Sin dudas que el proceso de Sucesión en Cuba ha culminado exitosamente para el régimen y en consecuencia los Castro, los amos del juego, han determinado que es mandatorio iniciar un proceso de transición que les garantice a ellos y a toda la nomenclatura, la impunidad de sus crímenes y la conservación de las riquezas adquiridas.
La transición que procuran no está orientada a cambios políticos o ideológicos en el liderazgo del país, por lo que no es de esperar que conduzca al establecimiento de un gobierno democrático y respetuoso de los derechos humanos.
No hay semejanza con lo que ocurrió en España o bajo las dictaduras militares latinoamericanas de los ochenta, porque el propio Raúl Castro, la máxima representación del antiguo régimen, se ha auto conferido cinco años más de gobierno, tiempo suficiente para atar, al menos por unos años más, a los herederos designados, que inexorablemente se irán distanciando de las ideas y postulados de los mentores que los condujeron al gobierno.
La gerontocracia cubana intenta realizarse una cura en salud. Están conscientes que la biología se impone y desde hace cierto tiempo aspiran a blindarse dejando en el poder a dirigentes jóvenes en edad, pero caducos en pensamiento como sus mentores, aunque en realidad la práctica ha demostrado que los elegidos eran genuinos representantes de la obra más acabada del régimen, “individuos con doble moral”.
La decisión en la última reunión de la ilegítima Asamblea Nacional de Cuba de designar un segundo jefe de gobierno muchos más joven que la cúpula en el poder, es una estrategia que está prevista desde hace cierto tiempo, porque desde hace muchos años los Castro vienen situando en lugares claves a potenciales herederos, que aunque inflexibles e intolerantes como sus jefes, ocultaban muy bien sus propias ambiciones y planes en lo que respecta al poder, y en consecuencia como conducir la nación cuando arribaran al poder real.
Hay que tener presente a funcionarios como Felipe Pérez Roque, del qué se dijo era quien mejor interpretaba el pensamiento del Comandante en Jefe.
Pérez Roque, como su par, Roberto Robaina y el más encumbrado Carlos Lage, entre otros defenestrado con anterioridad, llegaron a creerse que habían ascendido a las altas esferas por méritos propios, que tenían autoridad para tomar decisiones, hacer propuestas y pensar con independencia, ilusión que pagaron con creces.
La realidad es que la ingeniería social del castrismo ha sido otro fracaso más entre los muchos empeños de la dictadura.
La convicción de la nomenclatura de que las nuevas generaciones, en particular los que ocupan posiciones claves en las instituciones del estado compartan su visión e intereses, ha sido frustrada en numerosas ocasiones sin embargo no tienen otra alternativa que seguir procurando, en el marco del Gobierno y del Partido, encontrar el imprescindible relevo que les garantice en alguna medida la prolongación del proyecto.
En Cuba no se han producido cambios estructurales que permitan avizorar un proceso genuino de transición. El poder continúan en manos de los moncadistas, lo generales y doctores que asumieron la conducción de la República hace más de cinco décadas, siguen controlando de forma absoluta el poder.
El nombramiento de Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez, como primer vicepresidente del Consejo de Estado y de Ministro reviste importancia, pero la designación por sí misma no permite pensar que el país se orienta a un cambio genuino, porque la posición que ha pasado a ocupar es por su lealtad al Proyecto, no porque haya mostrado disposición a cambiar la situación del país.
Por otra parte el poder en Cuba esta centralizado en el Partido Comunista, una corporación mafiosa más que ideológica-política, que según la constitución "es la vanguardia organizada de la nación cubana", y en consecuencia la institución que determina el curso del gobierno y el estado, aunque en realidad las decisiones fundamentales no la toma el pleno de los lideres de esa institución, sino un pequeño círculo de altos dirigentes, en particular los que integran el Buro Político.
Hay que tener presente que Fidel Castro dejó la jefatura de gobierno antes de renunciar a la dirección del Partido y que el segundo secretario del Partido continua siendo José Ramón Machado Ventura.
Diaz-Canel es un alto funcionario gubernamental como lo fue Carlos Lage, pero su eventual acceso, sino se produce un imponderable a las primeras posiciones del país, solo puede ocurrir si junto al cargo gubernamental va escalando posiciones claves en el Buro Político del PCC al que pertenece.
Al menos en lo que al Poder respecta Raúl Castro ha copiado el modelo chino. Desde la década del 90 en el país asiático el liderazgo del Partido y del Gobierno, ambos bien atados, se relevan cada diez años como ha determinado para Cuba el Sucesor en Jefe.
La transición que procuran no está orientada a cambios políticos o ideológicos en el liderazgo del país, por lo que no es de esperar que conduzca al establecimiento de un gobierno democrático y respetuoso de los derechos humanos.
No hay semejanza con lo que ocurrió en España o bajo las dictaduras militares latinoamericanas de los ochenta, porque el propio Raúl Castro, la máxima representación del antiguo régimen, se ha auto conferido cinco años más de gobierno, tiempo suficiente para atar, al menos por unos años más, a los herederos designados, que inexorablemente se irán distanciando de las ideas y postulados de los mentores que los condujeron al gobierno.
La gerontocracia cubana intenta realizarse una cura en salud. Están conscientes que la biología se impone y desde hace cierto tiempo aspiran a blindarse dejando en el poder a dirigentes jóvenes en edad, pero caducos en pensamiento como sus mentores, aunque en realidad la práctica ha demostrado que los elegidos eran genuinos representantes de la obra más acabada del régimen, “individuos con doble moral”.
La decisión en la última reunión de la ilegítima Asamblea Nacional de Cuba de designar un segundo jefe de gobierno muchos más joven que la cúpula en el poder, es una estrategia que está prevista desde hace cierto tiempo, porque desde hace muchos años los Castro vienen situando en lugares claves a potenciales herederos, que aunque inflexibles e intolerantes como sus jefes, ocultaban muy bien sus propias ambiciones y planes en lo que respecta al poder, y en consecuencia como conducir la nación cuando arribaran al poder real.
Hay que tener presente a funcionarios como Felipe Pérez Roque, del qué se dijo era quien mejor interpretaba el pensamiento del Comandante en Jefe.
Pérez Roque, como su par, Roberto Robaina y el más encumbrado Carlos Lage, entre otros defenestrado con anterioridad, llegaron a creerse que habían ascendido a las altas esferas por méritos propios, que tenían autoridad para tomar decisiones, hacer propuestas y pensar con independencia, ilusión que pagaron con creces.
La realidad es que la ingeniería social del castrismo ha sido otro fracaso más entre los muchos empeños de la dictadura.
La convicción de la nomenclatura de que las nuevas generaciones, en particular los que ocupan posiciones claves en las instituciones del estado compartan su visión e intereses, ha sido frustrada en numerosas ocasiones sin embargo no tienen otra alternativa que seguir procurando, en el marco del Gobierno y del Partido, encontrar el imprescindible relevo que les garantice en alguna medida la prolongación del proyecto.
En Cuba no se han producido cambios estructurales que permitan avizorar un proceso genuino de transición. El poder continúan en manos de los moncadistas, lo generales y doctores que asumieron la conducción de la República hace más de cinco décadas, siguen controlando de forma absoluta el poder.
El nombramiento de Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez, como primer vicepresidente del Consejo de Estado y de Ministro reviste importancia, pero la designación por sí misma no permite pensar que el país se orienta a un cambio genuino, porque la posición que ha pasado a ocupar es por su lealtad al Proyecto, no porque haya mostrado disposición a cambiar la situación del país.
Por otra parte el poder en Cuba esta centralizado en el Partido Comunista, una corporación mafiosa más que ideológica-política, que según la constitución "es la vanguardia organizada de la nación cubana", y en consecuencia la institución que determina el curso del gobierno y el estado, aunque en realidad las decisiones fundamentales no la toma el pleno de los lideres de esa institución, sino un pequeño círculo de altos dirigentes, en particular los que integran el Buro Político.
Hay que tener presente que Fidel Castro dejó la jefatura de gobierno antes de renunciar a la dirección del Partido y que el segundo secretario del Partido continua siendo José Ramón Machado Ventura.
Diaz-Canel es un alto funcionario gubernamental como lo fue Carlos Lage, pero su eventual acceso, sino se produce un imponderable a las primeras posiciones del país, solo puede ocurrir si junto al cargo gubernamental va escalando posiciones claves en el Buro Político del PCC al que pertenece.
Al menos en lo que al Poder respecta Raúl Castro ha copiado el modelo chino. Desde la década del 90 en el país asiático el liderazgo del Partido y del Gobierno, ambos bien atados, se relevan cada diez años como ha determinado para Cuba el Sucesor en Jefe.