Acaba de terminar el mayor torneo futbolístico mundial --la Copa del Mundo-- evento que se celebra cada cuatro años en países diferentes. Organizada este año en Brasil --el país que más veces ganó el codiciado trofeo de oro macizo-- ha sido una jornada verdaderamente llena de emociones deportivas y el calor del acogedor pueblo brasileño. “La Copa” fue levantada por los alemanes, como colofón de una jornada ejemplar ante una Argentina combativa, que sólo cayó en la gran final por el mínimo marcador y en el segundo tiempo extra del formidable partido.
No pretendo hacer, desde el Brasil donde vivo hace más de 20 años, una crónica deportiva, sino un análisis de aspectos que tocan la política de este Gigante Sudamericano y de sus implicaciones sociales y económicas, porque como se sabe, una buena parte de la población escenificó protestos callejeros contra la celebración de un torneo tan querido en tierra brasileña.
Hay discusiones respecto a la posible influencia de los desastrosos resultados obtenidos por la selección brasileña en las venideras –y casi inmediatas-- elecciones presidenciales. Sin embargo, lo que es unanimidad entre los analistas políticos locales y foráneos, es que en este evento ha habido una gran dosis de politización involucrada en todos los aspectos de la organización de este gran evento mundial.
La celebración de la Copa del Mundo en Brasil fue definida hace ya varios años por el órgano rector mundial del fútbol, la FIFA --durante el anterior gobierno de Luis Ignacio Lula da Silva-- que en el 2014 este país sería la sede de este magno encuentro futbolístico mundial, visto entonces dentro de Brasil como un triunfo del gobierno de Lula, que viajó personalmente al escenario donde se anunciaría el país sede, e hizo “de todo” para capitalizar semejante logro.
No fue extraño que el presidente de uno de los países candidatos a organizar el evento asistiera a lugar de la decisión y que lógicamente capitalizara semejante designación. El fútbol es el deporte más popular del mundo y la casi totalidad de los países del Globo lo practican como siendo algo propio de su cultura deportiva, lo que en Brasil se constituye en “una verdad como un templo”. Lula da Silva prometió entonces llevar la Copa del Mundo a la mayoría de las capitales de sus 26 estados y el Distrito Federal, la capital del país, Brasilia, y comenzó ahí un complejo proceso de selección de las futuras ciudades sedes, proceso netamente politizado.
Lula da Silva dijo de inicio que las inversiones necesarias para la modernización y construcción de los estadios en las 12 ciudades a ser seleccionadas, serían inversiones “de la iniciativa privada”, porque las ganancias derivadas de la celebración de “la Copa” iría lógicamente hacia este sector privado. No fue lo que ocurrió y el estado brasileño tuvo que invertir unos 12 mil millones de dólares (una media de mil millones por cada ciudad sede) para construir o modernizar los estadios y mejorar las condiciones de circulación vial y los aeropuertos de las capitales estaduales seleccionadas. Lo sucedido fue interpretado como un engaño del gobierno, que se vio obligado por los compromisos asumidos a usar el dinero público.
Un país como Brasil –carente de sistemas adecuados de educación, salud, seguridad pública y transporte-- que se ve presionado por un compromiso con la FIFA a invertir tanto dinero público en construcción de estadios de fútbol, fue fuertemente cuestionado por el grueso de la población brasileña, carente de servicios básicos en las regiones donde se celebrarían los eventos internacionales. Esto se constituyó en el disparador de las protestas callejeras. Los manifestantes marchaban con carteles en los que se podía leer “queremos escuelas y hospitales del padrón FIFA”, en alusión a la justificativa de los altos costos de la innecesaria construcción y modernización de estadios, cuando se decía que debían tener “padrón FIFA”.
Diversos episodios durante la selección de las capitales sedes del evento --en los que las capitales de los estados gobernados por aliados del gobierno federal fueron favorecidas y las gobernadas por adversarios fueron olvidadas-- dieron la tónica política de las decisiones relacionadas con “la Copa”. Todo estaba siendo organizado propulsado por exigencias desproporcionadas de la FIFA, al extremo de pedir licencia para violar las leyes brasileñas en algunos aspectos (como no pagar impuestos derivados de algunos negocios durante la celebración de “la Copa”) permisividad que irritó adicionalmente los ánimos de los brasileños, que se ven obligados a pagar el mayor % de impuestos de planeta, con exiguo retorno.
En Brasil había un sentimiento generalizado: el gobierno actual de Dilma Rousseff, sucesora en la presidencia del gobierno de Lula da Silva, haría “de todo” por capitalizar el éxito de la celebración en Brasil de semejante Mega Evento y sobre todo, el casi seguro triunfo de la selección brasileña en la competencia mundialista, de ojo en que el mismo se celebraría unas semanas antes que las elecciones presidenciales en las cuales Rousseff sería candidata.
Pero la realidad fue más fuerte que los deseos. Las masivas manifestaciones del año pasado por los desproporcionados gastos con “la Copa” y la permisividad del gobierno federal con las exigencias de la FIFA, se sumaron durante el magno evento a la debacle de la selección brasileña durante el torneo, lo que se constituyó en un golpe insoportable para la auto-estima del brasileño. Paralelamente, e incentivados por el gobierno federal (temiendo nuevas manifestaciones durante “la Copa”) los medios masivos de comunicación se esmeraron en asociar el triunfo de la selección brasileña a la patria y a los valores más sagrados, dando el tono de que era invencible. Todo colaboró al trauma nacional con su humillante derrota doble.
Ahora no será la oposición política al gobierno federal actual el que hará una campaña intentando capitalizar a su favor semejante derrota. Son las innumerables muestras de politización durante todo el largo proceso de mentir diciendo que no se gastaría “dinero público” durante la organización de “la Copa”, de seleccionar sedes políticamente, de ceder en las exigencias desproporcionadas de la FIFA, cuando en paralelo los brasileños sufren al ver su país detener su crecimiento económico y siente en su bolsillo la inflación crecer sin control.
La politización de “la Copa” en Brasil cobrará su precio. La presidenta actual ya declaró apresuradamente que los resultados de “la Copa” no tendrán influencia en los aspectos políticos “porque son dos áreas diferentes”. Sin embargo, el mal humor causado por la derrota humillante de la selección brasileña --con una propaganda desproporcionada sobre la cual el pueblo se siente engañado-- cobrará su precio durante las próximas elecciones de Octubre venidero, como será también cobrado en las urnas las faraónicas inversiones en estadios construidos en varias de las ciudades del país seleccionadas políticamente, que no tienen siquiera un campeonato de fútbol para usarlo después que pase “la resaca de la Copa”.
Brasil, en todo este triste e inmerecido episodio, “cae en la realidad actual” de un país estancado económicamente, con inflación en alta, con problemas de educación, salud y seguridad pública apremiantes, con su selección “canariño” desvalorizada, en paralelo con la constatación real de que “no era del todo verdad” que Brasil irrumpiría de un momento a otro en el “Primer Mundo” como preconizaban los gobiernos de la izquierda local, el mismo que los llevó también a una inmerecida y humillante debacle deportiva, en un terreno considerado sagrado por la enorme mayoría del pueblo brasileño, que en las urnas de Octubre darán su veredicto.
El ilusionismo que la izquierda en el gobierno brasileño inventó para auto ensalzarse desde el poder con logros de dudosa permanencia, tiene en este fracaso de la selección brasileña un despertar amargo, pero necesario. Si bien este disgusto es inmerecido para la enorme mayoría del hospitalario y acogedor pueblo brasileño, para la izquierda en el poder del Gigante Sudamericano representa una lección de transparencia que deben aprender, sino ahora, lo tendrán que hacer cuando ese mismo pueblo frustrado vaya a las urnas en el Octubre venidero.