A pesar de ser censurado en la isla, el cómico cubano que el 30 de julio falleció en Miami a los 86 años, nos dejó grabado con tinta indeleble un refrán para toda la vida. Si alguien intentaba hacerse el gracioso, se le decía: “Oye, déjate de gracia, que el único capaz de vivir del cuento se llama Álvarez Guedes’.
Después que en 1960 Fidel Castro cerrara diarios y acorralara la libertad de expresión, los nacidos posteriormente sabemos bien cómo la policía política perseguía y prohibía a los humoristas, quienes desde la risa criticaban el ajetreo diario dentro del manicomio verde olivo.
Se llegaba a los extremos. Una tarde, me contaba un reportero jubilado, se efectuó una reunión urgente en las oficinas del periódico Granma, órgano del Partido Comunista, para ventilar y analizar una errata acaecida en la tirada del día anterior. En una columna de noticias breves, un humorista había dibujado la calavera de un pirata y cuando usted miraba a trasluz, coincidía en el pecho de una foto de Castro.
Se armó la de ampanga. Los censores ideológicos nunca tuvieron mucha imaginación. Al pobre rotulista lo interrogaron los sabuesos de la contrainteligencia, buscando una doble lectura que él por su madre juraba no preconcibió.
No pocas veces, desde sus oficinas del Palacio de la Revolución, el comandante cruzaba por un pasadizo secreto hasta la redacción de Granma y allí revisaba crónicas, noticias y artículos que en la parrilla de salida esperaban ser publicados.
Créanme, no son simples rumores. Pregúntenle a cualquier comediante cubano las dificultades y censuras que han encontrado en su trabajo. Unos cuantos fueron despedidos. Si no hubiese sido tan serio, se pensaría que era una guasa.
En sus actuaciones, mientras el público reía, un ceñudo agente de los servicios especiales tomaba nota de las bromas supuestamente lesivas ‘a figuras e instituciones de la revolución’.
Por supuesto, el hombre que transformó el chiste en arte, fue prohibido a cal y canto en los medios de Cuba. De contrabando, desde el otro lado del charco, nos llegaban sus cuentos, considerados “contrarrevolucionarios” por el régimen.
Guillermo Álvarez Guedes nació el 8 de junio de 1927 en Unión de Reyes, pueblo de juglares y rumberos en la provincia de Matanzas, a poco más de 140 kilometros al este de La Habana. Fue el penúltimo de siete hijos del matrimonio formado por Conrado Simeón Álvarez Hernández y Rosa Guedes Fernández. Eloísa, su hermana mayor, fallecida en 1993, fue una soberbia actriz de radio, teatro, cine y televisión.
La primera actuación en público de Guillermo fue a los 6 años, en un cine de barrio. A los 13 se marchó de casa, haciendo lo que fuera en un circo-teatro. A los 19 viajó a Nueva York, donde se ganó la vida lavando platos, cortando yerba en un cementerio y de botones en un hotel. En 1949 lo deportaron a Cuba y comenzó a trabajar en Unión Radio primero y Radio Progreso después, en el programa El abogado de los pobres.
Tenía 22 años cuando lo contrató Gaspar Pumarejo. Interpretraba a un guajiro decimista junto a tres grandes del humor criollo: Germán Pinelli, Aníbal de Mar y Leopoldo Fernández. Pero el papel que lo haría famoso es el del borracho, a partir de 1951, en el estelar Casino de la Alegría de CMQ-TV. Fue cuando hizo pareja con Rita Montaner, La única, en Rita y Willy, de poca duración por las divergencias de la Montaner con los productores. Luego, en Viernes a las 8, sería protagonista al lado de Minín Bujones. En 1953 forma parte del elenco del espectáculo musical El solar, compartiendo escenario con Carlos Pous, Luis Carbonell, Benny Moré, Rita Montaner y Olga Guillot. Es el año de su debut en el cine, como actor y productor. Que todo quede entre cubanos fue su último filme (1993).
En 1957, Álvarez Guedes y su hermano Rafael se asocian al pianista y compositor Ernesto Duarte y fundan el sello Gema Records, discográfica responsable del lanzamiento internacional de artistas cubanos de la talla de Bebo Valdés, Chico O’Farrill, Rolando Laserie, Elena Burke, Celeste Mendoza y Fernando Álvarez y de agrupaciones como El Gran Combo de Puerto Rico.
Su último programa en Cuba lo hizo con Rosita Fornés. El 23 de octubre de 1960 emigró a Estados Unidos con su esposa y dos hijas. En el mismo vuelo viajaba Celia Cruz.
El primer disco de chistes, de los más de 30 que grabó, fue presentado en Madrid en 1973, en un homenaje a la bailaora sevillana Pastora Imperio. Su único disco en inglés, How To Defend Yourself From The Cubans, ha vendido más copias que todos los grabados en español. En 1983, con 56 años, abarrotó el Carnegie Hall de Nueva York.
Una anécdota. En los 80, siendo adolescente, en casa de un colega de la escuela, en una destartalada grabadora y con un volumen muy bajo, casi inaudible, por primera vez escuché una colección de chistes de Álvarez Guedes.
Parientes de mi amigo residentes en Cayo Hueso, habían logrado pasar por la Aduana el cassette, escondido dentro de un libro de cocina. Las historias de Álvarez Guedes, como las hazañas deportivas de un tal Atanasio Pérez, siempre nos llegaban de contrabando.
Con la muerte de Álvarez Guedes se nos va un exponente de lo mejor del teatro bufo cubano, un innovador de la comedia moderna. Pero sobre todo, un ser humano que sabía que sus compatriotas de la isla vivíamos entre vicisitudes y pensamiento único y necesitábamos reírnos.
Le agradecemos su legado de cuentos, hoy conservados en muchos hogares cubanos en cassettes, CDs, DVDs o memorias flash.
Como nadie, Don Guillermo supo saltarse los muros de la censura. El humor y la risa nunca se dejan atrapar. Álvarez Guedes lo demostró.
Después que en 1960 Fidel Castro cerrara diarios y acorralara la libertad de expresión, los nacidos posteriormente sabemos bien cómo la policía política perseguía y prohibía a los humoristas, quienes desde la risa criticaban el ajetreo diario dentro del manicomio verde olivo.
Se llegaba a los extremos. Una tarde, me contaba un reportero jubilado, se efectuó una reunión urgente en las oficinas del periódico Granma, órgano del Partido Comunista, para ventilar y analizar una errata acaecida en la tirada del día anterior. En una columna de noticias breves, un humorista había dibujado la calavera de un pirata y cuando usted miraba a trasluz, coincidía en el pecho de una foto de Castro.
Se armó la de ampanga. Los censores ideológicos nunca tuvieron mucha imaginación. Al pobre rotulista lo interrogaron los sabuesos de la contrainteligencia, buscando una doble lectura que él por su madre juraba no preconcibió.
No pocas veces, desde sus oficinas del Palacio de la Revolución, el comandante cruzaba por un pasadizo secreto hasta la redacción de Granma y allí revisaba crónicas, noticias y artículos que en la parrilla de salida esperaban ser publicados.
Créanme, no son simples rumores. Pregúntenle a cualquier comediante cubano las dificultades y censuras que han encontrado en su trabajo. Unos cuantos fueron despedidos. Si no hubiese sido tan serio, se pensaría que era una guasa.
En sus actuaciones, mientras el público reía, un ceñudo agente de los servicios especiales tomaba nota de las bromas supuestamente lesivas ‘a figuras e instituciones de la revolución’.
Por supuesto, el hombre que transformó el chiste en arte, fue prohibido a cal y canto en los medios de Cuba. De contrabando, desde el otro lado del charco, nos llegaban sus cuentos, considerados “contrarrevolucionarios” por el régimen.
Guillermo Álvarez Guedes nació el 8 de junio de 1927 en Unión de Reyes, pueblo de juglares y rumberos en la provincia de Matanzas, a poco más de 140 kilometros al este de La Habana. Fue el penúltimo de siete hijos del matrimonio formado por Conrado Simeón Álvarez Hernández y Rosa Guedes Fernández. Eloísa, su hermana mayor, fallecida en 1993, fue una soberbia actriz de radio, teatro, cine y televisión.
La primera actuación en público de Guillermo fue a los 6 años, en un cine de barrio. A los 13 se marchó de casa, haciendo lo que fuera en un circo-teatro. A los 19 viajó a Nueva York, donde se ganó la vida lavando platos, cortando yerba en un cementerio y de botones en un hotel. En 1949 lo deportaron a Cuba y comenzó a trabajar en Unión Radio primero y Radio Progreso después, en el programa El abogado de los pobres.
Tenía 22 años cuando lo contrató Gaspar Pumarejo. Interpretraba a un guajiro decimista junto a tres grandes del humor criollo: Germán Pinelli, Aníbal de Mar y Leopoldo Fernández. Pero el papel que lo haría famoso es el del borracho, a partir de 1951, en el estelar Casino de la Alegría de CMQ-TV. Fue cuando hizo pareja con Rita Montaner, La única, en Rita y Willy, de poca duración por las divergencias de la Montaner con los productores. Luego, en Viernes a las 8, sería protagonista al lado de Minín Bujones. En 1953 forma parte del elenco del espectáculo musical El solar, compartiendo escenario con Carlos Pous, Luis Carbonell, Benny Moré, Rita Montaner y Olga Guillot. Es el año de su debut en el cine, como actor y productor. Que todo quede entre cubanos fue su último filme (1993).
En 1957, Álvarez Guedes y su hermano Rafael se asocian al pianista y compositor Ernesto Duarte y fundan el sello Gema Records, discográfica responsable del lanzamiento internacional de artistas cubanos de la talla de Bebo Valdés, Chico O’Farrill, Rolando Laserie, Elena Burke, Celeste Mendoza y Fernando Álvarez y de agrupaciones como El Gran Combo de Puerto Rico.
Su último programa en Cuba lo hizo con Rosita Fornés. El 23 de octubre de 1960 emigró a Estados Unidos con su esposa y dos hijas. En el mismo vuelo viajaba Celia Cruz.
El primer disco de chistes, de los más de 30 que grabó, fue presentado en Madrid en 1973, en un homenaje a la bailaora sevillana Pastora Imperio. Su único disco en inglés, How To Defend Yourself From The Cubans, ha vendido más copias que todos los grabados en español. En 1983, con 56 años, abarrotó el Carnegie Hall de Nueva York.
Una anécdota. En los 80, siendo adolescente, en casa de un colega de la escuela, en una destartalada grabadora y con un volumen muy bajo, casi inaudible, por primera vez escuché una colección de chistes de Álvarez Guedes.
Parientes de mi amigo residentes en Cayo Hueso, habían logrado pasar por la Aduana el cassette, escondido dentro de un libro de cocina. Las historias de Álvarez Guedes, como las hazañas deportivas de un tal Atanasio Pérez, siempre nos llegaban de contrabando.
Con la muerte de Álvarez Guedes se nos va un exponente de lo mejor del teatro bufo cubano, un innovador de la comedia moderna. Pero sobre todo, un ser humano que sabía que sus compatriotas de la isla vivíamos entre vicisitudes y pensamiento único y necesitábamos reírnos.
Le agradecemos su legado de cuentos, hoy conservados en muchos hogares cubanos en cassettes, CDs, DVDs o memorias flash.
Como nadie, Don Guillermo supo saltarse los muros de la censura. El humor y la risa nunca se dejan atrapar. Álvarez Guedes lo demostró.