GUANTÁNAMO, Cuba, julio, -Desde hace algunos años, durante los fines de semana, y sobre todo en las fiestas populares de la esta ciudad, son frecuentes hechos violentos que terminan en lesiones, heridas y muertes.
Lejos están aquéllos tiempos en que antes de iniciarse una pelea, uno de los implicados trataba de impedir el enfrentamiento. Recuerdo que se formaba un corro alrededor de los contendientes y alguien del grupo advertía que nadie se metiera.
Aquellas peleas eran a puño limpio, y el mero intento de tratar de imponerse usando artimañas que se alejaran de un código no escrito pero indeleblemente concientizado, era desaprobado de inmediato, y el estigma de cobarde perseguía durante un buen tiempo al transgresor. Ahora los puños han sido reemplazados por cuchillos y machetes.
Son otras las normas que marcan la conducta de quienes, mientras más agresivos y vulgares se muestran, más hombres se creen. Son los supermachos guantanameros, los mismos que orinan en cualquier lugar público, sea el parque Martí o el portal de la casa del poeta Regino E. Boti; o los que endilgan par de bofetones a la hembra que los acompaña, por menudas simplezas, o escandalizan en cualquier lugar público, debido a sus escasísimas decencia y cultura.
En Guantánamo, el respeto es vulnerado constantemente y cada calle puede ser un lugar donde se agazapa el peligro. A ello contribuye que la policía –sea por carencia de recursos humanos o materiales-, nunca aparece en el momento oportuno, ni patrulla las zonas más vulnerables de la ciudad, ni se enfrenta con valentía a estos nuevos bárbaros.
No es solo un problema local. Recientemente, pude comprobar que una vía tan transitada como la calle 23, en El Vedado, está mal iluminada, y en ella actúan no pocos truhanes a la caza de ancianos e ingenuos, engatusados por prostitutas que los guían hacia lugares donde son golpeados y desprovistos de sus pertenencias.
En cuanto a Guantánamo, el pasado martes 9 de julio fue asesinado un joven de 18 años, residente en el Reparto Caribe; según rumores, el motivo del asesinato fue sumamente baladí.
He escuchado que algunas agresiones de este tipo se han producido sin un móvil que involucre a la víctima, pues, para entrar a formar parte de una de esas pandillas, se les impone a los optantes pruebas que van desde la comisión de un hurto de menor cuantía, la extorsión y hasta lesiones, solamente para demostrar que se tiene “valor y disciplina”.
La impunidad es tal que hay sitios, como la cafetería de La Rotonda, donde comienza la autopista, que están totalmente dominados por esta gentuza y semanalmente se convierten en escenarios de hechos violentos.
No existe una política criminal definida para contrarrestar esta ola de violencia que se ha entronizado en la sociedad guantanamera. Y el mal está tan acendrado que usando únicamente la represión no se conseguirá una solución adecuada.
Desconozco si será eliminado del Código Penal el beneficio de la libertad condicional para delitos abominables que en otros países, como Brasil, son calificados como crímenes hediondos. Lo cierto es que sólo ahora, cuando el mal se ha enraizado y costará muchísimo revertirlo, la dirección del país ha decidido actuar.
Después de tanta permisividad, y cuando la decencia se encuentra in artículo mortis, se hace necesaria una política que coarte para siempre la tendencia violenta de ciertos sectores muy bien identificados dentro de la sociedad cubana, en específico de la guantanamera, y que la policía se convierta en un cuerpo profesional, cercano a la población, que la necesita para que la proteja y atienda.
(Crónica publicada en Cubanet el miércoles 17 de julio de 2013)