Antonio José Ponte, Matanzas, Cuba, en 1964, poeta, ensayista y narrador. Ha publicado, entre otros títulos, Las comidas profundas (Deleatur, Angers, 1997), Asiento en las ruinas (Renacimiento, Sevilla, 2005), In the cold of the Malecón & other stories (City Lights Books, San Francisco, 2000), Cuentos de todas partes del Imperio (Deleatur, Angers, 2000), Un seguidor de Montaigne mira La Habana/Las comidas profundas (Verbum, Madrid, 2001), Contrabando de sombras (Mondadori, Barcelona, 2002), El libro perdido de los origenistas (Renacimiento, Sevilla, 2004), Un arte de hacer ruinas y otros cuentos (Fondo de Cultura Económica, México D.F., 2005), La fiesta vigilada (Anagrama, Barcelona, 2007) y Villa Marista en plata. Artes, política, nuevas tecnologías (Colibrí, Madrid, 2010).
Ponte reside en Madrid, donde vicedirige el diario digital Diario de Cuba.
Uno de los más importantes ensayistas y narradores isleños del presente Antonio José Ponte es, por otro lado, excelente conversador dotado de la adecuada dosis de humor para alejarlo prudencialmente de la pedantería al uso de nuestra envarada clase intelectual.
Armando de Armas realizó la siguiente entrevista para MartiNoticias al autor de La fiesta vigilada.
¿Qué de especial tendrían las ruinas habaneras respecto a, digamos, las ruinas romanas?
Que hay habaneros que las habitan, que no tienen más remedio que habitarlas. Y así también fue en Roma, hace más de un siglo, aunque no tan extendidamente como en La Habana.
¿Pudiéramos hablar de una suerte de excepcionalidad de lo cubano?
De lo excepcional cubano y también de aquello que lo cubano tiene en común con otros casos. Una u otra perspectiva resulta útil según sea el punto en discusión. A veces es necesario generalizar y otras, particularizar. La pregunta más importante es: ¿qué procuramos al hablar de la excepcionalidad cubana? ¿Licencia para qué? ¿Justificaciones de qué? ¿Para qué va a servirnos de coartada?
¿Cómo compagina el quehacer noticioso con el hacer literario?
Cuando el día no es demasiado malo y uno anda más o menos atento, entre todo lo que acontece pueden descubrirse líneas de alcance mayor que las del simple día. Para ello no solamente es necesario leer entre líneas, sino también recordar e imaginar. Y memoria e imaginación son condiciones también del trabajo literario.
Por otra parte, pedir un día no demasiado malo y una atención no muy desentendida sirve lo mismo para quien hace un libro, trabaja en una redacción o sale de pesca.
¿Qué predomina en Ponte el escritor o el periodista?
El escritor. De entrada, le lleva al otro muchos años de ventaja.
¿Pudiera, a la larga, el periodista perjudicar al escritor?
Hemingway trató acerca de este tema. Sabía enfrentarse a una entrevista lo mismo que a un fotógrafo de safari, pero resolvía las preguntas un tanto elementalmente.
Dijo que el iceberg narrativo debía esconder, para flotar, gran volumen de detalles bajo el agua. Patentó el detector de mierda, y avisó que el escritor tendría que dejar el periodismo en un determinado momento.
Esto último, por muchas vueltas que le doy, me parece un falso problema.
¿Qué ciudad ha sido mejor para escribir, La Habana o Madrid?
La Habana, siempre que pueda hacer esta salvedad: escribí allí tan libremente (o casi tan libremente) como si hubiera vivido en Madrid.
¿Qué manías o ritos mantiene a la hora de enfrentar la pantalla en blanco?
El mariposeo del que hablaba Roland Barthes: cualquier exigencia es buena para demorar esa hora. Hasta que agoto la paciencia conmigo mismo y me obligo a sentarme frente al teclado y la pantalla.
¿Extraña la máquina de escribir?
Una vez vi a un amigo teclear en una computadora que producía los mismos ruidos que una máquina de escribir. Le había incluido un programa que reproducía esos viejos sonidos. No dejaba de preferir la velocidad y ligereza de los nuevos teclados, pero también añoraba las fricciones y los chasquidos de los teclados viejos.
Aquello parecía Rebeca de Du Maurier (y de Hitchcock) traducida a instrumento de escribir: vivía con su nueva esposa, pero no podía olvidar a la anterior esposa muerta.
¿Había una suerte de sensualidad en el teclear de una máquina de escribir?
Seguro. Aunque comparada con la sensualidad de la caligrafía a mano era una sensualidad ferroviaria.
¿Cómo se relaciona la escritura con el Eros?
Roce, emisión y percepción de tinta, pase de página..., ¿cómo no iban a estar relacionadas la escritura y la lectura con Eros?
¿Y el Eros y la escritura como se relacionarían con la muerte?
Como amante o como escritor se quisiera ser insustituible. Para decirlo con una fórmula pomposa y bastante inconfesable, se trata de un deseo de eternidad. O más exactamente (disimulando la pompa poética detrás de pompa clínica), de una pulsión de eternidad.
Para escarmiento de esa pulsión o deseo, están los demasiados libros (la fórmula es de Gabriel Zaid) y los demasiados cuerpos. Lamentablemente, no somos ni escribimos insustituiblemente. La muerte empieza a estar en ese reconocimiento.
¿Cómo vislumbra el final de juego en la isla, explosión social o pacto de socios?
Bajo una y otra forma, en días y momentos alternos.
¿Le gustaría estar en la isla para narrar el final de juego como quiera que este ocurra?
Igual que le pasaba a Emma Zunz, el extraño personaje de Borges que necesita pasar por la violencia con tal de fabricarse una coartada, me gustaría estar, no aquí o allá, sino en el día después.