A Wilfredo Cancio Isla, espirituano
La canción trovadoresca cubana de principios del siglo XX ofrece al compatriota actual, harto de la vulgaridad que sofoca a la música del país, un pozo de agua clara donde asomarse y verse reflejado con expresión menos zafia. No importa que el trámite no produzca mayores beneficios: imposible lavarse la cara después de más de medio siglo de malos humores; imposible sobrevivir lo que ha ocurrido en la isla con un semblante menos descompuesto; imposible, para algunos, lavarse las manos. Pero escuchándola, un vestigio de quienes fuimos aflora a la superficie del pozo y por unos instantes, los que dura la audición, un deja vu que adecenta nos colma.
Los trovadores fueron, en su mayoría, hombres humildes y de escasa educación formal, analfabetos casi, pero dotados de genio y de una sensibilidad capaz de imprimir a sus obras un raro refinamiento. El don para comunicarse a un nivel superior al literario ennoblecía sus composiciones al punto de que cualquier irregularidad en la sintaxis, cualquier exceso o disparate cometido en el afán de disimular sus limitaciones, acababan desvaneciéndose en el puro goce que sus obras, como totalidades melódicas, a veces ricas en hallazgos armónicos, deparaban. Tan grande era el encanto que hasta lo pseudo poético, por puro, tendía a reivindicarse.
Hay entre esas composiciones algunas que no puedo escuchar sin que a la honda sensación de pérdida que viene produciéndome todo lo relacionado con Cuba se imponga la curiosidad más risueña. Escojo una: Pensamiento. Su autor, Rafael Gómez Mayea (Teofilito), natural de Sancti Spíritus, nacido en 1889 y muerto en 1971, era un músico cabal, pero sólo gozó de reconocimiento como trovador, y aunque un libro de poesía y un lector intuitivo pueden coincidir en los sitios más insospechados, se me hace difícil imaginarle leyendo a los grandes poetas barrocos españoles. Sin embargo, hay en la letra sencilla --y en este caso, intachable-- de su canción, una frase que parece evocar a esos autores, que le emparienta con ellos, y uno no puede menos que sonreír imaginando al humilde trovador espirituano en tamaña compañía.
La frase inicia la segunda estrofa:
Anda, pensamiento mío,
dile que yo la venero,
dile que por ella muero,
¡anda y dile así!
Dile que pienso en ella
aunque no piense en mí.
La tradición sitúa el estreno de la canción en un hogar espirituano, el 15 de junio de 1915, durante un juego de salón donde las jóvenes adoptan nombres de flores y Rosa María Ordaz, que cumple dieciséis años y se oculta bajo un seudónimo peculiar, “Fragancia”, le reitera al veinteañero Teofilito un deseo: escucharle cantar algo para ella. El trovador la complace estrenando Pensamiento. Da que pensar que el título escogido sea también el nombre de una flor, y que ésta sea una que ostente un claro aire de mariposa: nada mejor para un pensamiento destinado a desplazarse y hablarle de amor a una joven.
La composición ganó popularidad en la provincia, viajó a La Habana, figuró en el repertorio de diversos intérpretes y, antes de acabar insertándose en la memoria nacional, pasó a México donde, además de ser atribuida a un trovador yucateco, el primer verso de su segunda estrofa sufrió una transformación: el verbo “andar” fue sustituido por “volar”. El pensamiento debía ser más rápido: Vuela, pensamiento mío.
Lo que el cubano promedio ignora, y acaso ignorara Teofilito, porque la concurrencia en ciertas formas verbales es un milagro más frecuente de lo que nuestra sed de sorpresas está dispuesta a admitir, es que un anhelo similar al suyo había sido expresado por Luis de Góngora (1561-1627):
Vuela, pensamiento, y diles
A los ojos que te envío
Que eres mío.
La misión asignada por Góngora a su celestino no contrasta con la que Teofilito asigna al suyo; sí, con la de Francisco de Quevedo (1580-1645), que lejos de pedir a su pensamiento que sea portavoz de sus sentimientos más galantes, le pide que advierta a la destinataria que no se haga ilusiones de orden material porque la adoración que el poeta le profesa excluye todo propósito de compartir con ella su peculio:
Vuela, pensamiento, y diles
A los ojos que más quiero,
Que hay dinero.
A los ojos, que en mirarlos
La libertad perderás,
Que hay dineros les dirás,
Pero no ganas de darlos.
El avance lineal del tiempo ha sido puesto en solfa por mentes lúcidas. Hay quien ha llegado a sospechar que el tiempo, lejos de avanzar, retrocede:
El tiempo no representa
la edad que tiene. Quizás
el tiempo corre hacia atrás
y nadie se ha dado cuenta.
Si éste fuera el caso o el tiempo, más que transcurrir en dirección alguna, vegetara –recurro al eufemismo para no lastimarlo dando por factible su inexistencia--, habría que contemplar la posibilidad de que haya sido Pensamiento, la canción de Teofilito, la que sirviera de motivo de inspiración a Quevedo y Góngora, y situar a ambos entre los más notables y, a juzgar por sus textos, fervientes admiradores del trovador cubano.
Los poderes de un creador cuyo seudónimo está compuesto por el prefijo teo, del griego theos, es decir, dios, y el diminutivo filito, del español filo, al borde mismo de algo, no deben subestimarse: rayan en lo divino.