En el pronóstico que presentara el pasado 12 de marzo ante el legislativo estadounidense el jefe de la oficina de inteligencia nacional, James Clapper, Rusia ocupó un capítulo de privilegiada atención.
En el mismo se denomina el sistema político ruso como “democracia dirigida” que tendrá más presión desde el Kremlin y esa presión tendrá un elemento de descontento popular, que se expresará en más protestas y descontento popular. Este descontento es compartido, aseguran los analistas estadounidenses, por importantes sectores de la opinión pública que no ven avanzar las reformas económicas y el sistema político “que carece de pluralismo real y sufre de mal gobierno y la arbitrariedad y la corrupción endémica.”
Las protestas de los últimos meses, consideradas las mayores en Rusia desde la desintegración de la URSS, es un indicativo de “la antipatía por el dúo Putin-Medvedev", dice el informe.
El regreso de Vladimir V. Putin al poder viene con una impronta de restauración de aquellos mecanismos de control que creó y fomentó durante ocho años y que considera disminuidos durante el mandato de Dimitri A. Medvedev. Bajo el mando de Putin las medidas contra la oposición, muchas refrendadas por la Duma, son agresivas, buscando la restricción de los movimientos opositores y la división entre ellos. El informe destaca que en el Kremlin “no se han ocupado de las fuentes de amargura e insatisfacción” que han motivado las protestas.
En política exterior aseguran que no habrá cambios significativos, aunque factores internos serán más influyentes que en épocas anteriores. Los autores del informe hablan de la alergia de Putin a cualquier crítica desde Estados Unidos, considerada siempre por Moscú como intromisión en asuntos internos. Para los rusos el sistema de defensa de misiles que planea Washington es piedra angular de su oposición a la política exterior estadounidense.
En el Medio Oriente, la situación alrededor de la crisis de Siria, la posición de Rusia no parece que varíe en breve. Para Moscú no es aceptable cualquier intervención externa militar, aunque sea árabe, destinada a sacar del poder a Asad. Los cambios en Libia y la región árabe son vistos con temor por Moscú, que no desea un aumento del factor musulmán en el interior de Rusia.
En el caso de Irán los rusos seguirán apostando por una negociación, sin importar cuan larga sea, y buscan premiar a Teheran por la cooperación con Occidente en el tema de inspecciones.
En Afganistán, dice el informe, seguirán apoyando las operaciones de la OTAN, pues los rusos se benefician del paso por su territorio del armamento y personal que desde Europa Occidental van al Asia, pero no desean una larga presencia estadounidense en sus fronteras sureñas. El fortalecimiento de su influencia en la zona que una vez fue de los soviéticos tendrá prioridad para el Kremlin, más ahora que cuenta con aliados como Bielorrusia y Kazajstán, socios en una unidad aduanera, ideada por Putin.
En el plano militar, todo el arsenal ruso tiene una sola misión “apoyar y mejorar la influencia geopolítica de Moscú”, y para ello realizan desde el 2008 una “reforma militar de gran alcance y un programa de modernización” de sus unidades militares.
Entre los planes tienen la creación de centros operativos más pequeños, más móviles y con personal mejor entrenado y con alta tecnología. Esos planes, dicen los expertos, “son una ruptura radical con los enfoques históricos soviéticos de personal, estructura de la fuerza, y la formación militar”. A esos esfuerzos le acompañan trabas burocráticas, de financiamiento y obstáculos culturales propios de los rusos, reconoce el informe. De todos modos, esas reformas “permitirán a los militares rusos derrotar rápidamente a sus vecinos más pequeños y seguir siendo la fuerza militar dominante en el espacio post-soviético”, como se demostró en la guerra con Georgia.
En el plano del enfrentamiento con Occidente “sus fuerzas nucleares son el garante fundamental de la doctrina militar rusa”, que le permite “compensar su debilidad militar vis-à-vis ante potenciales opositores”, termina el informe.
En el mismo se denomina el sistema político ruso como “democracia dirigida” que tendrá más presión desde el Kremlin y esa presión tendrá un elemento de descontento popular, que se expresará en más protestas y descontento popular. Este descontento es compartido, aseguran los analistas estadounidenses, por importantes sectores de la opinión pública que no ven avanzar las reformas económicas y el sistema político “que carece de pluralismo real y sufre de mal gobierno y la arbitrariedad y la corrupción endémica.”
Las protestas de los últimos meses, consideradas las mayores en Rusia desde la desintegración de la URSS, es un indicativo de “la antipatía por el dúo Putin-Medvedev", dice el informe.
El regreso de Vladimir V. Putin al poder viene con una impronta de restauración de aquellos mecanismos de control que creó y fomentó durante ocho años y que considera disminuidos durante el mandato de Dimitri A. Medvedev. Bajo el mando de Putin las medidas contra la oposición, muchas refrendadas por la Duma, son agresivas, buscando la restricción de los movimientos opositores y la división entre ellos. El informe destaca que en el Kremlin “no se han ocupado de las fuentes de amargura e insatisfacción” que han motivado las protestas.
En política exterior aseguran que no habrá cambios significativos, aunque factores internos serán más influyentes que en épocas anteriores. Los autores del informe hablan de la alergia de Putin a cualquier crítica desde Estados Unidos, considerada siempre por Moscú como intromisión en asuntos internos. Para los rusos el sistema de defensa de misiles que planea Washington es piedra angular de su oposición a la política exterior estadounidense.
En el Medio Oriente, la situación alrededor de la crisis de Siria, la posición de Rusia no parece que varíe en breve. Para Moscú no es aceptable cualquier intervención externa militar, aunque sea árabe, destinada a sacar del poder a Asad. Los cambios en Libia y la región árabe son vistos con temor por Moscú, que no desea un aumento del factor musulmán en el interior de Rusia.
En el caso de Irán los rusos seguirán apostando por una negociación, sin importar cuan larga sea, y buscan premiar a Teheran por la cooperación con Occidente en el tema de inspecciones.
En Afganistán, dice el informe, seguirán apoyando las operaciones de la OTAN, pues los rusos se benefician del paso por su territorio del armamento y personal que desde Europa Occidental van al Asia, pero no desean una larga presencia estadounidense en sus fronteras sureñas. El fortalecimiento de su influencia en la zona que una vez fue de los soviéticos tendrá prioridad para el Kremlin, más ahora que cuenta con aliados como Bielorrusia y Kazajstán, socios en una unidad aduanera, ideada por Putin.
En el plano militar, todo el arsenal ruso tiene una sola misión “apoyar y mejorar la influencia geopolítica de Moscú”, y para ello realizan desde el 2008 una “reforma militar de gran alcance y un programa de modernización” de sus unidades militares.
Entre los planes tienen la creación de centros operativos más pequeños, más móviles y con personal mejor entrenado y con alta tecnología. Esos planes, dicen los expertos, “son una ruptura radical con los enfoques históricos soviéticos de personal, estructura de la fuerza, y la formación militar”. A esos esfuerzos le acompañan trabas burocráticas, de financiamiento y obstáculos culturales propios de los rusos, reconoce el informe. De todos modos, esas reformas “permitirán a los militares rusos derrotar rápidamente a sus vecinos más pequeños y seguir siendo la fuerza militar dominante en el espacio post-soviético”, como se demostró en la guerra con Georgia.
En el plano del enfrentamiento con Occidente “sus fuerzas nucleares son el garante fundamental de la doctrina militar rusa”, que le permite “compensar su debilidad militar vis-à-vis ante potenciales opositores”, termina el informe.