El domingo próximo se celebrará en Budapest la asamblea anual del Congreso Mundial de los Judíos (“World Jewish Congress”), reunión que hasta la fecha se venía llevando a cabo exclusivamente en Israel o los Estados Unidos.
La ubicación en Budapest del encuentro máximo del judaísmo mundial es un alarde de solidaridad: se celebrará en la capital magyar porque hoy en día Hungría es el país más antisemita de Europa y cuenta con la tercera comunidad judía mayor del Viejo Continente.
El actual odio húngaro a los judíos – que tiene sus raíces en la complicada amalgama de nacionalidades que constituía el Imperio Austro-húngaro – es difícil de explicar, pero es patente en la vida del país y va desde la política (donde el partido neonazi “Jobbic” entró en el Parlamento ante todo por su racismo antisemita) hasta las universidades magyares. Allá la discriminación y hostilidad contra profesores y alumnos judíos es agresiva y descarada y – lo más alarmante para un sociedad moderna y progresista – aumenta cada vez más. Las últimas encuestas demoscópicas señalaban que un tercio de los universitarios húngaros votarían hoy al “Jobbic” justamente por su radicalismo racista.
Por si esto no fuera suficientemente grave, muchos analistas creen ver querencias antisemitas también en la judicatura magyar. La afirmación es muy difícil de documentar con el número de sentencias de los últimos años, pero las que invocan los denunciantes dan que pensar. La última fue la de un tribunal de Budapest que anuló la prohibición presidencia de celebrar una manifestación antisemita por las calles de la capital.
La manifestación quería ser extremadamente agresiva e insultante – un carrusel de motociclistas en torno a la gran sinagoga de la ciudad bajo el lema “más gas” – y tanto Gobierno como oposición coincidieron en que había que prohibirla. No así los jueces, quienes consideraron que era más que legitima porque la manifestación había obtenido en su día el permiso administrativo correspondiente y, sobre todo, porque encajaba plenamente en el derecho constitucional de libre manifestación.
La respuesta judía a este estado de ánimo ha sido el mentado gesto de solidaridad con sus congéneres húngaros, convocando el congreso anual justamente en Budapest.
Esta solidaridad es en cierto modo también la explicación de que a pesar de todas las desgracias históricas, diásporas, pogromos y discriminaciones jurídicas, etc. etc. el pueblo judío no sólo ha logrado mantener su identidad a lo largo de casi cuatro mil años, sino que incluso logró recuperar a mediados del siglo pasado una patria buscada por Moisés y conquistada por Joshua.
La ubicación en Budapest del encuentro máximo del judaísmo mundial es un alarde de solidaridad: se celebrará en la capital magyar porque hoy en día Hungría es el país más antisemita de Europa y cuenta con la tercera comunidad judía mayor del Viejo Continente.
El actual odio húngaro a los judíos – que tiene sus raíces en la complicada amalgama de nacionalidades que constituía el Imperio Austro-húngaro – es difícil de explicar, pero es patente en la vida del país y va desde la política (donde el partido neonazi “Jobbic” entró en el Parlamento ante todo por su racismo antisemita) hasta las universidades magyares. Allá la discriminación y hostilidad contra profesores y alumnos judíos es agresiva y descarada y – lo más alarmante para un sociedad moderna y progresista – aumenta cada vez más. Las últimas encuestas demoscópicas señalaban que un tercio de los universitarios húngaros votarían hoy al “Jobbic” justamente por su radicalismo racista.
Por si esto no fuera suficientemente grave, muchos analistas creen ver querencias antisemitas también en la judicatura magyar. La afirmación es muy difícil de documentar con el número de sentencias de los últimos años, pero las que invocan los denunciantes dan que pensar. La última fue la de un tribunal de Budapest que anuló la prohibición presidencia de celebrar una manifestación antisemita por las calles de la capital.
La manifestación quería ser extremadamente agresiva e insultante – un carrusel de motociclistas en torno a la gran sinagoga de la ciudad bajo el lema “más gas” – y tanto Gobierno como oposición coincidieron en que había que prohibirla. No así los jueces, quienes consideraron que era más que legitima porque la manifestación había obtenido en su día el permiso administrativo correspondiente y, sobre todo, porque encajaba plenamente en el derecho constitucional de libre manifestación.
La respuesta judía a este estado de ánimo ha sido el mentado gesto de solidaridad con sus congéneres húngaros, convocando el congreso anual justamente en Budapest.
Esta solidaridad es en cierto modo también la explicación de que a pesar de todas las desgracias históricas, diásporas, pogromos y discriminaciones jurídicas, etc. etc. el pueblo judío no sólo ha logrado mantener su identidad a lo largo de casi cuatro mil años, sino que incluso logró recuperar a mediados del siglo pasado una patria buscada por Moisés y conquistada por Joshua.