Bulgaria, con sus 7.300.000 habitantes que tienen unos ingresos anuales de 7.300 de dólares, es la nación más pobre y corrupta de la Unión Europea. La vida cotidiana se ha hecho tan dura allá, que el país lleva un trimestre largo de manifestaciones ininterrumpidas. Esta pasada semana las masas bloquearon el Parlamento y ministros, diputados y funcionarios no pudieron abandonar el edificio hasta que policía levantó el asedio tras una batalla campal que causó la hospitalización de 18 personas.
Para rizar el rizo, los abusos y la corrupción administrativa son tales, que la comisaria de Justicia de la UE así como los embajadores alemán y francés han alentado públicamente la ira popular contra el actual Gobierno búlgaro, formado por socialistas – más correcto sería decir : Postcomunistas -, sin que el Gabinete de Palmen Orejarski se defendiera siquiera.
Tampoco le hacía falta porque, con o sin críticas extranjeras, el poder en Bulgaria – como en todas las naciones europeas postcomunistas – es la plasmación política del dicho “quién tuvo, retuvo”. Y la nomenklatura comunista de otrora, todopoderosa en las dictaduras estalinistas, entendió perfectamente que la llegada de la democracia no significaría en sus países más que un cambio de etiquetas. Los comunistas pasaron a llamarse socialistas y los funcionarios del Partido Comunista, políticos. Pero el poder seguía estando en las mismas manos; los mismos perros con otros collares.
Para que el poder continuase siendo totalitario, a la policía secreta la sustituyeron por la mafia y el monopolio estatal de los bienes de producción pasó a las sociedades anónimas fundadas por los dirigentes políticos que compraron por cuatro chavos las empresas nacionales privatizadas a galope y a escondidas.
El único cambio entre el monopolio comunista del poder y la realidad postcomunista en la Europa del Este es que ahora el poder no viene del secretario general del partido, sino de las urnas que se disputan – salvo raras excepciones – unos postcomunistas a otros.
En el caso búlgaro, el jefe de Gobierno anterior – Borissan – llegó al poder con la ayuda de los postcomunistas que no formaban el actual partido socialista búlgaro, en tanto que los socialistas de Orejarski retornaron al poder el pasado mes de febrero porque la drástica subida de las tarifas eléctricas sacó a la calle a un población que se veía en pleno invierno ante el dilema de calentar las casas o comer.
Y como las tarifas no han bajado, la corrupción administrativa y el descaro con que se practica han aumentado y la miseria crece, Borissan – súper rico sin que nadie sepa cómo ha forjado su fortuna – vuelve al asalto del poder. Lo hace a la manera clásica de las dictaduras de los siglos XIX y XX, agitando las masas, pagando a provocadores y matones para que un cambio de Gobierno – en las urnas o en el hemiciclo del Parlamento – pueda parecer una esperanza. Los occidentales por lo menos la tienen…
Para rizar el rizo, los abusos y la corrupción administrativa son tales, que la comisaria de Justicia de la UE así como los embajadores alemán y francés han alentado públicamente la ira popular contra el actual Gobierno búlgaro, formado por socialistas – más correcto sería decir : Postcomunistas -, sin que el Gabinete de Palmen Orejarski se defendiera siquiera.
Tampoco le hacía falta porque, con o sin críticas extranjeras, el poder en Bulgaria – como en todas las naciones europeas postcomunistas – es la plasmación política del dicho “quién tuvo, retuvo”. Y la nomenklatura comunista de otrora, todopoderosa en las dictaduras estalinistas, entendió perfectamente que la llegada de la democracia no significaría en sus países más que un cambio de etiquetas. Los comunistas pasaron a llamarse socialistas y los funcionarios del Partido Comunista, políticos. Pero el poder seguía estando en las mismas manos; los mismos perros con otros collares.
Para que el poder continuase siendo totalitario, a la policía secreta la sustituyeron por la mafia y el monopolio estatal de los bienes de producción pasó a las sociedades anónimas fundadas por los dirigentes políticos que compraron por cuatro chavos las empresas nacionales privatizadas a galope y a escondidas.
El único cambio entre el monopolio comunista del poder y la realidad postcomunista en la Europa del Este es que ahora el poder no viene del secretario general del partido, sino de las urnas que se disputan – salvo raras excepciones – unos postcomunistas a otros.
En el caso búlgaro, el jefe de Gobierno anterior – Borissan – llegó al poder con la ayuda de los postcomunistas que no formaban el actual partido socialista búlgaro, en tanto que los socialistas de Orejarski retornaron al poder el pasado mes de febrero porque la drástica subida de las tarifas eléctricas sacó a la calle a un población que se veía en pleno invierno ante el dilema de calentar las casas o comer.
Y como las tarifas no han bajado, la corrupción administrativa y el descaro con que se practica han aumentado y la miseria crece, Borissan – súper rico sin que nadie sepa cómo ha forjado su fortuna – vuelve al asalto del poder. Lo hace a la manera clásica de las dictaduras de los siglos XIX y XX, agitando las masas, pagando a provocadores y matones para que un cambio de Gobierno – en las urnas o en el hemiciclo del Parlamento – pueda parecer una esperanza. Los occidentales por lo menos la tienen…