La Habana, Cuba - Imposible olvidar aquel día. Julián, 49 años, estaba encaramado en un andamio, pintando un edificio en la Avenida Acosta, municipio Diez de Octubre, a treinta minutos del centro de La Habana, cuando sintió la algarabía. “Pon la televisión, que se acabó la guerra con Estados Unidos”, con voz emocionada le gritaba un vecino a otro.
Como un resorte, los pintores de su brigada bajaron del rústico andamio y, asombrados, en un radio portátil escucharon la noticia. “Aquello fue una bomba. Nos quedamos en shock, nos costaba digerir lo que estaban anunciando. Poco después, por todas partes veía a la gente sonriendo, como si le hubieran quitado un gran peso de encima. Lo primero que me vino a la mente fue mi hermano, que murió en la guerra de Angola en 1986. En ese momento me pregunté si valió la pena ese sacrificio”, recuerda Julián, sentando en el portal de su casa en la barriada de Lawton, al sur de la capital.
Dos años después del nuevo trato entre el mandatario Barack Obama y el autócrata Raúl Castro, que puso fin a la particular y extensa Guerra Fría que asumieron ambas naciones, un segmento amplio de cubanos que desayunan café sin leche pasaron de las mayores expectativas al peor de los pesimismos.
Casi todos recuerdan qué estaban haciendo el mediodía del 17 de diciembre de 2014, cuando los dos gobernantes decidieron salir de sus trincheras y fumar la pipa de la paz.
Eusebio, chofer de un taxi colectivo, soñó en grande. “Pensé, bueno, ya se acabó todo ese brete, manifestaciones frente a la Oficina de Intereses, preludio de una invasión yanqui que nunca llegaba. Varios taxistas comenzamos a hacer planes. Lo primero, convertir en chatarra estos autos, con carrocerías de hace setenta años y motores modernos, y formar una cooperativa estilo UBER. Aunque fueran de segunda mano, la dotaríamos de vehículos comprados a créditos en Estados Unidos. Pero a los dos meses aterrizamos: nos percatamos que el gobierno cubano no desea cambios que beneficien a los trabajadores por cuenta propia”.
Si le pregunta a Luis Manuel, diseñador privado, su opinión sobre el 17-D, escuchará un relato de tintes sombríos con una pizca de esperanza. “El restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos pudo haber sido un punto de partida para generar una nueva dinámica, ya fuera económica, social o política. El gobierno desaprovechó la ocasión. Ahora van a extrañar a Obama. Creo que Trump no les va a extender la mano. Pero con la muerte de Fidel Castro, que era un auténtico freno a cualquier reforma por simple que fuera, se dibuja un nuevo panorama. Si el gobierno se lo propone, con leyes y aperturas de calado, pudieran propiciar que la Casa Blanca y el Congreso deroguen el embargo. Lo que hace falta saber es si en el Palacio de la Revolución prevalece más el ala reformista o la conservadora. El Estado es el que tiene la llave para transformar la economía y desarrollar el país”.
Para un sector de la disidencia agrupada en el Foro por los Derechos y las Libertades, el restablecimiento de relaciones fue una bocanada de aire fresco para la autocracia verde olivo. Otros opositores consideran que la estrategia de poder blando de Obama desenmascara, si es que alguna vez hubo dudas, la naturaleza represiva y egoísta de un régimen que ha hipotecado el futuro de los cubanos.
Entre los amanuenses estatales el registro de opiniones varía. Desde los que sospechan que Washington proyecta introducir un sofisticado Caballo de Troya cargado de dólares y nuevas tecnologías, destinado a enajenar a la juventud y ganarse a los emprendedores privados, a los que consideran que es posible mantener relaciones respetuosas y fructíferas con el vecino del norte.
El tema es periódico viejo para los cubanos de a pie. Por apatía, desesperanza o por la dura cotidianidad de billeteras y neveras vacías, la gente no se siente motivada y prefiere no analizar lo que el futuro le pueda deparar.
“A mí me da igual lo que pueda pasar si Trump rompe relaciones y regresan los viejos tiempos de amenazas y prohibiciones. No tengo familia en la yuma, estoy jubilado y recibo 200 pesos (alrededor de 8 dólares) al mes por un chequera. Vivo en un cuchitril que se está cayendo. ¿En qué va a mejorar mi vida si Cuba y Estados Unidos tienen buenas relaciones? Los jubilados, los viejos y los que no recibimos dólares, vamos a seguir jodidos”, expresa Abelardo, que se dedica a vender cigarrillos sueltos en la Calzada de Diez de Octubre.
Dos años después, el 17-D es una formidable cortina de humo. Ha traído más cintillos de prensa que beneficios palpables a los cubanos de la Isla. Repasemos los hechos.
Desde el restablecimiento de relaciones diplomáticas, Cuba y Estados Unidos han mantenido 24 visitas de alto nivel (17 de funcionarios estadounidenses a Cuba y 7 a la inversa). Se han firmado 12 acuerdos en áreas de interés común como aviación civil, telecomunicaciones o salud, entre otras. Otros 12 temas se encuentran en fase avanzada de negociación. Hubo 40 encuentros de carácter técnico y unos 1,200 intercambios académicos y culturales.
Pero la represión hacia aquéllos que piensan diferente se ha recrudecido. Después del 17 de diciembre de 2014, la policía política ha efectuado más de 16 mil detenciones breves a opositores, periodistas libres, activistas de derechos humanos y Damas de Blanco.
Los avances logrados en estos veinticuatro meses apenas han repercutido en la vida del cubano. Las llamadas telefónicas entre las dos naciones siguen tan caras como siempre. Por sus bajos salarios, los cubanos no pueden rentar una noche en el hotel Quinta Avenida administrado por Sheraton y, aunque el precio de los billetes aéreos se han rebajado considerablemente, las rígidas y absurdas normas aduanales del régimen impiden una mayor importación de bienes de Estados Unidos destinados a residentes en Cuba.
Hace una semana, Google firmó un acuerdo con ETECSA para mejorar la velocidad de conexión cuando se utilizan herramientas de su empresa, pero el costo de una hora de navegación por internet equivale al salario de dos jornadas de trabajo de un profesional de calibre.
Aunque la mayoría de los ciudadanos recuerdan con agrado aquel tibio mediodía del 17 de diciembre, día de San Lázaro, que marcó una nueva etapa entre dos países con marcadas diferencias ideológicas, la sensación que se percibe en la calle es de indiferencia y resignación.
Muchos cubanos piensan que ni siquiera con la muerte de Fidel Castro habrá una estrategia diferente por parte del régimen para que los cubanos puedan beneficiarse de una apertura económica y comercial con Estados Unidos. Consideran que los que gobiernan la Isla desde hace 58 años no quieren que las cosas cambien.