Para mi generación, me atrevo a decir para toda la humanidad, el símbolo del terror más escalofriante son los campos de concentración nazis y entre todos esos sitios horrendos el campo de Auschwitz, es el más emblemático.
No es que los gulags soviéticos fueran sitios de recreo, sin embargo, la maldad en los campos de la muerte de la Alemania de Adolfo Hitler será posible de igualar pero no de superar. El comunismo y el nazi fascismo se han ganado un lugar destacado en la historia de la humanidad por su inmensa capacidad para causar dolor al ser humano.
Cuando era adolescente, al igual que el resto de mis compañeros de bachillerato, José Antonio Albertini, Aquilino y Pedro Álvarez y varios más, leíamos con fruición todos los libros relacionados con la Segunda Guerra Mundial, pero cuando caían en nuestras manos volúmenes relacionados con los campos de la muerte discutíamos fuertemente quién lo leía primero, entre todos aquellos libros, recuerdo en particular uno titulado “Treblinka”.
Transitar como lector por las dolorosas experiencias de los presos, particularmente los judíos, en aquellos campos es angustiante.
La tortura sistemática, las vejaciones inimaginables, la indefensión ante tanta maldad, el encanallamiento de otros seres humanos en la misma condición pero que por tal de sobrevivir se hacen cómplices de los verdugos de todos, debió haber sido una experiencia devastadora.
Es evidente que destruir moral y materialmente a quienes se le oponen es el objetivo de los tiranos, sin que importe la ideología que representan o la ausencia de esta.
No es relevante si son comunistas, nazi-fascistas o tutores de religiones que se sustentan en el odio y la devastación, ellos solo procuran la ruina de quienes les contrarían, su fin es reinar sobre la muerte como se aprecia en el campo de concentración de Auschwitz.
Confieso que cuando hago turismo escojo con pasión ir a lugares donde el hombre se ha manifestado con extrema maldad e inmarcesible grandeza, por ejemplo, en un reciente viaje a Argentina visite la llamada Cárcel del Fin del Mundo en Ushuaia, y he visitado varios museos dedicados a las víctimas del holocausto. Todos son conmovedores y alertan de que ningún ser humano debe contar con un poder absoluto.
En cierta medida me consideraba preparado para visitar el supremo campo de ignominia de Auschwitz, pero estaba completamente equivocado. Éramos unas cuarenta personas, pero no todos asumieron la experiencia con la seriedad que demandaba. Era un lugar de sufrimientos extremos y de crueldades que no deben repetirse nunca más. Un centro de experiencias únicas que deben ser divulgadas cada vez con mayor frecuencia.
Entrar a ese cementerio de vidas, también de esperanzas y sueños, fue una experiencia devastadora. Atravesar la infame puerta donde reinó la consigna “El trabajo os hará libres” previo el conocimiento de lo que allí ocurrió, me produjo un escalofrío que me hizo temblar y pensar una vez más que la crueldad del animal humano que ha perdido esta última condición no conoce límites.
Hice un esfuerzo por evocar la experiencia de uno de los millones de personas que allí fueron asesinados.
Caminé por la vía del ferrocarril, entré a las ruinas de lo que debió haber sido una barraca, recorrí todo lo que me fue posible, pero había aéreas como la zona de los crematorios en que el acceso no era permitido.
Algo más que comprensible, es un lugar a preservar para las futuras generaciones.
El pueblo judío es digno de profunda admiración, no solo por el progreso alcanzado por el estado de Israel, sino por el culto que rinde a la memoria de sus antepasados.
El notable esfuerzo para preservar todo lo relacionado con el Holocausto precisa del apoyo de todos nosotros, así como enfrentar el avance de ideas totalitarias, el nazi fascismo y el comunismo que son las bases teóricas y prácticas para el establecimiento de campos como el de Auschwitz. El nunca más holocausto es un deber de todos.