El tango es un pensamiento triste que se baila, sentenció Enrique Santos Discépolo. La Real Academia Española debería adoptar esta definición como modelo y reescribir su diccionario. Ninguna de las que ofrece le gana en exactitud y belleza. “Lamento cubano” no es un tango sino un son pero de bailarse, son al fin, no desmerecería esa definición. Que piensa es obvio, no hace más que pensar, porque las causas de la debacle que sufre el país se le escapan: ninguna, hasta donde alcanza a entrever, la justifica. Que es víctima de la pesadumbre, salta al oído. Pero hace algo más: exhorta a escuchar un llamado proveniente de la naturaleza, un llamado a la fraternidad:
Ay,
en el susurro del palmar,
se oye el eco resonar
de una voz de dolor
que al amor
llama.
Una vez más, la palma inserta en el drama nacional, y con la palma, la música que producen sus hojas al ser agitadas por el viento; una música que lejos de prescindir de la voz, le sirve de vehículo o caja de resonancia; una música vocal, y por consiguiente previa a nuestro cancionero. Antes de que los primeros habitantes de Cuba pusieran música a unas palabras o palabras a una música, la naturaleza cantaba. No sólo sonaba: cantaba, o quien sabe si, a través de ella, lo hiciera un ser sobrenatural a quien no le era indiferente el destino de la isla.
La gravedad de “Lamento cubano” es proporcional a la alegría disparatera de “Papá Montero”, son de sones compuesto en 1924 donde Eliseo Grenet pone en evidencia la afición del cubano a tirarlo todo a broma, incluso la muerte, y cuyo escenario no es otro que el sepelio del personaje que da título a la composición:
El estribillo, abierto a todo género de improvisaciones, es una carcajada expansiva:
“Papá Montero” inspiró uno de los poemas más hermosos de “Sóngoro cosongo”, libro de Nicolás Guillén publicado en 1931 donde se describen, además de la muerte del protagonista por una puñalada, su aspecto, sus costumbres, su velatorio y la ofrenda que el poeta deposita en su lecho:
y “La clave de oro”, donde intercala un estribillo que muchos años después Leo Brouwer citará en su “Danza característica”:
estribillo idóneo para captar el patrón rítmico de la conga a partir de la mera acentuación de las palabras.
El éxito de la conga en París fue tal que las academias de baile enviaron representantes a una reunión celebrada el 12 de junio de 1934 en La Cueva, centro nocturno donde Grenet, en compañía de una orquesta y cinco parejas de bailarines criollos, ofreció instrucciones para que los profesores franceses se familiarizaran con sus pasos y su coreografía. La conga de salón fue aprobada por L´Académie del Maitres de Danse, el Syndicat National, la Tribune de la Danse y la Union des Professeurs de Danse et d´Education Physique de París.
Entre los tangos congos, congas y sones que acompañaron a Grenet a Francia estuvo “Tata Cuñengue”, retrato en movimiento de un personaje del folclor afrocubano, extracto de orishas, maestro en el arte de matar alacranes, culebras y todo género de animales peligrosos, brujo y amigo de hablar por boca de otros, entre ellos, Antonio Machín y Bola de Nieve:
Soy Tata Cuñengue,
el mejor bichero,
el chévere y guapo,
¡yo soy el primero!
Yo mismitico
le vo a mostrá
a la señora y lo caballero
cómo se mata el alacrán.
Tata Cuñengue
lo va a matar
con el machete
del mayoral.
Corta pezuña,
corta tenaza,
corta ponzoña
del animal.
Tata cuñengue
¡lo va a matar!
Alejo Carpentier, que vio al hechicero pasear por la Rue Fontaine a medianoche, asegura que Tata Cuñengue vivía, con todo esplendor, en el mismo corazón de Montmartre. No debe de haber regresado a Cuba. De haberlo hecho, tanto bicho malo no hubiera prosperado en nosotros.
Ay,
en el susurro del palmar,
se oye el eco resonar
de una voz de dolor
que al amor
llama.
Una vez más, la palma inserta en el drama nacional, y con la palma, la música que producen sus hojas al ser agitadas por el viento; una música que lejos de prescindir de la voz, le sirve de vehículo o caja de resonancia; una música vocal, y por consiguiente previa a nuestro cancionero. Antes de que los primeros habitantes de Cuba pusieran música a unas palabras o palabras a una música, la naturaleza cantaba. No sólo sonaba: cantaba, o quien sabe si, a través de ella, lo hiciera un ser sobrenatural a quien no le era indiferente el destino de la isla.
La gravedad de “Lamento cubano” es proporcional a la alegría disparatera de “Papá Montero”, son de sones compuesto en 1924 donde Eliseo Grenet pone en evidencia la afición del cubano a tirarlo todo a broma, incluso la muerte, y cuyo escenario no es otro que el sepelio del personaje que da título a la composición:
Señores,
los familiares del cadáver me han confiado
para que despida el duelo
del que en vida fue
Papá Montero.
los familiares del cadáver me han confiado
para que despida el duelo
del que en vida fue
Papá Montero.
El estribillo, abierto a todo género de improvisaciones, es una carcajada expansiva:
A llorar a Papá Montero, ¡zumba,
canalla rumbero!
Que el guateque ya está en cielo, ¡zumba,
canalla rumbero!
Que era un viejo muy zalamero, ¡zumba,
canalla rumbero!
canalla rumbero!
Que el guateque ya está en cielo, ¡zumba,
canalla rumbero!
Que era un viejo muy zalamero, ¡zumba,
canalla rumbero!
“Papá Montero” inspiró uno de los poemas más hermosos de “Sóngoro cosongo”, libro de Nicolás Guillén publicado en 1931 donde se describen, además de la muerte del protagonista por una puñalada, su aspecto, sus costumbres, su velatorio y la ofrenda que el poeta deposita en su lecho:
¡Ahora sí que te rompieron,
Papa Montero!
Hoy amaneció la luna
en el patio de mi casa,
de filo cayó en la tierra
y allí se quedó clavada.
Los muchachos la cogieron
para lavarle la cara,
y yo la traje esta noche
y te la puse de almohada.
Grenet musicalizó varios sones de Guillén. Esos sones por partida doble llegaron a París y alegraron una barriada donde el propio compositor se lucía como pianista e imponía la conga, ritmo del que extrajo más de una pieza destinada a gozar de enorme popularidad en los carnavales de Cuba:Papa Montero!
Hoy amaneció la luna
en el patio de mi casa,
de filo cayó en la tierra
y allí se quedó clavada.
Los muchachos la cogieron
para lavarle la cara,
y yo la traje esta noche
y te la puse de almohada.
Mírala, ¡qué linda viene!,
mírala, ¡qué linda va!,
mírala, ¡qué linda va!,
y “La clave de oro”, donde intercala un estribillo que muchos años después Leo Brouwer citará en su “Danza característica”:
Quítate de la acera,
¡mira que te tumbo!;
¡mira que te tumbo!;
estribillo idóneo para captar el patrón rítmico de la conga a partir de la mera acentuación de las palabras.
El éxito de la conga en París fue tal que las academias de baile enviaron representantes a una reunión celebrada el 12 de junio de 1934 en La Cueva, centro nocturno donde Grenet, en compañía de una orquesta y cinco parejas de bailarines criollos, ofreció instrucciones para que los profesores franceses se familiarizaran con sus pasos y su coreografía. La conga de salón fue aprobada por L´Académie del Maitres de Danse, el Syndicat National, la Tribune de la Danse y la Union des Professeurs de Danse et d´Education Physique de París.
Entre los tangos congos, congas y sones que acompañaron a Grenet a Francia estuvo “Tata Cuñengue”, retrato en movimiento de un personaje del folclor afrocubano, extracto de orishas, maestro en el arte de matar alacranes, culebras y todo género de animales peligrosos, brujo y amigo de hablar por boca de otros, entre ellos, Antonio Machín y Bola de Nieve:
Soy Tata Cuñengue,
el mejor bichero,
el chévere y guapo,
¡yo soy el primero!
Yo mismitico
le vo a mostrá
a la señora y lo caballero
cómo se mata el alacrán.
Tata Cuñengue
lo va a matar
con el machete
del mayoral.
Corta pezuña,
corta tenaza,
corta ponzoña
del animal.
Tata cuñengue
¡lo va a matar!
Alejo Carpentier, que vio al hechicero pasear por la Rue Fontaine a medianoche, asegura que Tata Cuñengue vivía, con todo esplendor, en el mismo corazón de Montmartre. No debe de haber regresado a Cuba. De haberlo hecho, tanto bicho malo no hubiera prosperado en nosotros.