Las imágenes del enfrentamiento entre castristas y opositores en Panamá son un espectáculo vergonzoso impropio de un evento en el que, según sus organizadores, se pretende fomentar el diálogo. Lamentablemente se pone en evidencia en estas imágenes que el Gobierno cubano tendría que haber sido advertido cuando se le invitó para que el comportamiento de sus fieles se ajustara a los mínimos exigidos en cualquier sociedad democrática.
Nada más bajar del avión, los centenares de enviados de La Habana empezaron a hacer el ridículo más espantoso protagonizando una rueda de prensa patética y agresiva, repartiendo un fajo de propaganda contra varios opositores. Rostros encolerizados y expresiones de odio que para espectadores de un mundo democrático no pueden más que provocar rechazo.
¿Ha sido buena idea invitar a castristas a una cumbre como esta? Por mucho que algunos tengan ganas de hacer las lecturas más optimistas sobre el momento actual, algunos gestos muestran de forma evidente que el optimismo tendría que ser rápidamente reemplazado por el pesimismo, el que muchos opositores mantienen acerca de la situación actual de su país.
Si los correligionarios de Raúl Castro actúan de esta forma ante las cámaras en el marco de una Cumbre de las Américas, ¿qué no harán en la Isla, fuera de los focos de la televisión, con un aparato de Estado a su servicio, amparando sus atropellos, alimentando su discurso de odio?
En Panamá hemos obtenido el retrato moral de un régimen y de todos los que siguen apoyando su maquinaria. Ante estas evidencias resulta risible que alguien pueda pensar que la Isla está avanzando en el camino del respeto a los Derechos Humanos. Es para desternillarse de la risa –por no llorar– imaginar que estos individuos puedan ser los representantes de un gobierno que se las da de humanista y ejemplar. Y resulta aterrador pensar que esta violencia desatada por el castrismo en Panamá será justificada y avalada por el Gobierno que la alimenta.
Los hechos tienen que ser denunciados por los Gobiernos presentes en esa cumbre si de verdad quieren salvar su imagen. Lo sucedido no es compatible con los valores que esta cumbre dice que va a promover. La falta de respeto hacia las personas, a su integridad moral y física, hace que sea muy difícil que suenen como creíbles los discursos políticos que vamos a escuchar.
Hay que reprender con vehemencia al Gobierno cubano y a sus seguidores, fijarles los límites que no pueden sobrepasar. El mundo democrático no se puede permitir estos espectáculos bochornosos y que este proceder sea, además, avalado por Gobiernos democráticos.
Si se pretendía que esta Cumbre de las Américas representara la reintegración de La Habana a los foros políticos regionales, el fracaso es rotundo y absoluto. Validar a estos elementos supondría aceptar la barbarie como forma de gobierno. Seguir dando oxígeno a estos comportamientos resulta una actitud imprudente e irresponsable de todos aquellos que ante evidencias como las de estos días van a optar por mirar hacia otro lado y seguir así aparcando las discusiones fundamentales.
Esperamos que los representantes del mundo democrático en esta Cumbre sean capaces de meter en cintura a un régimen que sigue resistiéndose a respetar los Derechos Humanos.