El 19 de octubre del 202 A. C. el general romano Escipión el Africano, venció a Aníbal en la batalla de Zama, en las cercanías de Cartago. No tiene nada que ver, pero en esa misma fecha, mucho, pero mucho tiempo después, nació en La Habana, Cuba, el nuevo y flamante campeón de golf, Dr. Antonio Castro Soto del Valle, el cuarto de cinco varones nacidos de la unión del ex dictador Fidel Castro con Dalia Soto del Valle (una mujer que respeto por el ejercicio excepcional de su condición de madre).
Aclaro, digo que es excepcional porque una calurosa noche de invierno, finalizando el año 2004 y sobre mi vida caía todo el poder del MININT y el frenesí de Raúl, Antonio se acercó a mi esposa, sacó de su billetera un billete de dos dólares y mirándole a los ojos le dijo “Dicen que da buena suerte; tómalo, la van a necesitar. Raúl intentó acabar conmigo; pero mi madre está viva, la de JJ no”.
Mi relación con Antonio siempre fue afable, distante, y sincera, nada más. Sus matrimonios, esposas e hijos no es tema sobre este tapete.
De niño - según cuentan los escoltas - Tony era tímido, obsesivo, curioso y antojadizo; pero su maestro de historia durante el tiempo que estudio en la Lenin, le describe como un estudiante inconstante y un becario poco aseado que por no llevar su apellido sufría reiteradas crisis de identidad y depresión. Quizás esta frustración se convirtió en contrapeso de avance para luego desplegarse.
Vale señalar que por el halo de misterio y seguridad, una constante en su vida, durante el periodo estudiantil, sus maestros fueron miembros activos de la dirección general de seguridad personal del MININT travestidos en pedagogos, que marcaron extensas lagunas en el proceso cognitivo e instructivo del joven Castro Soto del Valle.
Cuando por órdenes de su padre, quebraron el cascarón del hermetismo, Antonio, ávido de sociabilizar, se redescubrió, y emergió al mundanal ruido, con tres atractivos adjetivos, famoso, rico y poderoso; que es igual a, potente imán de atención. Lo que muchos se preguntan es por qué sin ser el mayor, ni el único, ni el último ni el preferido, sea él el “sin igual”.
Por supuesto, el estereotipo de belleza influye, Antonio es rubio, bien parecido, abundante en estatura y exagerado de ego. Es la imagen varonil de cualquier primer actor. Y además tiene fama de buen doctor.
Con educación de rey, y fascinado por los regímenes monárquicos, es un mortal sofisticado que tiene encanto, elegancia y buen gusto. Amable cuando quiere serlo y aplastante cuando se le contradice.
Pero la clave de su éxito está en el arte de la seducción. Él sabe bien que su apellido, más que un icono, es una marca comercial y maneja con maestría y al detalle, su mercadotecnia personal.
La inmodestia y el glamour son, sin dudas, sus más fuertes atractivos; disfruta ser diferente aunque repele a quien lo adula, posee sensibilidad temporal por los cubanos del patio, (a quienes por lógica heredada ve como súbditos) los que como única propiedad tienen el carnet de identidad.
Tony es un tipo chévere, que nació en un medio desafecto y asume que, aún naciendo en el poder, todos los seres humanos nos parecemos a nuestro entorno y como tal deberíamos ser entendidos.
Aclaro, digo que es excepcional porque una calurosa noche de invierno, finalizando el año 2004 y sobre mi vida caía todo el poder del MININT y el frenesí de Raúl, Antonio se acercó a mi esposa, sacó de su billetera un billete de dos dólares y mirándole a los ojos le dijo “Dicen que da buena suerte; tómalo, la van a necesitar. Raúl intentó acabar conmigo; pero mi madre está viva, la de JJ no”.
Mi relación con Antonio siempre fue afable, distante, y sincera, nada más. Sus matrimonios, esposas e hijos no es tema sobre este tapete.
De niño - según cuentan los escoltas - Tony era tímido, obsesivo, curioso y antojadizo; pero su maestro de historia durante el tiempo que estudio en la Lenin, le describe como un estudiante inconstante y un becario poco aseado que por no llevar su apellido sufría reiteradas crisis de identidad y depresión. Quizás esta frustración se convirtió en contrapeso de avance para luego desplegarse.
Vale señalar que por el halo de misterio y seguridad, una constante en su vida, durante el periodo estudiantil, sus maestros fueron miembros activos de la dirección general de seguridad personal del MININT travestidos en pedagogos, que marcaron extensas lagunas en el proceso cognitivo e instructivo del joven Castro Soto del Valle.
Cuando por órdenes de su padre, quebraron el cascarón del hermetismo, Antonio, ávido de sociabilizar, se redescubrió, y emergió al mundanal ruido, con tres atractivos adjetivos, famoso, rico y poderoso; que es igual a, potente imán de atención. Lo que muchos se preguntan es por qué sin ser el mayor, ni el único, ni el último ni el preferido, sea él el “sin igual”.
Por supuesto, el estereotipo de belleza influye, Antonio es rubio, bien parecido, abundante en estatura y exagerado de ego. Es la imagen varonil de cualquier primer actor. Y además tiene fama de buen doctor.
Con educación de rey, y fascinado por los regímenes monárquicos, es un mortal sofisticado que tiene encanto, elegancia y buen gusto. Amable cuando quiere serlo y aplastante cuando se le contradice.
Pero la clave de su éxito está en el arte de la seducción. Él sabe bien que su apellido, más que un icono, es una marca comercial y maneja con maestría y al detalle, su mercadotecnia personal.
La inmodestia y el glamour son, sin dudas, sus más fuertes atractivos; disfruta ser diferente aunque repele a quien lo adula, posee sensibilidad temporal por los cubanos del patio, (a quienes por lógica heredada ve como súbditos) los que como única propiedad tienen el carnet de identidad.
Tony es un tipo chévere, que nació en un medio desafecto y asume que, aún naciendo en el poder, todos los seres humanos nos parecemos a nuestro entorno y como tal deberíamos ser entendidos.