Contra todo pronóstico, las elecciones generales iraníes no las ganó el candidato ultraconservador preferido por los guardianes de la revolución - Said Ashalili - sino el aspirante más moderado, Hassan Rohani.
El desenlace electoral es trascendental para la política nacional iraní, pero en el ámbito exterior no significa más que un cambio de matiz. Porque en la teocracia persa, el poder está monopolizado por los ayatolás y nadie puede acceder a la jefatura del Gobierno en contra de su voluntad. Y Rohani fue admitido como candidato y perteneció a la élite dirigente desde que la clerecía chií encabezada por Khomeini derrocó al último sha.
En los primeros años de la revolución teocrática, Rohani fue uno de los hombres de confianza del gran ayatolá. Los occidentales le conocen muy bien porque ha sido durante muchos años el subdirector de la delegación iraní en las negociaciones sobre el programa de Teherán de desarrollo de su industria nuclear. En esta posición dejó muy claro que estaba dispuesto a negociar plazo y minucias, pero que no transigía ni un ápice sobre el derecho del Irán a tener una industria nuclear completa… y completa quiere decir tan desarrollada como para poder pasar fácilmente a la producción de uranio altamente enriquecido.
La victoria de Rohani es importante, empero, para la política interior persa. No sólo obtuvo él en la primera vuelta de los comicios la mayoría absoluta - tenue, del 50,7%, pero absoluta -, sino que el segundo más votado (16,6%), Mohamed Bagher Khalibaf, también es un moderado. Con lo cual resulta que los antigubernamentales se llevaron casi los dos tercios de las papeletas.
Este repudio masivo de las urnas al Gobierno saliente de Ahmadinedjad era previsible. Y es que la política ultranacionalista de éste ha llevado al Irán a una pérdida de nivel de vida y una decadencia económica alarmante - es el segundo productor del mundo de petróleo, ¡pero tiene que importar la gasolina! Esto basta en cualquier país del mundo para indisponer al pueblo con su Gobierno, pero en el caso iraní la irritación ha sido mayor porque de la mano de Ahmadinedjad la corrupción y el nepotismo rayaban en conductas de dictadura tercermundista, llevándose los mejores cargos y los negocios más pingües tan sólo las jerarquías de los Guardianes de la Revolución.
El descontento popular sumado a la mala marcha económica del país y a las quejas de más de un ayatollá excluido de las bicocas del poder permitía prever la inminente eliminación de Ahmadinedjah del Gobierno. Lo que ha sorprendido ha sido lo abrumador del rechazo.
Y esto, por desgracia, no influirá lo más mínimo en la futura postura de Teherán en el conflicto de la industria nuclear iraní.
El desenlace electoral es trascendental para la política nacional iraní, pero en el ámbito exterior no significa más que un cambio de matiz. Porque en la teocracia persa, el poder está monopolizado por los ayatolás y nadie puede acceder a la jefatura del Gobierno en contra de su voluntad. Y Rohani fue admitido como candidato y perteneció a la élite dirigente desde que la clerecía chií encabezada por Khomeini derrocó al último sha.
En los primeros años de la revolución teocrática, Rohani fue uno de los hombres de confianza del gran ayatolá. Los occidentales le conocen muy bien porque ha sido durante muchos años el subdirector de la delegación iraní en las negociaciones sobre el programa de Teherán de desarrollo de su industria nuclear. En esta posición dejó muy claro que estaba dispuesto a negociar plazo y minucias, pero que no transigía ni un ápice sobre el derecho del Irán a tener una industria nuclear completa… y completa quiere decir tan desarrollada como para poder pasar fácilmente a la producción de uranio altamente enriquecido.
La victoria de Rohani es importante, empero, para la política interior persa. No sólo obtuvo él en la primera vuelta de los comicios la mayoría absoluta - tenue, del 50,7%, pero absoluta -, sino que el segundo más votado (16,6%), Mohamed Bagher Khalibaf, también es un moderado. Con lo cual resulta que los antigubernamentales se llevaron casi los dos tercios de las papeletas.
Este repudio masivo de las urnas al Gobierno saliente de Ahmadinedjad era previsible. Y es que la política ultranacionalista de éste ha llevado al Irán a una pérdida de nivel de vida y una decadencia económica alarmante - es el segundo productor del mundo de petróleo, ¡pero tiene que importar la gasolina! Esto basta en cualquier país del mundo para indisponer al pueblo con su Gobierno, pero en el caso iraní la irritación ha sido mayor porque de la mano de Ahmadinedjad la corrupción y el nepotismo rayaban en conductas de dictadura tercermundista, llevándose los mejores cargos y los negocios más pingües tan sólo las jerarquías de los Guardianes de la Revolución.
El descontento popular sumado a la mala marcha económica del país y a las quejas de más de un ayatollá excluido de las bicocas del poder permitía prever la inminente eliminación de Ahmadinedjah del Gobierno. Lo que ha sorprendido ha sido lo abrumador del rechazo.
Y esto, por desgracia, no influirá lo más mínimo en la futura postura de Teherán en el conflicto de la industria nuclear iraní.