En nuestra pequeña isla, muchos se han visto obligados a emigrar; la mayoría por desilusión, otros por desesperanza, algunos por comodidad, y raras especímenes por el sencillo motivo de marcar diferencia, un extraño morbo.
Por ejemplo, cuando los insurrectos hirsutos descendieron de la Sierra, hambrientos de promiscuidad, por cierto, muy bien correspondidos, eran muy jóvenes y sólo podían contagiarse de enfermedades venéreas. En tales circunstancias, no debían acudir a hospitales ordinarios.
Fue así, cuando para atender la salud de quienes ya se perfilaban como grandes diferentes, se creó una pequeña consulta-laboratorio en la casa del entonces comandante René Vallejo (calle Este, entre 37 y Parque, Nuevo Vedado), a quien todos respetaban porque además de ser un médico extraordinario y magnifico conversador, era un excelente espiritista.
Con Vallejo se mataban – como dicen - tres pájaros de un tiro. Pero poco duro la existencia de “el primer centro hospitalario de los revolucionarios”. Empezó a quedarles chiquito, los dirigentes cubanos procreaban con la agilidad de una claria, al contrario de la población ordinaria que con desesperación migraba de oriente a occidente, y de occidente a Miami. Necesitaron entonces ampliar el centro élite de salud. Y llegaron a Miramar.
Los dos fastuosos palacetes que convergen en la esquina de 34 y 43, se transformaron en clínica. Farmacia, laboratorio, cuartos de ingreso, sala de urgencia, consultas, salón de operaciones, y en el sótano un local de terapia. Así funcionó inicialmente eso que hoy algunos llaman Clínica de 43, Clínica del Consejo de Estado, o también se le conoce como la Clínica de Kohly, nombre original del reparto donde se encuentra.
Allí no sólo se atendieron los más altos dirigentes, amigos y familiares; también algún gerifalte de África y América latina.
En poco tiempo aquella cliniquita creció con espíritu de imperio, se apoderó de las casas del frente y más tarde las de los costados. Le sumaron, salón de parto, neonatología, cirugía, sala de odontología, guarnición, spa, y todo lo demás, un hospital a todo dar, para la jet set de delincuentes, dirigido por un médico coronel de turno, siempre bajo la supervisión de la invisible y temida Dalia Soto Del Valle.
Para entonces – según los Castros II – Nuevo Vedado se había convertido en una barriada populachera donde vivían los tronados; y Miramar acogía a una nueva casta, los creídos ricos sin serlo. Así que, poniendo en práctica ese fraude que se esconde entre las leyes, desalojó algunos hogares y reorganizó su nuevo gueto un tantico más al oeste. En Siboney existen casas lujosas que comparten el inaccesible contexto.
La dirigencia envejeció, y aunque a cada dirigente de primer nivel le acompaña un doctor, ambulancia y expertos enfermeros, comenzaron los achaques y las urgencias continuadas. La clínica ya les quedaba muy lejos y demasiado expuesta, con frecuencia se escapaban rumores con doble lectura sobre algún dirigente enfermo.
Con apremio y previendo se trasladan al CIMEQ, ahí se preservan, en el arcano insondable objeto 20.
La política en Cuba es un muro detrás del cual siempre se esconde algo sucio y desconocido, aunque sea el dios Asclepios travestido.
Por ejemplo, cuando los insurrectos hirsutos descendieron de la Sierra, hambrientos de promiscuidad, por cierto, muy bien correspondidos, eran muy jóvenes y sólo podían contagiarse de enfermedades venéreas. En tales circunstancias, no debían acudir a hospitales ordinarios.
Fue así, cuando para atender la salud de quienes ya se perfilaban como grandes diferentes, se creó una pequeña consulta-laboratorio en la casa del entonces comandante René Vallejo (calle Este, entre 37 y Parque, Nuevo Vedado), a quien todos respetaban porque además de ser un médico extraordinario y magnifico conversador, era un excelente espiritista.
Con Vallejo se mataban – como dicen - tres pájaros de un tiro. Pero poco duro la existencia de “el primer centro hospitalario de los revolucionarios”. Empezó a quedarles chiquito, los dirigentes cubanos procreaban con la agilidad de una claria, al contrario de la población ordinaria que con desesperación migraba de oriente a occidente, y de occidente a Miami. Necesitaron entonces ampliar el centro élite de salud. Y llegaron a Miramar.
Los dos fastuosos palacetes que convergen en la esquina de 34 y 43, se transformaron en clínica. Farmacia, laboratorio, cuartos de ingreso, sala de urgencia, consultas, salón de operaciones, y en el sótano un local de terapia. Así funcionó inicialmente eso que hoy algunos llaman Clínica de 43, Clínica del Consejo de Estado, o también se le conoce como la Clínica de Kohly, nombre original del reparto donde se encuentra.
Allí no sólo se atendieron los más altos dirigentes, amigos y familiares; también algún gerifalte de África y América latina.
En poco tiempo aquella cliniquita creció con espíritu de imperio, se apoderó de las casas del frente y más tarde las de los costados. Le sumaron, salón de parto, neonatología, cirugía, sala de odontología, guarnición, spa, y todo lo demás, un hospital a todo dar, para la jet set de delincuentes, dirigido por un médico coronel de turno, siempre bajo la supervisión de la invisible y temida Dalia Soto Del Valle.
Para entonces – según los Castros II – Nuevo Vedado se había convertido en una barriada populachera donde vivían los tronados; y Miramar acogía a una nueva casta, los creídos ricos sin serlo. Así que, poniendo en práctica ese fraude que se esconde entre las leyes, desalojó algunos hogares y reorganizó su nuevo gueto un tantico más al oeste. En Siboney existen casas lujosas que comparten el inaccesible contexto.
La dirigencia envejeció, y aunque a cada dirigente de primer nivel le acompaña un doctor, ambulancia y expertos enfermeros, comenzaron los achaques y las urgencias continuadas. La clínica ya les quedaba muy lejos y demasiado expuesta, con frecuencia se escapaban rumores con doble lectura sobre algún dirigente enfermo.
Con apremio y previendo se trasladan al CIMEQ, ahí se preservan, en el arcano insondable objeto 20.
La política en Cuba es un muro detrás del cual siempre se esconde algo sucio y desconocido, aunque sea el dios Asclepios travestido.