La insistencia del régimen cubano en utilizar eufemismos para designar sus fracasos socioculturales y económicos, incluye el índice creciente de ciudadanos que llegan a los umbrales de la indigencia. Los denomina “deambulantes”, pero en realidad son individuos—gran parte de la tercera edad—que viven de la caridad pública.
“Sin embargo en los últimos diez años, la curva de edad se ha ensanchado y se extiende a sujetos que rondan entre los 25 y 45 años de edad”, señaló Yanet Cruz, especialista en Psiquiatría General.
Aunque muchas de estas personas, por su comportamiento social, se ajustan al patrón de vagabundos, “un número significativo de ellos son enfermos de alcoholismo o exhiben signos de otros padecimientos mentales”; agregó Cruz, quien además coincide en que las instituciones médicas ocultan cifras sobre el perceptible aumento en los índices de demencia “entre la población joven”.
Ariel Sosa, un joven de treinta y dos años de edad y oriundo de la provincia Granma, pernocta por las inmediaciones de Carlos III e Infanta. Después de deambular la ciudad, registrando cada contenedor de basura, intenta vender lo que encuentra para comprar ron de baja calidad.
Dijo Sosa que no se considera a sí mismo mendigo ni demente. Prefiere hurgar entre la basura en busca de “cualquier cosa que pueda pagarme un plato de comida y par de tragos”, antes que regresar a su provincia de origen
Dayamí Zambrano, santiaguera de cuarenta años, le acompaña con frecuencia en su periplo, pero acota que no son pareja.
“Trabajamos juntos y compartimos lo que encontramos y vendemos”, dijo Zambrano. “Hay que vivir en los puebluchos del interior para comprender por qué elegí subsistir de la basura”, añadió a ser preguntada sobre por qué abandonó su hogar de origen para vivir en la indigencia.
Muchos de estos jóvenes son originarios de otras provincias del país, y todos provienen de barrios marginados que el régimen llama “zonas desfavorecidas”.
No obstante, a que sociólogos oficialistas, que han abordado el tema de los altos índices de consumo de bebidas alcohólicas, asocian el fenómeno con las “familias disfuncionales”, otros ciudadanos, como la profesora de secundaria Idalia Rangel, responsabilizan en alguna medida al Estado cubano “que no logró, en más de medio siglo, superar su experimento de igualdad social”.
En su criterio cada mendigo, cada anciano desamparado y cada joven alcohólico “van a la cuenta de la Revolución” que dijo ser de los humildes, con los humildes y para los humildes.
“Todas estas personas, abandonadas a su suerte y desgracia, son testimonio de que lo único disfuncional es nuestro Estado”, añadió Rangel.
Parte de la sociedad ofrece una perspectiva opuesta sobre una problemática que desborda a instituciones del sistema de salud en la Isla, como las Casa de Orientación a la Mujer y la Familia.
“Son cuadrillas de vagos que afean y ocupan el entorno público y escandalizan cuando los grados de alcohol se sobrepasan”, criticó Paulina Vázquez, vecina de las inmediaciones de Egido y Apodaca, una zona frecuentada por estos individuos que cataloga como “antisociales y andrajosos, y esa no es la cara que el país debe darle al mundo”.
Alejandrina Barreiro es dependienta de un Centro de Atención a la Familia (CAF), unidades gastronómicas creadas por el Ministerio de Comercio Interior para ofrecer servicio de almuerzo y comida a precios razonables para jubilados, personas con bajos ingresos, discapacitados y casos sociales.
“Antes solo venían viejitos abandonados, mendigos y pensionados, pero actualmente lo frecuentan mucha gente de mediana edad, alcoholizados, de esos mismos que ves todo el día buscando entre la basura y los escombros”, afirmó Barreiro.
En ese caso está Vivian Fiallo, habanera de cuarenta años edad, que dice provenir de una familia de quince miembros hacinados en “un cuartucho con barbacoa”. Su padre, de quien legó su alcoholismo, era alcohólico “y bebía para olvidar que su salario no alcanzaba para alimentar a cinco hijos y a su mujer”.
Ahora Vivian acampa con su pareja, un joven de treintaicinco años diagnosticado con esquizofrenia, “donde nos coja la noche” después de recolectar envases de metal o vidrio que canjean en los puntos de venta de Materia Prima, “o tarecos que la gente bota que después vendemos en cualquier portal”.
Este paisaje de jóvenes alcohólicos y mendigos “que adornan las calles habaneras”, ataja el periodista independiente Gerónimo García, ya no puede ser justificado con el pretexto de “la enajenación provocada por Hollywood y los medios de comunicación al servicio del multiculturalismo y estilos de vida neoliberales”.