Entre los hijos y las hijas de Cuba que dejaron sus frutos y también sus huesos en el destierro; entre aquellos que, durante años han debido arrastrar parches de enmiendas como “cubano americano”, “cubano español”; cubano y, cualquier otro país que les diera cobijo, se encuentra la poeta Alina Galiano.
Nacida en Manzanillo, en 1950, partió de Cuba muy joven, tanto, que ya en 1968 residía en la ciudad de Nueva York. Su primer poemario, titulado “Entre el párpado y la mejilla”, salió a la luz en 1980.
Galiano es, sin dudas, una de las grandes voces de la poesía en lengua española, pródigamente reconocida, premiada y seleccionada para un gran número de antologías en todo el universo hispano.
Alina Galiano partió de este mundo en diciembre de 2017. Tenía, al morir, 67 años.
La voluntad camina entre los dientes,
pasea el hambre y me desviste en firme
la región más antigua del cerebro,
ese lugar donde se vive al margen de toda latitud.
Lugar donde los días desgastan las navajas y
Aniquilan los péndulos, las breves simetrías que componen el ojo y lo destierran
Días en los que la luz es un inverso momento
Devorando las vísceras, cambiándome la línea de los labios.
Me muevo sin conciencia de relojes, sin conciencia de planos donde estrenar ventanas
Donde respirar la presencia de los otros, el eco de sus risas o sus conversaciones.
¿Qué fragmento podría rescatarse a sabiendas de la inminente pérdida que ocurre si el minuto de ser sobre esta tierra, desaparece irreversiblemente sobre la faz del tiempo cuando el rostro se aquieta y nos convoca, fuera de todo entendimiento o causa?
¿A quién se le dejan los encargos que nos permitan repartir los recuerdos, los besos, los abrazos, la esquina más hermosa de la ciudad que amamos, el sabor de higos dulces, las noches donde el Hudson canta contra las piedras del puente George Washington y el Fort Tryon aromatiza el aire en el Alto Manhatan?
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