Las ballerinas del Ballet Nacional Cubano que desertaron el año pasado cuando estaban de gira por México intentan adaptarse a su nueva vida en Estados Unidos, como inmigrantes en busca de oportunidades profesionales y enfrentando choques culturales.
Practican al fondo de un estudio de ballet ubicado al lado de un restaurante Wendy's en un centro comercial. Las seis bailarinas saltan de un lado a otro, alejadas de un grupo de madres que en la parte de enfrente observan a sus hijitas haciendo la danza en trajes rosados.
Las ballerinas se mueven en parejas, bailando de puntillas y estirando los brazos. Al fondo suena "La Bayadare", el ballet coreografiado francés que están practicando.
Las bailarinas parecen ser integrantes de cualquier compañía de danza, pero por el momento son algo más: inmigrantes en Estados Unidos, esforzándose por conseguir oportunidades de danza mientras enfrentan las dificultades del choque de culturas y el aprendizaje del inglés. Eran integrantes del Ballet Nacional de Cuba que desertaron en México en abril y cruzaron a Estados Unidos por Texas.
Pedro Pablo Peña, quien también fue alguna vez bailarín en Cuba, las ha traído bajo su ala, dándoles alojamiento y espacios para practicar y presentarse. En mayo, hicieron su debut en una presentación especial con el Ballet Clásico Cubano de Miami.
Ahora tratan de dilucidar su futuro. Llegaron a Estados Unidos después de que las compañías de ballet ya habían realizado las audiciones para la próxima temporada, y las organizaciones artísticas de todo el país enfrentan restricciones presupuestarias.
Sólo una de ellas ha firmado un contrato.
"Son tiempos difíciles", expresó Octavio Roca, autor de un libro sobre el ballet cubano.
Aun así, las ballerinas insisten en que no se arrepienten de su decisión.
"Ahora voy a empezar una vida nueva", declaró Arianni Martín, de 20 años.
La odisea de estas bailarinas, así como la de muchas otras anteriores, comenzó en La Habana, donde cada una se destacó en sus respectivas academias de ballet hasta conseguir ser incluidas en el Ballet Nacional de Cuba, ampliamente considerado como uno de los mejores del mundo.
El ballet es dirigido por Alicia Alonso, quien hoy tiene 92 años, una ex prima ballerina que bailaba pasados sus 70 años. Alonso fundó la compañía en 1948 y la ha guiado durante décadas, incluso bajo difíciles situaciones económicas.
A pesar del prestigio que tiene la compañía, es frecuente que sus integrantes abandonen filas en las giras internacionales. La primera vez que ello ocurrió fue en 1966, cuando 10 bailarines desertaron cuando se presentaban en París.
Tantos bailarines cubanos han huido de Cuba que hoy en día muchos de ellos son instructores en casi todas las compañías de ballet estadounidenses. Su influencia colectiva se puede comparar a la que tenían los soviéticos en los años 70 y 80, dijo Roca. Para los rusos tal influencia podría considerarse natural ya que Rusia es un país grande y poderoso con una larga y exitosa trayectoria de ballet. Pero Cuba es una pequeña isla en el Caribe con apenas 11 millones de habitantes.
"No hay razón para que un país tan pequeño tenga tanta influencia pero ahí lo ves", comentó Roca. "Obviamente Alicia hizo algo bien, a pesar de que ha perdido bailarines".
En abril, unos 70 bailarines fueron enviados a México para montar Giselle, una pieza clásica frecuentemente presentada por el ballet cubano. Martín fue seleccionada para hacer el papel de la amiga de Giselle en el segundo acto.
Antes de salir de Cuba, Martín le informó a su familia sobre sus planes de quedarse en el exterior. Aunque con dificultad, aceptaron su decisión. Ella no se iría sola pues una amiga cercana en el ballet y los novios de ambas, que también danzan, las acompañarían.
Las cuatro ballerinas no le dijeron nada de sus planes a los otros compañeros del grupo hasta después de su última presentación en Chetumal, México. Para poder salir de México, necesitarían sus pasaportes, que estaban siendo retenidos por una de las asistentes de la agrupación.
Martín tomó a un lado a la asistente esa noche y le pidió que le devuelvan el pasaporte. La asistente les dijo a ella y a las otras que vayan a su habitación a la madrugada.
"Todo el tiempo estábamos nerviosas", dijo Martín. "No sabíamos qué iba a pasar".
Las bailarinas fueron a la habitación de la asistente a las 5 de la madrugada y ella les entregó sus pasaportes, deseándoles buen viaje.
"Me escriben", les pidió.
Las cuatro bailarinas se encontraron con otras tres al salir del hotel. Inicialmente, las siete viajaron juntas hacia el norte hasta que una decidió quedarse en México y otras dos se fueron su propia cuenta a Estados Unidos.
Martín y sus compañeras tomaron un autobús a Córdoba, y de allí a Laredo, donde cruzaron a pie hacia Texas.
Al cruzar, se mantenían calladas por temor a que alguien se diera cuenta de sus acentos y les roben sus pasaportes, pues por lo general, los cubanos que llegan a territorio estadounidense se les permite quedar, mientras a los mexicanos y a otros hispanos se les deporta.
Las autoridades interrogaron a las bailarinas "sobre todo" durante una hora, destacó Martín.
Cuando entraron a territorio estadounidense, se abrazaron y fueron recibidas por un familiar de la amiga de Martín. Tomaron un autobús a Miami, donde vive la más grande comunidad de exiliados cubanos en Estados Unidos.
Un amigo les puso en contacto con Peña, el fundador del Ballet Clásico Cubano de Miami, y antes un bailarín también. Peña fundó su compañía hace seis años, más de dos décadas después de salir de Cuba en el éxodo de Mariel cuando unos 100.000 cubanos recibieron autorización para salir de la isla en medio de tensiones sociales y económicas allí. Peña detectó la necesidad de tener una compañía de ballet para ayudar los dancistas que desertaban hasta que consiguieran su propio contrato.
Peña compró y remodeló una casa, deteriorada pero histórica, a las orillas del río Miami. Las ballerinas se hospedan en habitaciones pequeñas en el tercer piso, que llevan nombres de artistas cubanos famosos. En el segundo piso hay salas de práctica, con barras y pianos.
En mayo se presentaron en el Fillmore Miami, aunque la crítica fue ambivalente.
Uno de los bailarines, Edward González, se presentará la temporada próxima con el Ballet de Sarasota. Los demás han estado practicando, dando clases y descubriendo lo que es vivir en Estados Unidos. En sus páginas de Facebook, muestran fotos donde están paradas al lado de banderas estadounidenses, comprando ropa o abrazándose.
Martín y sus compañeras están impresionadas con la cantidad de alimentos que vienen enlatados y que fácilmente se pueden comer tras meterlos en el horno microondas.
"Es increíble, no tenemos que hacer nada", comentó Martín.
Miami, dice González, es "como una Cuba desarrollada". Está ansioso por llegar a Sarasota, a unos 370 kilómetros (230 millas) al noroeste de Miami.
"Ese es el verdadero Estados Unidos, allí sí que voy a tener que aprender inglés", añadió.
Practican al fondo de un estudio de ballet ubicado al lado de un restaurante Wendy's en un centro comercial. Las seis bailarinas saltan de un lado a otro, alejadas de un grupo de madres que en la parte de enfrente observan a sus hijitas haciendo la danza en trajes rosados.
Las ballerinas se mueven en parejas, bailando de puntillas y estirando los brazos. Al fondo suena "La Bayadare", el ballet coreografiado francés que están practicando.
Las bailarinas parecen ser integrantes de cualquier compañía de danza, pero por el momento son algo más: inmigrantes en Estados Unidos, esforzándose por conseguir oportunidades de danza mientras enfrentan las dificultades del choque de culturas y el aprendizaje del inglés. Eran integrantes del Ballet Nacional de Cuba que desertaron en México en abril y cruzaron a Estados Unidos por Texas.
Pedro Pablo Peña, quien también fue alguna vez bailarín en Cuba, las ha traído bajo su ala, dándoles alojamiento y espacios para practicar y presentarse. En mayo, hicieron su debut en una presentación especial con el Ballet Clásico Cubano de Miami.
Ahora tratan de dilucidar su futuro. Llegaron a Estados Unidos después de que las compañías de ballet ya habían realizado las audiciones para la próxima temporada, y las organizaciones artísticas de todo el país enfrentan restricciones presupuestarias.
Sólo una de ellas ha firmado un contrato.
"Son tiempos difíciles", expresó Octavio Roca, autor de un libro sobre el ballet cubano.
Aun así, las ballerinas insisten en que no se arrepienten de su decisión.
"Ahora voy a empezar una vida nueva", declaró Arianni Martín, de 20 años.
La odisea de estas bailarinas, así como la de muchas otras anteriores, comenzó en La Habana, donde cada una se destacó en sus respectivas academias de ballet hasta conseguir ser incluidas en el Ballet Nacional de Cuba, ampliamente considerado como uno de los mejores del mundo.
El ballet es dirigido por Alicia Alonso, quien hoy tiene 92 años, una ex prima ballerina que bailaba pasados sus 70 años. Alonso fundó la compañía en 1948 y la ha guiado durante décadas, incluso bajo difíciles situaciones económicas.
A pesar del prestigio que tiene la compañía, es frecuente que sus integrantes abandonen filas en las giras internacionales. La primera vez que ello ocurrió fue en 1966, cuando 10 bailarines desertaron cuando se presentaban en París.
Tantos bailarines cubanos han huido de Cuba que hoy en día muchos de ellos son instructores en casi todas las compañías de ballet estadounidenses. Su influencia colectiva se puede comparar a la que tenían los soviéticos en los años 70 y 80, dijo Roca. Para los rusos tal influencia podría considerarse natural ya que Rusia es un país grande y poderoso con una larga y exitosa trayectoria de ballet. Pero Cuba es una pequeña isla en el Caribe con apenas 11 millones de habitantes.
"No hay razón para que un país tan pequeño tenga tanta influencia pero ahí lo ves", comentó Roca. "Obviamente Alicia hizo algo bien, a pesar de que ha perdido bailarines".
En abril, unos 70 bailarines fueron enviados a México para montar Giselle, una pieza clásica frecuentemente presentada por el ballet cubano. Martín fue seleccionada para hacer el papel de la amiga de Giselle en el segundo acto.
Antes de salir de Cuba, Martín le informó a su familia sobre sus planes de quedarse en el exterior. Aunque con dificultad, aceptaron su decisión. Ella no se iría sola pues una amiga cercana en el ballet y los novios de ambas, que también danzan, las acompañarían.
Las cuatro ballerinas no le dijeron nada de sus planes a los otros compañeros del grupo hasta después de su última presentación en Chetumal, México. Para poder salir de México, necesitarían sus pasaportes, que estaban siendo retenidos por una de las asistentes de la agrupación.
Martín tomó a un lado a la asistente esa noche y le pidió que le devuelvan el pasaporte. La asistente les dijo a ella y a las otras que vayan a su habitación a la madrugada.
"Todo el tiempo estábamos nerviosas", dijo Martín. "No sabíamos qué iba a pasar".
Las bailarinas fueron a la habitación de la asistente a las 5 de la madrugada y ella les entregó sus pasaportes, deseándoles buen viaje.
"Me escriben", les pidió.
Las cuatro bailarinas se encontraron con otras tres al salir del hotel. Inicialmente, las siete viajaron juntas hacia el norte hasta que una decidió quedarse en México y otras dos se fueron su propia cuenta a Estados Unidos.
Martín y sus compañeras tomaron un autobús a Córdoba, y de allí a Laredo, donde cruzaron a pie hacia Texas.
Al cruzar, se mantenían calladas por temor a que alguien se diera cuenta de sus acentos y les roben sus pasaportes, pues por lo general, los cubanos que llegan a territorio estadounidense se les permite quedar, mientras a los mexicanos y a otros hispanos se les deporta.
Las autoridades interrogaron a las bailarinas "sobre todo" durante una hora, destacó Martín.
Cuando entraron a territorio estadounidense, se abrazaron y fueron recibidas por un familiar de la amiga de Martín. Tomaron un autobús a Miami, donde vive la más grande comunidad de exiliados cubanos en Estados Unidos.
Un amigo les puso en contacto con Peña, el fundador del Ballet Clásico Cubano de Miami, y antes un bailarín también. Peña fundó su compañía hace seis años, más de dos décadas después de salir de Cuba en el éxodo de Mariel cuando unos 100.000 cubanos recibieron autorización para salir de la isla en medio de tensiones sociales y económicas allí. Peña detectó la necesidad de tener una compañía de ballet para ayudar los dancistas que desertaban hasta que consiguieran su propio contrato.
Peña compró y remodeló una casa, deteriorada pero histórica, a las orillas del río Miami. Las ballerinas se hospedan en habitaciones pequeñas en el tercer piso, que llevan nombres de artistas cubanos famosos. En el segundo piso hay salas de práctica, con barras y pianos.
En mayo se presentaron en el Fillmore Miami, aunque la crítica fue ambivalente.
Uno de los bailarines, Edward González, se presentará la temporada próxima con el Ballet de Sarasota. Los demás han estado practicando, dando clases y descubriendo lo que es vivir en Estados Unidos. En sus páginas de Facebook, muestran fotos donde están paradas al lado de banderas estadounidenses, comprando ropa o abrazándose.
Martín y sus compañeras están impresionadas con la cantidad de alimentos que vienen enlatados y que fácilmente se pueden comer tras meterlos en el horno microondas.
"Es increíble, no tenemos que hacer nada", comentó Martín.
Miami, dice González, es "como una Cuba desarrollada". Está ansioso por llegar a Sarasota, a unos 370 kilómetros (230 millas) al noroeste de Miami.
"Ese es el verdadero Estados Unidos, allí sí que voy a tener que aprender inglés", añadió.