Pasada las once de la noche, Alfredo, 66 años, planta su silla plegable y una pequeña mesa plástica en 10 de Octubre y Acosta. En la céntrica esquina habanera vende café recién colado.
Su clientela es amplia. La farándula nocturna, choferes de una base cercana de taxis, custodios, travestis que se prostituyen por la zona y patrullas policiales de ronda se llegan al negocio de Alfredo, a tomar café fuerte a dos pesos la tacita o un cortadito a tres.
“No me va mal. Tengo ganancias diarias entre 120 y 160 pesos. A veces más. Eso sí, estoy despierto toda la madrugada. Alrededor de las 7 y media de la mañana es que voy a la cama”, dice el anciano.
Si Alfredo viviera solo de la chequera de jubilado no podría hacer dos comidas diarias o ir de vez cuando con su esposa y los nietos a una cafetería en el Centro Comercial Carlos III, a tomar cerveza y comer hamburguesas.
Danilo, 69 años, sí duerme la madrugada. Al amanecer, tuesta tres libras de maní y los envasa en un centenar de cucuruchos de papel. Luego se dirige a diversas paradas de ómnibus, pregonando su producto.
Cada cucurucho lo vende a peso (0.05 centavos de dólar). “No siempre vendo todo el maní, hay bastante competencia. Tampoco es mucho el dinero que me deja, de 50 a 60 pesos diarios. Al menos me alcanza para adquirir viandas”, señala risueño Danilo.
Hace tiempo que Natacha, 49 años, tiene engavetado su título de licenciada en Literatura. Le resulta más rentable vender en el portal de su casa vasos de helado a cinco pesos y refresco gaseado a dos.
Los adolecentes de una escuela secundaria son sus mejores clientes. “Compro el helado a un particular que lo elabora. El refresco gaseado lo confecciono con una máquina que me costó 80 pesos convertibles. Cuando por la tarde hago balance, las ganancias suelen ser superiores a los 200 pesos diarios. Como licenciada devengaba un salario de 480 pesos. Dime si no valió la pena guardar el título en una gaveta. Además, no tengo jefes. Todo depende de mí esfuerzo”, apunta Natacha.
Las ventas al detalle pululan por toda La Habana. Crecen como flores. Muchos trabajadores privados consideran que tener una cafetería o un paladar no siempre es un negocio rentable.
“Para abrir un restaurante o un buen cafetín hay que invertir más de dos mil pesos convertibles. Y hoy en día, como el dinero escasea, la gente por lo general lo que está consumiendo es pan con croqueta o mayonesa, frituras, papas rellenas que valen menos de 5 pesos. Yo abrí una cafetería donde tenía en la carta una amplia variedad de sandwiches y batidos. Pero los altos precios, entre 45 y 15 pesos los sandwiches, me obligaron a cerrar", argumenta el antiguo dueño de una cafetería.
Es cierto que algunas cafeterías y paladares funcionan a todo gas en la ciudad. Pero la mayoría de los cuentapropistas no tiene capital suficiente para un gran negocio. Y prefieren dedicarse a las ventas al detalle.
O manejar un taxi. Según Orlando, lo más rentable. “Trabajo para un tipo que tiene cinco autos y los dedica alquilar. Diariamente le tenemos que pagar 550 pesos si manejamos un coche de 5 plazas. Si es un yipi de 10 asientos entonces pagamos mil pesos diarios. No tenemos que invertir en nada. El combustible y las reparaciones corren a su cuenta. En una jornada llego a casa con más de 600 pesos de ganancia”, asegura.
En el centro y la parte antigua de La Habana proliferan mesas con personas vendiendo bisuterías, ropa y zapatos. Dedicados a la venta de discos piratas hay miles de tenderetes. En el de Antonio es amplio el catálogo de seriales, filmes y telenovelas.
Vende el DVD a 30 pesos. También oferta videojuegos. Y si no encuentras lo que buscas, Antonio, diligente, te dice que pases al día siguiente. “Si me da su palabra que vendrá mañana le rebajo 5 pesos”. Y es que ante la proliferación de vendedores, suelen triunfar aquéllos que hacen ofertas de rebaja o por su buen trato se meten al cliente en un bolsillo.
Las pequeñas ventas marchan viento en popa para unos. Otros están al borde de la quiebra. Pero todos aseguran que es preferible laborar por tu cuenta que hacerlo para el Estado. Paga menos, exige más y no ves el resultado de tu trabajo.
Su clientela es amplia. La farándula nocturna, choferes de una base cercana de taxis, custodios, travestis que se prostituyen por la zona y patrullas policiales de ronda se llegan al negocio de Alfredo, a tomar café fuerte a dos pesos la tacita o un cortadito a tres.
“No me va mal. Tengo ganancias diarias entre 120 y 160 pesos. A veces más. Eso sí, estoy despierto toda la madrugada. Alrededor de las 7 y media de la mañana es que voy a la cama”, dice el anciano.
Si Alfredo viviera solo de la chequera de jubilado no podría hacer dos comidas diarias o ir de vez cuando con su esposa y los nietos a una cafetería en el Centro Comercial Carlos III, a tomar cerveza y comer hamburguesas.
Danilo, 69 años, sí duerme la madrugada. Al amanecer, tuesta tres libras de maní y los envasa en un centenar de cucuruchos de papel. Luego se dirige a diversas paradas de ómnibus, pregonando su producto.
Cada cucurucho lo vende a peso (0.05 centavos de dólar). “No siempre vendo todo el maní, hay bastante competencia. Tampoco es mucho el dinero que me deja, de 50 a 60 pesos diarios. Al menos me alcanza para adquirir viandas”, señala risueño Danilo.
Hace tiempo que Natacha, 49 años, tiene engavetado su título de licenciada en Literatura. Le resulta más rentable vender en el portal de su casa vasos de helado a cinco pesos y refresco gaseado a dos.
Los adolecentes de una escuela secundaria son sus mejores clientes. “Compro el helado a un particular que lo elabora. El refresco gaseado lo confecciono con una máquina que me costó 80 pesos convertibles. Cuando por la tarde hago balance, las ganancias suelen ser superiores a los 200 pesos diarios. Como licenciada devengaba un salario de 480 pesos. Dime si no valió la pena guardar el título en una gaveta. Además, no tengo jefes. Todo depende de mí esfuerzo”, apunta Natacha.
Las ventas al detalle pululan por toda La Habana. Crecen como flores. Muchos trabajadores privados consideran que tener una cafetería o un paladar no siempre es un negocio rentable.
“Para abrir un restaurante o un buen cafetín hay que invertir más de dos mil pesos convertibles. Y hoy en día, como el dinero escasea, la gente por lo general lo que está consumiendo es pan con croqueta o mayonesa, frituras, papas rellenas que valen menos de 5 pesos. Yo abrí una cafetería donde tenía en la carta una amplia variedad de sandwiches y batidos. Pero los altos precios, entre 45 y 15 pesos los sandwiches, me obligaron a cerrar", argumenta el antiguo dueño de una cafetería.
Es cierto que algunas cafeterías y paladares funcionan a todo gas en la ciudad. Pero la mayoría de los cuentapropistas no tiene capital suficiente para un gran negocio. Y prefieren dedicarse a las ventas al detalle.
O manejar un taxi. Según Orlando, lo más rentable. “Trabajo para un tipo que tiene cinco autos y los dedica alquilar. Diariamente le tenemos que pagar 550 pesos si manejamos un coche de 5 plazas. Si es un yipi de 10 asientos entonces pagamos mil pesos diarios. No tenemos que invertir en nada. El combustible y las reparaciones corren a su cuenta. En una jornada llego a casa con más de 600 pesos de ganancia”, asegura.
En el centro y la parte antigua de La Habana proliferan mesas con personas vendiendo bisuterías, ropa y zapatos. Dedicados a la venta de discos piratas hay miles de tenderetes. En el de Antonio es amplio el catálogo de seriales, filmes y telenovelas.
Vende el DVD a 30 pesos. También oferta videojuegos. Y si no encuentras lo que buscas, Antonio, diligente, te dice que pases al día siguiente. “Si me da su palabra que vendrá mañana le rebajo 5 pesos”. Y es que ante la proliferación de vendedores, suelen triunfar aquéllos que hacen ofertas de rebaja o por su buen trato se meten al cliente en un bolsillo.
Las pequeñas ventas marchan viento en popa para unos. Otros están al borde de la quiebra. Pero todos aseguran que es preferible laborar por tu cuenta que hacerlo para el Estado. Paga menos, exige más y no ves el resultado de tu trabajo.