El próximo 10 de octubre se cumplirá ciento cuarenta y cuatro años de la importante gesta de La Demajagua. Proeza inolvidable en la historia de Cuba, por cuanto ese día Carlos Manuel de Céspedes -Padre de la Patria- dio la libertad a sus esclavos, iniciando así la guerra por la independencia y libertad de los cubanos del yugo colonial extranjero. Un empeño que tras un largo período insurreccional se consolidó en 1902 con la instauración de la República.
Lamentablemente en enero de 1959, la isla sucumbiría nuevamente. Esta vez ante el sueño revolucionario de Fidel Castro. Devenido en dictador de turno, trayendo a la isla caribeña una ideología, jamás concebida ni por Céspedes, ni por ninguno de los padres fundadores de la independencia de Cuba.
El Manifiesto redactado por Céspedes, fechado en Manzanillo el 10 de octubre 1968, increíblemente denota un escenario político, económico y social, similar al que vive -ahora mismo- nuestra amada Cuba.
La hipocresía del gobierno cubano y todos sus acólitos se pone en evidencia con la más miope lectura de este documento. “Nadie ignora que España gobierna la isla de Cuba con un brazo manchado…. teniéndola privada de toda libertad política, civil y religiosa….nadie puede pedir remedio a sus males sin que se le trate como rebelde, y no se le concede otro recurso que callar y obedecer….los cubanos no pueden hablar, no pueden escribir, no pueden ni siquiera pensar…….
Cuando un pueblo llega al extremo de degradación y miseria en que nosotros nos vemos, nadie puede negarle que eche manos a las armas para salir de un estado tan lleno de oprobio. La isla de Cuba no puede estar privada de los derechos que gozan otros pueblos, y no pueden consentir que se diga que no sabe más que sufrir. A los demás pueblos civilizados toca interponer su influencia para sacar de las garras de un bárbaro opresor a un pueblo inocente, ilustrado, sensible y generoso.
No nos extravía rencores, no nos halagan ambiciones, solo queremos ser libres e iguales como hizo el creador a todos los hombres”.
Luego de casi siglo y medio de aquel esfuerzo, el gobierno militar de Cuba, pisotea los derechos consignados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Y lo hacen con un absoluto descaro y sin el más mínimo arrepentimiento.
La Declaración, un anhelo de la humanidad desde 1948, otorga -entre otras libertades- la de “opinión y expresión” y se aclara que ese derecho “incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir información sin limitación de fronteras”. Pero en Cuba, según consta en la constitución, los medios de difusión pertenecen al Estado, ¿quién entonces puede dar a conocer sus opiniones sin permiso del gobierno? ¿Y quién se atreverá a disentir si el código penal prevé indistintamente “desacato” con pena de cárcel, o en el mejor de los casos, el que se atreve hacerlo, la propaganda oficialista lo tacha de mercenario, pagado por una potencia extranjera?
La imposición a la ciudadanía de una “concepción marxista leninista” que tenía como fin “formar a las nuevas generaciones en los principios ideológicos y morales del comunismo”, ha estado más cerca del esclavo o del maniquí, que del pleno desarrollo de la personalidad.
En silencio, la mayoría de los cubanos mandan sus hijos a las escuelas a recibir la “programada” educación, que diseñaron esos mismos que nos quitaron la libertad. Quienes no desaprovechan la oportunidad para adoctrinar desde la niñez bajo la óptica “socialista” a nuestra juventud. Tarea recurrente, puesto que los maestros actuantes también fueron educados, enseñados y adoctrinados bajo el mismo precepto.
Imposible será enseñar a nuestros hijos el recuerdo agradecido del 10 de octubre de 1968 mientras Cuba no sea verdaderamente libre.
El recién fallecido disidente Osvaldo Paya dijo ante el Parlamento Europeo “Las tiranías no tienen color político, son una sola vengan de donde vengan”. Si bien el tiempo de las armas y la violencia quedaron atrás, tal vez usted que me está leyendo dirá ¿con que los vamos a derrotar? ¡Ah! Esa pregunta se la hicieron al Mayor Ignacio Agramonte en un momento bien difícil de la guerra frente al poderío militar de España y la complicidad de todos los países de América. Un escenario muy parecido al de hoy. “¡Con la vergüenza de los cubanos”! Contestó.
Vergüenza que es desasimiento de intereses personales, vergüenza que es repulsión de caminos tortuosos, vergüenza que es el débito irreductible a favor de la Patria. Y no más compromiso con el castrismo, responsable de todos nuestros males.
Publicado en el blog leonlibredecuba el 9 de octubre de 2012
Lamentablemente en enero de 1959, la isla sucumbiría nuevamente. Esta vez ante el sueño revolucionario de Fidel Castro. Devenido en dictador de turno, trayendo a la isla caribeña una ideología, jamás concebida ni por Céspedes, ni por ninguno de los padres fundadores de la independencia de Cuba.
El Manifiesto redactado por Céspedes, fechado en Manzanillo el 10 de octubre 1968, increíblemente denota un escenario político, económico y social, similar al que vive -ahora mismo- nuestra amada Cuba.
La hipocresía del gobierno cubano y todos sus acólitos se pone en evidencia con la más miope lectura de este documento. “Nadie ignora que España gobierna la isla de Cuba con un brazo manchado…. teniéndola privada de toda libertad política, civil y religiosa….nadie puede pedir remedio a sus males sin que se le trate como rebelde, y no se le concede otro recurso que callar y obedecer….los cubanos no pueden hablar, no pueden escribir, no pueden ni siquiera pensar…….
Cuando un pueblo llega al extremo de degradación y miseria en que nosotros nos vemos, nadie puede negarle que eche manos a las armas para salir de un estado tan lleno de oprobio. La isla de Cuba no puede estar privada de los derechos que gozan otros pueblos, y no pueden consentir que se diga que no sabe más que sufrir. A los demás pueblos civilizados toca interponer su influencia para sacar de las garras de un bárbaro opresor a un pueblo inocente, ilustrado, sensible y generoso.
No nos extravía rencores, no nos halagan ambiciones, solo queremos ser libres e iguales como hizo el creador a todos los hombres”.
Luego de casi siglo y medio de aquel esfuerzo, el gobierno militar de Cuba, pisotea los derechos consignados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Y lo hacen con un absoluto descaro y sin el más mínimo arrepentimiento.
La Declaración, un anhelo de la humanidad desde 1948, otorga -entre otras libertades- la de “opinión y expresión” y se aclara que ese derecho “incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir información sin limitación de fronteras”. Pero en Cuba, según consta en la constitución, los medios de difusión pertenecen al Estado, ¿quién entonces puede dar a conocer sus opiniones sin permiso del gobierno? ¿Y quién se atreverá a disentir si el código penal prevé indistintamente “desacato” con pena de cárcel, o en el mejor de los casos, el que se atreve hacerlo, la propaganda oficialista lo tacha de mercenario, pagado por una potencia extranjera?
La imposición a la ciudadanía de una “concepción marxista leninista” que tenía como fin “formar a las nuevas generaciones en los principios ideológicos y morales del comunismo”, ha estado más cerca del esclavo o del maniquí, que del pleno desarrollo de la personalidad.
En silencio, la mayoría de los cubanos mandan sus hijos a las escuelas a recibir la “programada” educación, que diseñaron esos mismos que nos quitaron la libertad. Quienes no desaprovechan la oportunidad para adoctrinar desde la niñez bajo la óptica “socialista” a nuestra juventud. Tarea recurrente, puesto que los maestros actuantes también fueron educados, enseñados y adoctrinados bajo el mismo precepto.
Imposible será enseñar a nuestros hijos el recuerdo agradecido del 10 de octubre de 1968 mientras Cuba no sea verdaderamente libre.
El recién fallecido disidente Osvaldo Paya dijo ante el Parlamento Europeo “Las tiranías no tienen color político, son una sola vengan de donde vengan”. Si bien el tiempo de las armas y la violencia quedaron atrás, tal vez usted que me está leyendo dirá ¿con que los vamos a derrotar? ¡Ah! Esa pregunta se la hicieron al Mayor Ignacio Agramonte en un momento bien difícil de la guerra frente al poderío militar de España y la complicidad de todos los países de América. Un escenario muy parecido al de hoy. “¡Con la vergüenza de los cubanos”! Contestó.
Vergüenza que es desasimiento de intereses personales, vergüenza que es repulsión de caminos tortuosos, vergüenza que es el débito irreductible a favor de la Patria. Y no más compromiso con el castrismo, responsable de todos nuestros males.
Publicado en el blog leonlibredecuba el 9 de octubre de 2012