Obama llegará a La Habana el 20 de marzo. No obstante, en la isla continúan las detenciones arbitrarias y no vemos el más mínimo progreso en relación a los Derechos Humanos ni al respeto de las libertades básicas.
Nos aflige a todos los cubanos porque, aunque muchos compatriotas no lo quieran aceptar, o no entiendan, es incuestionable:
La agenda del presidente de Estados Unidos es mucho más amplia que las fronteras de una isla.
50 años de conflicto no lograron ningún avance significativo y Washington y La Habana decidieron dejar de ser los mejores enemigos para convertirse en respetuosos vecinos.
No sé por qué no lo vieron, si ha sido y es una constante en la historia; los griegos y los romanos siempre estaban inventando nuevas e ingeniosas formas de influenciar en sus contrarios.
El enfrentamiento sólo es bueno cuando existe un margen amplio de ganancias. Quizás por ello, y a pocas horas de la llegada a la capital cubana, las encuestas revelan que en las calles habaneras, Barack Obama es más popular que George Clooney.
De verdad, a Raúl Castro no le place ese entusiasmo con el visitante.
Su dossier tiene siempre dos vertientes: una, la que compete a Cuba y a los cubanos; y la otra, un puntual objetivo, mover la opinión internacional y acaparar titulares de revistas y noticiarios, para beneficio propio.
Con más de 2.400 arrestos en los dos primeros meses del año, el discurso para los cubanos es la eterna constante… "No vamos a cambiar, vamos a seguir reprimiendo, tenemos el poder y los negocios en mi finca se hacen con los militares; los yumas que ni se embullen".
Por su parte, de la puerta para afuera, para el mundo, el mensaje es directo y sin necesidad de articular: "Uno puede ser dictador, uno puede reprimir, uno puede disfrutar de ganancias generadas por las propiedades ilegalmente confiscadas a Estados Unidos y recibir como premio la visita del presidente norteamericano".
Claro, detrás de todo ese perfil troglodita y bravucón, en la cúpula castrista urge el Peptobismol.
Durante estos días, el Gobierno de la isla hace como que armoniza y mantiene un comportamiento comedido ante el acercamiento de Estados Unidos.
Obligado a remover su sostenida imagen de David contra Goliat, ordenó a varios de sus fieles lugartenientes que empresas y ministerios sugieran –con visos de mando– a los trabajadores que no es necesario apoyar, o asistir, a los actos públicos donde estará el presidente Obama.
Me comentó un trabajador de CIMEX, funcionario en activo, y exoficial de las FAR: "Nos dicen que no es importante ir a recibir a Obama, y que los actos se verán mejor en la transmisión de la televisión. Todo será muy formal, sin mucha algarabía".
Verde y con puntas: ¡Guanábana!