Un día doce de agosto como hoy, pero de 1933, fue testigo del dramático fin del Gobierno del general Gerardo Machado a consecuencia de la Revolución del 33 y una huelga que paralizó el país, dando como resultado que a partir de entonces los destinos de la isla dejarían de ser regidos por los hombres que hicieron las guerras de independencia para pasar a manos de las nuevas generaciones de doctores devenidos ingenieros sociales.
Hace 85 años sucedía así una fractura insalvable en la historia nacional cuyas consecuencias alcanzan hasta el presente. De la República nacionalista pasamos rápidamente a la República social, primero, y a la socialista después. De la Constitución libertaria de 1901, fruto de la intervención y la influencia estadounidense, pasamos a la Constitución gregarista de 1940, hija de la revolución del 33.
Machado (1869-1939), como anticipo del destino de muchos cubanos debido a esa infausta fractura, descansa aún hoy en el Cementerio Norte del Parque Woodlawn, en Miami.
Tras los acontecimientos, el embajador estadounidense Sumner Welles intentó mediar sin éxito pues EE.UU. no estaba interesado en la desestabilización de un país que había alcanzado finalmente su independencia de España (tras tres desgastadoras guerras) apenas 30 años atrás gracias a su intervención militar a favor de los cubanos, en 1898, y en el que después habían tenido que intervenir militarmente tan temprano como en el 1906.
Para ocupar el vacío de poder dejado por Machado fue nombrado presidente el jefe del Ejército, el general Alberto Herrera, quien enseguida traspasó el poder a Carlos Manuel de Céspedes y Quesada, hijo del primer presidente de la República en Armas e iniciador de la Guerra de 1868, Carlos Manuel de Céspedes.
Tras el Tratado de París en 1899, luego de la victoria de las armas estadounidenses sobre la españolas, y mientras Cuba en 1901 elaboraba su 1ª Constitución, el Senado de Estados Unidos vota una enmienda que será incluida en la Constitución cubana: la Enmienda Platt.
Tan pronto como el 29 de mayo de 1934, bajo la breve presidencia de Carlos Mendieta (1934-1935), y como consecuencia directa de la caída de Machado, fue abolida la denostada Enmienda Platt. No por gusto la misma revolución del 33 marcó un hito en lo que algunos pomposamente llaman la mayoría de edad de la República. Cuando, patriotismo aparte, lo cierto es que existen indicios para creer que más bien podría haber marcado un hito en el inicio o el agravamiento de los problemas sin solución para la República.
Por otra parte, si verdaderamente esa fecha marcó la mayoría de edad de la República: ¿Qué clase de uso dieron los cubanos a los deberes y derechos que se adquieren con la mayoría de edad? ¿Es que fueron los cubanos unos adultos irresponsables, puesto que los hechos históricos muestran que a poco de ser mayores perdieron o entregaron alegremente la República?
Por otro lado, si esa mayoría de edad a lo que se refiere es a la derogación de la Enmienda Platt como la más importante consecuencia de la revolución del 33, ¿fue por consiguiente tan negativa para Cuba la Enmieda Platt como pretenden tirios y troyanos? ¿No ayudaría la Enmieda Platt más bien a preservar, a trancas y barrancas es cierto, pero a preservar en definitiva, a esa República? ¿De haber existido la Enmienda Platt en 1959 habría llegado al poder un Fidel Castro? ¿Se hubiese implantado un régimen comunista en la isla? ¿Es en definitiva el exilio cubano, y el que los restos de Machado estén enterrados en Miami, la consecuencia última de la derogación de la Enmienda Platt?
La Enmienda Platt tenía tres puntos importantes: la cesión de terrenos para el establecimiento de bases militares estadounidenses en suelo cubano, la prohibición al Gobierno de Cuba para firmar tratados o contraer préstamos con poderes extranjeros que pudieran menoscabar la independencia de Cuba ni en manera alguna obtener por colonización o para propósitos militares asiento o control sobre ninguna porción de la isla, y el derecho que daba a Estados Unidos para intervenir con sus Fuerzas Armadas en Cuba con vista a proteger "las vidas, las propiedades o las libertades individuales".
Ninguno de los prolegómenos principales de la Enmieda Platt dejaba un espacio para la llegada, y menos para la permanencia en el poder, de Fidel Castro en 1959 y la posterior implantación de una tiranía comunista en la isla.
El poeta más grande de Cuba en el siglo XX, Gastón Baquero, aseguraba que los problemas sin solución para la isla comenzaron no con la presidencia de Machado sino, contrario a lo que el común cree, con la revolución de 1933 que lo derrota y exilia, por lo que en entrevista con la escritora Nedda G. de Anhalt, para el libro Dile que pienso en ella, el también jefe de redacción del influyente y conservador Diario de la Marina, dice: “La Universidad de La Habana era una de las mejores de América. Se eclipsó con la caída de Machado (…) A Cuba se le rompió la columna vertebral con esa caída y nunca más pudo marchar el país”.
Pero más importante que el declive de la universidad a manos del revolucionarismo (Castro no inventó aquello de la Universidad es para los revolucionarios, pues ya a partir de 1933 las cátedras universitarias eran ocupadas en la isla no por los intelectualmente más dotados sino por los más revolucionarios) fue el declive del Ejército de la República que, como consecuencia directa de la caída de Machado, se convirtió poco a poco en un Ejército de revolucionarios en que, como en el caso de Fulgencio Batista, se podía pasar de la noche a la mañana de sargento a coronel sin haber pasado no ya por una academia militar sino sin ganar, o siquiera participar, en ninguna batalla.
Así durante la revolución de finales de los cincuenta en Cuba lo que se daría es una lucha armada entre bandas de revolucionarios en el poder, Batista y los suyos, y bandas de revolucionarios que querían el poder, Fidel Castro y los suyos.
Los castristas nunca hubiesen triunfado contra un Ejército verdaderamente profesional: imaginemos por un momento, por ejemplo, a los famélicos e infames guerrilleros del Movimiento 26 de julio enfrentados a las tropas del general José Miguel Gómez, quien fuerra un auténtico prusiano de academia y de acción en el campo de batalla.
Quizá por todo ello sea lícito discurrir que la revolución que triunfa en 1959 es la misma que se inicia en 1933, y que, sin la caída de Machado no hubiese habido ascenso y permanencia de Castro en la regencia de los destinos patrios por más de medio siglo.