Un 24 de febrero con jóvenes promesas, una bocanada de aire fresco. Ayer finalizó la Asamblea Nacional del Poder Popular de Cuba, donde se hicieron nuevos nombramientos, se designó a Homero Acosta como secretario del Consejo de Estado, y como vicepresidentes a Gladys Bejerano; contralora General de la República, José Ramón Machado Ventura; Ramiro Valdés Menéndez; Lázara Mercedes López (primera secretaria del Partido Comunista en La Habana); y Salvador Valdés (secretario general de la CTC).
Por su parte, fueron ratificados como miembros de ese organismo, Inés María Chapman, Leopoldo Cintra, Abelardo Colomé, Guillermo García, Tania León, Álvaro López, Marino Murillo y Sergio Rodríguez.
Hubo cambio de fachada, la integración del Consejo de Estado presenta ahora 17 nuevos miembros, algo así como agua al dominó. Pero no quiero detenerme en ellos porque la mención especial la ganó la investidura del joven “Compañero” Díaz-Canel como Primer Vicepresidente de Cuba, quienes muchos vislumbran como “promesa de relevo y mutación”.
Quiero compartirles que Díaz-Canel, Miguel, o Miguelito - como le apoda en Petit Comité quien sin ser una sorpresa fue reelecto Presidente de Cuba -, se convirtió en "el número dos" del gobierno revolucionario no precisamente por practicar la llamada línea dura.
Cincuentón desmejorado, el recién nombrado Primer Vicepresidente, se le conoce como un hombre prudente; tanto que en público habla muy poco y sonríe lo necesario, sabe muy bien que brillar en Cuba es pecado.
Ingeniero de profesión, fue recluta cohetero, profesor universitario y ministro de educación. Se formó dentro de las filas del partido comunista, y tuvo un ascenso meteórico, por su notable inteligencia. Los que lo conocen y pertenecen a su círculo de amistades comentan que es inexpresivo en asuntos de emociones, se mantiene impertérrito, frente a un incendio, un velorio de muñecas o una apertura de gaveta. Eso sí, posee el don de la ubicuidad, estar en el momento y en el lugar indicado.
A modo de chisme, amigos comunes me han dicho que le gusta el beisbol, las papas fritas con ajo, y de vez en vez, a sottovoce conspirar contra el gobierno y, aunque estuvo en plan piyama por un error que cometió; logró la reivindicación después de flagelarse, una suerte de patética escenificación del sufrimiento de Cristo, su lealtad hacia el poder no debe ser tomada como sinónimo de deshonestidad.
Creo que es muy temprano para señalarlo como el futuro hombre fuerte de Cuba, dudo que este nombramiento sea la llave maestra que permita abrir la puerta del inconquistable castillo de los caballeros templarios. Ese poder, en nuestro archipiélago, por ahora continúa siendo invisible.
Para mí, lo más esmerado y relevante de toda esta parafernalia, clausura de la sesión constitutiva de la Asamblea Nacional del Poder Popular cubano y del Consejo de Estado, fue que el General Raúl Castro hablara de legitimar su retiro y la muerte de Fidel. Una luz, tenue, en el túnel.
Por su parte, fueron ratificados como miembros de ese organismo, Inés María Chapman, Leopoldo Cintra, Abelardo Colomé, Guillermo García, Tania León, Álvaro López, Marino Murillo y Sergio Rodríguez.
Hubo cambio de fachada, la integración del Consejo de Estado presenta ahora 17 nuevos miembros, algo así como agua al dominó. Pero no quiero detenerme en ellos porque la mención especial la ganó la investidura del joven “Compañero” Díaz-Canel como Primer Vicepresidente de Cuba, quienes muchos vislumbran como “promesa de relevo y mutación”.
Quiero compartirles que Díaz-Canel, Miguel, o Miguelito - como le apoda en Petit Comité quien sin ser una sorpresa fue reelecto Presidente de Cuba -, se convirtió en "el número dos" del gobierno revolucionario no precisamente por practicar la llamada línea dura.
Cincuentón desmejorado, el recién nombrado Primer Vicepresidente, se le conoce como un hombre prudente; tanto que en público habla muy poco y sonríe lo necesario, sabe muy bien que brillar en Cuba es pecado.
Ingeniero de profesión, fue recluta cohetero, profesor universitario y ministro de educación. Se formó dentro de las filas del partido comunista, y tuvo un ascenso meteórico, por su notable inteligencia. Los que lo conocen y pertenecen a su círculo de amistades comentan que es inexpresivo en asuntos de emociones, se mantiene impertérrito, frente a un incendio, un velorio de muñecas o una apertura de gaveta. Eso sí, posee el don de la ubicuidad, estar en el momento y en el lugar indicado.
A modo de chisme, amigos comunes me han dicho que le gusta el beisbol, las papas fritas con ajo, y de vez en vez, a sottovoce conspirar contra el gobierno y, aunque estuvo en plan piyama por un error que cometió; logró la reivindicación después de flagelarse, una suerte de patética escenificación del sufrimiento de Cristo, su lealtad hacia el poder no debe ser tomada como sinónimo de deshonestidad.
Creo que es muy temprano para señalarlo como el futuro hombre fuerte de Cuba, dudo que este nombramiento sea la llave maestra que permita abrir la puerta del inconquistable castillo de los caballeros templarios. Ese poder, en nuestro archipiélago, por ahora continúa siendo invisible.
Para mí, lo más esmerado y relevante de toda esta parafernalia, clausura de la sesión constitutiva de la Asamblea Nacional del Poder Popular cubano y del Consejo de Estado, fue que el General Raúl Castro hablara de legitimar su retiro y la muerte de Fidel. Una luz, tenue, en el túnel.