Este 5 de marzo se cumplieron 60 años de la muerte del líder soviético José Stalin. Su período de gobierno –conocido por sus detractores como estalinimo, y que duró de 1924 a 1953– fue el paradigma de muchos regímenes europeos que adoptaron la ideología comunista a principios de la Guerra Fría, aunque su sombra ya se había extendido desde mucho antes por América Latina, y en especial sobre Cuba.
En los países democráticos de Occidente, es visto hoy en día como un dictador severísimo. Sin embargo, es posiblemente la figura internacional que más larga influencia política haya tenido en la historia de Cuba, desde Julio Antonio Mella hasta Raúl Castro. Por cierto, que Mella visitó la Unión Soviética en marzo de 1928 para asistir al IV Congreso de la Internacional Sindical Roja, y murió en enero de 1929, al parecer como una venganza de Stalin por haber pronunciado allí algunas críticas. Y el primer Partido Comunista, fundado por Mella en 1925, se trasmutó en el Partido Socialista Popular (P.S.P.) a inicios de 1944, unos meses después que Stalin disolviese la III Internacional Comunista, en mayo de 1943, para evitar el recelo de los británicos y los norteamericanos, que eran sus nuevos aliados en la guerra.
A la Juventud Socialista, que era la rama juvenil del P.S.P., se afilió Raúl Castro, mucho antes del asalto al cuartel Moncada. Finalmente, el Partido Socialista Popular, que representaba la ortodoxia del marxismo-leninismo, con intelectuales como Blas Roca, Juan Marinello y Carlos Rafael Rodríguez, terminó por fundirse con el Movimiento 26 de Julio y el Directorio Revolucionario 13 de Marzo, para formar las Organizaciones Revolucionarias Integradas, en julio de 1961.
Aunque menos dramáticas, aquí también hubo sus “purgas” en el gobierno revolucionario. Según Rafael Rojas, las tres purgas que tuvieron lugar contra miembros del P.S.P., entre los años 1962 y 1967, “estuvieron montadas sobre el recelo anticomunista de los líderes de otras organizaciones revolucionarias, como el Movimiento 26 de Julio y, sobre todo, el Directorio Estudiantil”. Con la creación del Partido Comunista de Cuba, en octubre de 1965, el intelectual orgánico revolucionario terminó perfilándose de acuerdo a su lealtad a Fidel Castro, en primer lugar, y al Partido Comunista, ya que ambos fueron identificados como las dos caras de una moneda, al igual que en la era estalinista.
Stalin gobernó de forma autocrática por casi 30 años, y de acuerdo a los resultados preliminares del censo de 1937, conducía las vidas de más de 162 millones de almas. Aunque se le exalta por su papel en la victoria sobre el nazismo, no debe olvidarse que en 1939 se alió con Hitler, mediante el Pacto Ribbentrop-Mólotov, para fijar las zonas de hegemonía sobre Europa. Así, Friedrich Hayek ha llegado a afirmar en El Camino a la Servidumbre, que “los conflictos entre la ‘derecha’ del nacionalsocialismo y la ‘izquierda’ comunista no han sido sino luchas entre fracciones socialistas rivales”. Todavía se discute el número de víctimas fatales de su régimen, aunque hay cierto consenso en unos 20 millones, entre presos políticos y comunes, los que murieron en gulags, los deportados en masa, y los prisioneros de guerra, tanto alemanes como soviéticos, pues éstos últimos eran considerados traidores. Y habría que añadir a los millones que murieron durante la hambruna forzada de 1932 a 1933, en Ucrania, y también en el resto del país.
Aunque no se pueden hacer analogías de ese tipo respecto a Cuba –pues sería en realidad exagerado–, sí quiero destacar algunos aspectos del legado estalinista que han sido trasplantados al régimen de la Isla. En primer lugar, fue Stalin el que erigió el marxismo-leninismo como la única ideología de Estado. Fue Stalin el que convirtió el cargo de Secretario General (o Primer Secretario) del Comité Central del Partido Comunista en el puesto de mayor liderazgo dentro de la jerarquía partidista, por encima del oficio de Presidente del Consejo de Ministros. (Curiosamente, ese fue el único cargo que mantuvo Fidel Castro cuando en agosto del 2006 le cedió el resto de sus obligaciones a su hermano Raúl). Fue Stalin quien inauguró los famosos planes quinquenales, tanto agrícolas como industriales, que fueron tan populares aquí en los años 70 y 80, y cuyas tarjas pueden verse todavía en las paredes de la ciudad de La Habana. Fue Stalin quien llevó hasta sus últimas consecuencias la estatalización de la propiedad privada, un proceso que en Cuba se ejecutó a través de la Ofensiva Revolucionaria de 1968. Y fue José Stalin quien llevó hasta el paroxismo de la morbosidad el tan molesto culto a la personalidad, que fuera criticado por Nikita Jrushchov en el llamado “Discurso secreto” de 1956, durante el XX Congreso del PCUS. En Cuba, demás está comentar la persistencia y hondura que ha tenido en la conciencia de los cubanos ese culto a la personalidad del líder: el “invencible”, el “genio”, el que “nunca se equivoca”, y que “cuando mira al horizonte, se ve la espalda”, como dijera Hasán Pérez.
Todavía en Cuba subsisten estructuras de gobierno que recuerdan los poderes de la antigua Unión Soviética, como el Buró Político del Comité Central del Partido Comunista, o que aluden a la ideología del socialismo, como el Poder Popular, que sustituyó a las alcaldías republicanas, y la Asamblea Nacional del Poder Popular, cuyas funciones eran las del Congreso. Algunas equivalencias son palmarias, como la de Héroe del Trabajo Socialista; otras son más indirectas, como los cuatro “mariscales políticos” (entre ellos Stalin), que serían en Cuba algo parecido a los “Comandantes de la Revolución”.
A sesenta años de la muerte de Stalin, seguimos viviendo bajo un aparato de Estado, y unas estructuras burocráticas y políticas que son una copia parcial de las que existieron en la URSS, y están fosilizadas. No podrá haber cambios sustanciales mientras no se desmonte la pirámide institucional, y las novedades sean permutas entre viejos funcionarios del Partido, para ocupar otras sillas del Estado socialista.
Publicado en Cubanet el 7 de marzo del 2013
En los países democráticos de Occidente, es visto hoy en día como un dictador severísimo. Sin embargo, es posiblemente la figura internacional que más larga influencia política haya tenido en la historia de Cuba, desde Julio Antonio Mella hasta Raúl Castro. Por cierto, que Mella visitó la Unión Soviética en marzo de 1928 para asistir al IV Congreso de la Internacional Sindical Roja, y murió en enero de 1929, al parecer como una venganza de Stalin por haber pronunciado allí algunas críticas. Y el primer Partido Comunista, fundado por Mella en 1925, se trasmutó en el Partido Socialista Popular (P.S.P.) a inicios de 1944, unos meses después que Stalin disolviese la III Internacional Comunista, en mayo de 1943, para evitar el recelo de los británicos y los norteamericanos, que eran sus nuevos aliados en la guerra.
A la Juventud Socialista, que era la rama juvenil del P.S.P., se afilió Raúl Castro, mucho antes del asalto al cuartel Moncada. Finalmente, el Partido Socialista Popular, que representaba la ortodoxia del marxismo-leninismo, con intelectuales como Blas Roca, Juan Marinello y Carlos Rafael Rodríguez, terminó por fundirse con el Movimiento 26 de Julio y el Directorio Revolucionario 13 de Marzo, para formar las Organizaciones Revolucionarias Integradas, en julio de 1961.
Aunque menos dramáticas, aquí también hubo sus “purgas” en el gobierno revolucionario. Según Rafael Rojas, las tres purgas que tuvieron lugar contra miembros del P.S.P., entre los años 1962 y 1967, “estuvieron montadas sobre el recelo anticomunista de los líderes de otras organizaciones revolucionarias, como el Movimiento 26 de Julio y, sobre todo, el Directorio Estudiantil”. Con la creación del Partido Comunista de Cuba, en octubre de 1965, el intelectual orgánico revolucionario terminó perfilándose de acuerdo a su lealtad a Fidel Castro, en primer lugar, y al Partido Comunista, ya que ambos fueron identificados como las dos caras de una moneda, al igual que en la era estalinista.
Stalin gobernó de forma autocrática por casi 30 años, y de acuerdo a los resultados preliminares del censo de 1937, conducía las vidas de más de 162 millones de almas. Aunque se le exalta por su papel en la victoria sobre el nazismo, no debe olvidarse que en 1939 se alió con Hitler, mediante el Pacto Ribbentrop-Mólotov, para fijar las zonas de hegemonía sobre Europa. Así, Friedrich Hayek ha llegado a afirmar en El Camino a la Servidumbre, que “los conflictos entre la ‘derecha’ del nacionalsocialismo y la ‘izquierda’ comunista no han sido sino luchas entre fracciones socialistas rivales”. Todavía se discute el número de víctimas fatales de su régimen, aunque hay cierto consenso en unos 20 millones, entre presos políticos y comunes, los que murieron en gulags, los deportados en masa, y los prisioneros de guerra, tanto alemanes como soviéticos, pues éstos últimos eran considerados traidores. Y habría que añadir a los millones que murieron durante la hambruna forzada de 1932 a 1933, en Ucrania, y también en el resto del país.
Aunque no se pueden hacer analogías de ese tipo respecto a Cuba –pues sería en realidad exagerado–, sí quiero destacar algunos aspectos del legado estalinista que han sido trasplantados al régimen de la Isla. En primer lugar, fue Stalin el que erigió el marxismo-leninismo como la única ideología de Estado. Fue Stalin el que convirtió el cargo de Secretario General (o Primer Secretario) del Comité Central del Partido Comunista en el puesto de mayor liderazgo dentro de la jerarquía partidista, por encima del oficio de Presidente del Consejo de Ministros. (Curiosamente, ese fue el único cargo que mantuvo Fidel Castro cuando en agosto del 2006 le cedió el resto de sus obligaciones a su hermano Raúl). Fue Stalin quien inauguró los famosos planes quinquenales, tanto agrícolas como industriales, que fueron tan populares aquí en los años 70 y 80, y cuyas tarjas pueden verse todavía en las paredes de la ciudad de La Habana. Fue Stalin quien llevó hasta sus últimas consecuencias la estatalización de la propiedad privada, un proceso que en Cuba se ejecutó a través de la Ofensiva Revolucionaria de 1968. Y fue José Stalin quien llevó hasta el paroxismo de la morbosidad el tan molesto culto a la personalidad, que fuera criticado por Nikita Jrushchov en el llamado “Discurso secreto” de 1956, durante el XX Congreso del PCUS. En Cuba, demás está comentar la persistencia y hondura que ha tenido en la conciencia de los cubanos ese culto a la personalidad del líder: el “invencible”, el “genio”, el que “nunca se equivoca”, y que “cuando mira al horizonte, se ve la espalda”, como dijera Hasán Pérez.
Todavía en Cuba subsisten estructuras de gobierno que recuerdan los poderes de la antigua Unión Soviética, como el Buró Político del Comité Central del Partido Comunista, o que aluden a la ideología del socialismo, como el Poder Popular, que sustituyó a las alcaldías republicanas, y la Asamblea Nacional del Poder Popular, cuyas funciones eran las del Congreso. Algunas equivalencias son palmarias, como la de Héroe del Trabajo Socialista; otras son más indirectas, como los cuatro “mariscales políticos” (entre ellos Stalin), que serían en Cuba algo parecido a los “Comandantes de la Revolución”.
A sesenta años de la muerte de Stalin, seguimos viviendo bajo un aparato de Estado, y unas estructuras burocráticas y políticas que son una copia parcial de las que existieron en la URSS, y están fosilizadas. No podrá haber cambios sustanciales mientras no se desmonte la pirámide institucional, y las novedades sean permutas entre viejos funcionarios del Partido, para ocupar otras sillas del Estado socialista.
Publicado en Cubanet el 7 de marzo del 2013