no convencerá a nadie.
¿Qué tiene, por su parte, el régimen cubano? Demasiado: versiones de testigos que afirman la alta velocidad a que viajaba el auto (coherente, una vez más, con los 3.700 que ha debido abonar su conductor a las autoridades de tránsito españolas por multas), y la confesión del propio chofer y su acompañante, ambos extranjeros y con probadas filiaciones anticastristas, negando haber sido embestidos por un segundo automóvil.
Por eso creo que nuevamente la postura de algunos, quemando naves y alzando la voz para acusar cuando el momento aún exigía mesura (la mesura que sí mostró, por ejemplo, Alejandro Payá Sardiñas, hermano de Oswaldo, cuando me dijo en una entrevista en Miami que desde luego toda la familia pensaba en un accidente provocado, pero que no podía afirmarse hasta que fueran saliendo más elementos a la luz), ha sido más que errada, dañina.
Dañina para la credibilidad de las víctimas, la de quienes no necesitan más que decir la verdad para que el mundo inteligente y democrático aborrezca a un gobierno tiránico, empecinado en arruinar el bienestar y la felicidad de sus millones de súbditos.
La sobriedad y el pensamiento lógico son las mejores armas con que ciudadanos sedientos de libertad pueden enfrentar a un aparato cuyas mentiras son cada día más débiles, están cada día más resquebrajadas por sus propios métodos, agotados tras 50 años de manipulaciones y difamaciones.
Pero la justicia pasa también por aceptar, por ejemplo, que sí existe la razonable posibilidad de que el responsable de la horrible muerte de dos valiosas vidas no sea el aparato de inteligencia castrista, sino un solidario, democrático pero irresponsable conductor que en caso de comprobarse su exceso de velocidad, deberá cumplir su condena por Homicidio Involuntario. Como sucedería en cualquier parte del mundo, si se comprueba que en el momento de un fatal accidente el conductor iba muy por encima de la velocidad permitida.
No tengo la mínima duda que esta historia tan espantosa que enlutó a miles de almas deseosas de cambios y respetuosas por un hombre con todo el decoro dentro de sí, irá revelando su propia naturaleza: la del pérfido accidente o la del terrible asesinato.
Defender la verdad en uno u otro caso será la mejor muestra de respeto para la memoria de un hombre que vivió según el versículo de Juan: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”.