El 5 de marzo de 1953, hace ya 60 años atrás, murió el dictador soviético Iosef V. Stalin. Todavía el debate sobre su legado es tema diario en Rusia y va más allá del concurso de popularidad.
Dos campañas del Kremlin para desestalinizar a la nación (como los alemanes se desnazificaron) no surtieron efecto. La política de Nikita S. Jruschev para combatir el culto a la personalidad del georgiano, sacando el cadáver de Stalin del Mausoleo en la Plaza Roja y quitar el nombre de Stalingrado a la ciudad del Volga, no fue suficiente.
Durante la perestroika se abrieron los archivos y revisaron expedientes de fusilados y enviados al Gulag, miles fueron rehabilitados. Se les devolvía a sus familiares las medallas y condecoraciones confiscadas y en los libros de texto y literatura aparecía la figura de Stalin en su justa medida. Con Boris N. Yeltsin se siguió esa práctica, y una comisión presidencial examinaba los pedidos de rehabilitación; se publicaban las actas de los interrogatorios, las sesiones de Politburó donde ordenaban fusilar o encarcelar a un poeta, un científico, un militar o un campesino.
En 1994, solamente un 27 por ciento de los rusos pensaban positivamente de Stalin contra un 47 que veía lo negativo del personaje. Pero 19 años después la proporción a favor es de un 49 por ciento mientras solo un 32 en contra.
Esos datos fueron presentados hace unos días en Washington y Moscú por el Centro Carnegie de Estados Unidos y el Centro Levada de Rusia, quienes realizaron varias encuestas en cuatro ex repúblicas soviéticas: Georgia, Azerbaiyán, Georgia, Armenia y Rusia. Hoy día en Rusia, según los datos aportados en el estudio, el apoyo a Stalin ha aumentado desde que desapareció la URSS, y existe una correlación entre la rehabilitación de Stalin en Rusia y la presidencia de Vladimir V. Putin.
Otro de los fenómenos determinados por el estudio es el creciente nivel de indiferencia hacia Stalin, especialmente entre los jóvenes. Se detectó un caso sintomático de "doble pensamiento" pues los encuestados dicen que Stalin era a la vez un "tirano cruel" y un "líder sabio".
Un desconocimiento peligroso de los crímenes de Stalin se aprecia en la juventud de Azerbaiyán, donde el 39 por ciento de los encuestados jóvenes ni siquiera saben quién fue Stalin. Y todo lo contrario se aprecia en la patria de Stalin, Georgia, donde hay un 45 por ciento de admiración hacia el dirigente soviético.
Dos poetas pusieron en versos la profecía: Yevgeni A. Yevtushenko y Boris A. Chichibabin. El primero decía en 1962 que los herederos de Stalin estaban presentes y el segundo afirmaba en 1959 que Stalin no muere mientras siguiera la delación, las violaciones y el miedo. En las purgas partidistas se ejecutaron a más de 800.000 personas, millones perecieron en el Gulag y el Gran Terror afectó a casi cada familia en la URSS. La hambruna devastó Ucrania y el sur de Rusia, mientras la colectivización era vendida como éxito bolchevique.
Hoy en las calles rusas vemos sonriente a Stalin desde los autobuses y en el desconocimiento de sus crímenes cimenta el pedestal del autoritarismo lo mismo en Rusia, Uzbekistán que Azerbaiyán. Ya no asombran los autobuses con las imagines de Stalin, ni su rostro bigotudo en las vallas de las ciudades. Y su cadáver está en la muralla del Kremlin, y carteles con el georgiano luciendo sus medallas de Héroe de la URSS, engalanan las manifestaciones de comunistas y jóvenes nacionalistas radicales.
Los analistas con benevolencia dicen que los resultados tan alarmantes son porque los ciudadanos post-soviéticos están confundidos, lo que explicaría también el apoyo a los gobiernos autoritarios, sea en Azerbaiyán o en Rusia. Al tiempo que a Stalin se le identifica con la victoria en la Segunda Guerra Mundial, el método de dirección férrea, sin debate, es un referente de éxito para la clase política dominante, proveniente en su mayoría de los ministerios de fuerza (defensa, seguridad del estado, espionaje exterior, interior, etc.). Stalin sigue presente porque ayuda a edificar un estado monopolista industrial, un poder centralizado en una sociedad cerrada, donde el disenso es penado.
Dos campañas del Kremlin para desestalinizar a la nación (como los alemanes se desnazificaron) no surtieron efecto. La política de Nikita S. Jruschev para combatir el culto a la personalidad del georgiano, sacando el cadáver de Stalin del Mausoleo en la Plaza Roja y quitar el nombre de Stalingrado a la ciudad del Volga, no fue suficiente.
Durante la perestroika se abrieron los archivos y revisaron expedientes de fusilados y enviados al Gulag, miles fueron rehabilitados. Se les devolvía a sus familiares las medallas y condecoraciones confiscadas y en los libros de texto y literatura aparecía la figura de Stalin en su justa medida. Con Boris N. Yeltsin se siguió esa práctica, y una comisión presidencial examinaba los pedidos de rehabilitación; se publicaban las actas de los interrogatorios, las sesiones de Politburó donde ordenaban fusilar o encarcelar a un poeta, un científico, un militar o un campesino.
En 1994, solamente un 27 por ciento de los rusos pensaban positivamente de Stalin contra un 47 que veía lo negativo del personaje. Pero 19 años después la proporción a favor es de un 49 por ciento mientras solo un 32 en contra.
Esos datos fueron presentados hace unos días en Washington y Moscú por el Centro Carnegie de Estados Unidos y el Centro Levada de Rusia, quienes realizaron varias encuestas en cuatro ex repúblicas soviéticas: Georgia, Azerbaiyán, Georgia, Armenia y Rusia. Hoy día en Rusia, según los datos aportados en el estudio, el apoyo a Stalin ha aumentado desde que desapareció la URSS, y existe una correlación entre la rehabilitación de Stalin en Rusia y la presidencia de Vladimir V. Putin.
Otro de los fenómenos determinados por el estudio es el creciente nivel de indiferencia hacia Stalin, especialmente entre los jóvenes. Se detectó un caso sintomático de "doble pensamiento" pues los encuestados dicen que Stalin era a la vez un "tirano cruel" y un "líder sabio".
Un desconocimiento peligroso de los crímenes de Stalin se aprecia en la juventud de Azerbaiyán, donde el 39 por ciento de los encuestados jóvenes ni siquiera saben quién fue Stalin. Y todo lo contrario se aprecia en la patria de Stalin, Georgia, donde hay un 45 por ciento de admiración hacia el dirigente soviético.
Dos poetas pusieron en versos la profecía: Yevgeni A. Yevtushenko y Boris A. Chichibabin. El primero decía en 1962 que los herederos de Stalin estaban presentes y el segundo afirmaba en 1959 que Stalin no muere mientras siguiera la delación, las violaciones y el miedo. En las purgas partidistas se ejecutaron a más de 800.000 personas, millones perecieron en el Gulag y el Gran Terror afectó a casi cada familia en la URSS. La hambruna devastó Ucrania y el sur de Rusia, mientras la colectivización era vendida como éxito bolchevique.
Hoy en las calles rusas vemos sonriente a Stalin desde los autobuses y en el desconocimiento de sus crímenes cimenta el pedestal del autoritarismo lo mismo en Rusia, Uzbekistán que Azerbaiyán. Ya no asombran los autobuses con las imagines de Stalin, ni su rostro bigotudo en las vallas de las ciudades. Y su cadáver está en la muralla del Kremlin, y carteles con el georgiano luciendo sus medallas de Héroe de la URSS, engalanan las manifestaciones de comunistas y jóvenes nacionalistas radicales.
Los analistas con benevolencia dicen que los resultados tan alarmantes son porque los ciudadanos post-soviéticos están confundidos, lo que explicaría también el apoyo a los gobiernos autoritarios, sea en Azerbaiyán o en Rusia. Al tiempo que a Stalin se le identifica con la victoria en la Segunda Guerra Mundial, el método de dirección férrea, sin debate, es un referente de éxito para la clase política dominante, proveniente en su mayoría de los ministerios de fuerza (defensa, seguridad del estado, espionaje exterior, interior, etc.). Stalin sigue presente porque ayuda a edificar un estado monopolista industrial, un poder centralizado en una sociedad cerrada, donde el disenso es penado.