“El único secreto es trabajar, trabajar y trabajar más, no queda otro remedio. Hay que perseverar porque hay días en que no tienes deseos de escribir y tienes que ponerte a trabajar en el campo, y en otras no tienes deseos de trabajar al sol, pero tienes que salir, no hay más remedio”, afirma Alberto Méndez Castelló, periodista independiente que prefiere que lo vean como un guajiro de Puerto Padre, Las Tunas.
Así pasa con muchos activistas de derechos humanos y periodistas independientes que cumplen sus funciones militando en la oposición pacífica y trabajan duramente para llevarles alimentos a sus familiares en casa. Cuando el gobierno los acusa de ser pagados por una potencia extranjera, enseñan sus manos, endurecidas por el trabajo diario.
"No puedo cazar en mi país porque digo lo que pienso y no puedo sembrar porque sencillamente digo lo que pienso. Tenemos un régimen segregacionista brutal, que prohíbe lo que se piensa. Yo solicité una tierra en usufructo, me la dieron equivocadamente, pues a los pocos días me la quitaron y ahora está abandonada. También me quitaron una maravillosa escopeta, que quizás ahora la tenga un jefe cazando venados”, indicó Méndez Castelló.
En ocasiones los opositores son citados a unidades policiales, para verificar su situación laboral. Muchos son expulsados de las universidades, instituciones culturales o centros investigativos, unos se rinden, ante la lógica imposibilidad de ejercer sus profesiones, otros persisten y se dan al trabajo duro donde les dejen espacio.
Sin embargo Méndez ha llegado a un punto límite con el acoso policial a que es sometido por publicar sus artículos de opinión y reportajes en sitios como Cubanet y Diario de Cuba: “Prefiero no cultivar la tierra, prefiero no cazar, antes que dejar de decir lo que pienso. De hecho yo no cazaba casi, mi zurrón casi siempre estaba vacío, si un día tengo una buena cámara, iré al bosque a hacer fotos”, concluye el narrador, galardonado en el 2006 en un concurso de cuentos cortos en España y finalista del premio de la Editorial Plaza Mayor, en Puerto Rico, con la novela Bucaneros (2004).
“Un libro es un hijo de uno, lo pones en el mismo lugar que los hijos", dijo orgulloso.
Sin plátanos y sin derechos
Manuel Martínez León es un guajiro de tierra adentro, en un pueblo perdido al que llaman La Jejira en Velazco, Holguín, a quien han amenazado con quitarle sus cultivos por pertenecer al ilegal partido Cuba Independiente y Democrática (CID), donde ayuda recoger fimas para los proyectos de la sociedad civil, asiste a actos de protestas y se prepara como observador de derechos humanos.
“Me dijeron, tú sabes que siembras plátanos, como para rebajarme o amedrentarme, y le dije, "sí, si tú quieres quítamelos. Yo voy a seguir haciendo lo que hago, defendiendo los derechos humanos". Vendo mis productos por la situación que tiene la gente, pero me vigilan más, me controlan más. He perdido muchos clientes, porque son persuadidos de que no me compren”, relata.
A las conocidas acusaciones de ser pagados desde el extranjero se suman las de que siembran el terror. “Ya nadie se cree el cuento de que ponemos bombas, que envenenamos el agua para los niños”, comenta Manuel en un tono en que se burla de sus acosadores.
"No puedo dejar la oposición por ningún concepto, pero no puedo dejar la agricultura, yo no quiero recostarme a nadie porque todos los hermanos están en una situación difícil. Pienso un día ver a Cuba libre o morir luchando por eso”, concluyó.
Por un pedazo de tierra
Se hizo técnico medio en Piezas de Maquinado, en la antigua Checoslovaquia, ahora trabaja un pedazo de tierra recostado a un arroyo en Levisa, Nicaro, no pudo trabajar más en la fábrica de níquel y le complace sacarle frutos al lugar donde vive.
Barbaro Tejeda Sánchez es activista de la Unión Patriótica Cubana (UNPACU) está en la mira de la policía por asistir a marchas de protesta y reunirse para trabajar en favor de la democratización del país. No le teme al sol ni a las difíciles condiciones de trabajo: “un día en el campo no es fácil. Por aquí pasa un cauce de un río y siembro un poco de arroz, pero me hicieron un registro y me confiscaron un equipo de riego que me había comprado. Pero salgo a vender los plátanos y el maíz, que a la gente le gusta mucho”, afirma.
En su pedazo de tierra de "unos cincuenta cordeles" (un tercio de caballería aproximadamente), siembra los productos y luego los vende, dice que no ha tenido problemas salvo con las las autoridades.
Su decisión de continuar defendiendo los derechos humanos le costó el matrimonio, y el rancho.
“Perdí mi matrimonio por esto, por las presiones que recibíamos, y has visto mi casa, que se moja y cuando suben las aguas se inunda toda, pero Dios sabe que esto lo hacemos de corazón, para que Cuba cambie, sin recibir nada a cambio, si alguien se solidariza y quiere donarnos algo, pues lo recibimos”, finalizó.
Así pasa con muchos activistas de derechos humanos y periodistas independientes que cumplen sus funciones militando en la oposición pacífica y trabajan duramente para llevarles alimentos a sus familiares en casa. Cuando el gobierno los acusa de ser pagados por una potencia extranjera, enseñan sus manos, endurecidas por el trabajo diario.
"No puedo cazar en mi país porque digo lo que pienso y no puedo sembrar porque sencillamente digo lo que pienso. Tenemos un régimen segregacionista brutal, que prohíbe lo que se piensa. Yo solicité una tierra en usufructo, me la dieron equivocadamente, pues a los pocos días me la quitaron y ahora está abandonada. También me quitaron una maravillosa escopeta, que quizás ahora la tenga un jefe cazando venados”, indicó Méndez Castelló.
En ocasiones los opositores son citados a unidades policiales, para verificar su situación laboral. Muchos son expulsados de las universidades, instituciones culturales o centros investigativos, unos se rinden, ante la lógica imposibilidad de ejercer sus profesiones, otros persisten y se dan al trabajo duro donde les dejen espacio.
Sin embargo Méndez ha llegado a un punto límite con el acoso policial a que es sometido por publicar sus artículos de opinión y reportajes en sitios como Cubanet y Diario de Cuba: “Prefiero no cultivar la tierra, prefiero no cazar, antes que dejar de decir lo que pienso. De hecho yo no cazaba casi, mi zurrón casi siempre estaba vacío, si un día tengo una buena cámara, iré al bosque a hacer fotos”, concluye el narrador, galardonado en el 2006 en un concurso de cuentos cortos en España y finalista del premio de la Editorial Plaza Mayor, en Puerto Rico, con la novela Bucaneros (2004).
“Un libro es un hijo de uno, lo pones en el mismo lugar que los hijos", dijo orgulloso.
Sin plátanos y sin derechos
Manuel Martínez León es un guajiro de tierra adentro, en un pueblo perdido al que llaman La Jejira en Velazco, Holguín, a quien han amenazado con quitarle sus cultivos por pertenecer al ilegal partido Cuba Independiente y Democrática (CID), donde ayuda recoger fimas para los proyectos de la sociedad civil, asiste a actos de protestas y se prepara como observador de derechos humanos.
“Me dijeron, tú sabes que siembras plátanos, como para rebajarme o amedrentarme, y le dije, "sí, si tú quieres quítamelos. Yo voy a seguir haciendo lo que hago, defendiendo los derechos humanos". Vendo mis productos por la situación que tiene la gente, pero me vigilan más, me controlan más. He perdido muchos clientes, porque son persuadidos de que no me compren”, relata.
A las conocidas acusaciones de ser pagados desde el extranjero se suman las de que siembran el terror. “Ya nadie se cree el cuento de que ponemos bombas, que envenenamos el agua para los niños”, comenta Manuel en un tono en que se burla de sus acosadores.
"No puedo dejar la oposición por ningún concepto, pero no puedo dejar la agricultura, yo no quiero recostarme a nadie porque todos los hermanos están en una situación difícil. Pienso un día ver a Cuba libre o morir luchando por eso”, concluyó.
Por un pedazo de tierra
Se hizo técnico medio en Piezas de Maquinado, en la antigua Checoslovaquia, ahora trabaja un pedazo de tierra recostado a un arroyo en Levisa, Nicaro, no pudo trabajar más en la fábrica de níquel y le complace sacarle frutos al lugar donde vive.
Barbaro Tejeda Sánchez es activista de la Unión Patriótica Cubana (UNPACU) está en la mira de la policía por asistir a marchas de protesta y reunirse para trabajar en favor de la democratización del país. No le teme al sol ni a las difíciles condiciones de trabajo: “un día en el campo no es fácil. Por aquí pasa un cauce de un río y siembro un poco de arroz, pero me hicieron un registro y me confiscaron un equipo de riego que me había comprado. Pero salgo a vender los plátanos y el maíz, que a la gente le gusta mucho”, afirma.
En su pedazo de tierra de "unos cincuenta cordeles" (un tercio de caballería aproximadamente), siembra los productos y luego los vende, dice que no ha tenido problemas salvo con las las autoridades.
Su decisión de continuar defendiendo los derechos humanos le costó el matrimonio, y el rancho.
“Perdí mi matrimonio por esto, por las presiones que recibíamos, y has visto mi casa, que se moja y cuando suben las aguas se inunda toda, pero Dios sabe que esto lo hacemos de corazón, para que Cuba cambie, sin recibir nada a cambio, si alguien se solidariza y quiere donarnos algo, pues lo recibimos”, finalizó.