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Carmina Benguría, la cubanita que encandiló a Gabriela Mistral


Interpretó a poetas de la talla de Juan Ramón Jiménez, Alfonso Reyes, Pablo Neruda y Gabriela Mistral. A sus 95 años, hoy nos entrega este compendio de sus recuerdos.

Nació en enero de 1920, y con sus 95 años salió de su residencia en el hospicio Miami Jewish Health System para presentar su último poemario en la librería Books and Books. Desde el libro del alma, Ego Group Inc., 2015, fue editado por el poeta cubano Orlando Coré Fernández.

Pero donde ha sobresalido esta diminuta y a la vez gran mujer es interpretando los versos y la prosa de grandes poetas como Juan Ramón Jiménez, Alfonso Reyes, Pablo Neruda y Gabriela Mistral.

Siempre hay un punto de partida, Carmina…

Mi padre, Enrique Benguría, era una eminencia. Y mi madre María Elisa Rodríguez, venía de asturianos, era una mujer muy preparada, muy inteligente. Mi padre era un profesor, vicepresidente de los Calígrafos Mundiales. Cuando yo tenía 14 años hablaba igual que ahora, mi madre era una mujer muy culta, que sabía mucho de música. La primera vez (se refiere a su acto de declamar) fui a la Universidad de Columbia y Federico de Onís, que presidía allí, también estaba (Jorge) Mañach, me escuchó y dice: "¿Y esta niña tan graciosa quién es?". Y yo le dije: "Yo digo versos". Y me dice: "¿Quieres venir mañana al acto de apertura y decirnos unos versos?". Y mi papá me dice: "Pues ve". Fui al otro día, y Onís le dijo a mi madre que quería que yo le grabara unos versos para la enseñanza del idioma. Grabé para la Columbia. Mañach estaba allí y me oyó por primera vez. Él escribió (sobre mí) más tarde.

Es 1934, yo recuerdo un recital en el Teatro Nacional, allí se encontraba el entonces director del Diario de la Marina, Ernesto Fernández Arondo, y le pregunta a María Carbonell qué pasaba allí, ella le dice: "Entra para que veas". Y le dice: "Gabriela Mistral está en el palco de los periodistas". El entró y le preguntó a mi madre: "Señora, ¿usted me permite que yo la represente?". Son cosas de Dios. Mi madre dijo: "Bueno". Gabriela, entonces, escribe para mí.

Un día tocaron a la puerta del hotel. "¡El Marqués de Lozoya, Ministro de Educación, dice que se presente en el Ministerio de Educación, que la está esperando!". Hay una pila de viejos locos allí y me imponen la medalla de Alfonso el Sabio. Yo tenía 16 años. Después de eso (la tienda) El Encanto me pone en todas las vidrieras, una foto así de grande –extiende los brazos–, con la bandera cubana, todas las banderas cubanas. Gabriela Mistral escribe para mí. No le debo nada a ningún gobierno, porque nadie me dio nada, yo no le pedí, no lo necesitaba. Los grandes poetas, críticos, escritores de la época, me amaron.

¿A quiénes les es más fácil interpretar?

No, a todo el mundo. (Se queda pensativa unos segundos antes de volver a responder). (Emilio) Ballagas era de mis poetas. Por supuesto, Heredia, Lorca. Yo pude decir a todo Lorca en un recital, y Franco no me lo prohibió. Él no se metió conmigo. El (periódico) ABC me dedicaba editoriales, porque yo hablaba perfectamente el idioma, pero no con el acento español. Era un poco afrancesada, no muevo las manos. Hay poemas que los digo sin moverme, a pura voz.

La prosa de Martí es difícil

Martí todo es difícil. Hay un verso que casi nadie sabe. Los cubanos no conocen a Martí, saben muy poco.

¿Cambiar de lugar significó algo para usted?

Sí, me dio mucho sufrimiento. Yo sufría mucho en el 60. Lo perdí todo: dinero de los bancos, mi casa. Afortunadamente salí con mi familia, pero cuando llegué aquí yo no sabía hacer nada, no sabía trabajar. Aquí en Miami yo empecé a limpiar en una oficina y un día el jefe me llamó y me dijo: "Mire, nosotros no podemos seguir atendiéndola, usted no limpia, usted no pertenece a 'eso', su ropa es distinta, usted es demasiado educada", y me botaron. Sufría mucho, estuve así dos años. Toda la familia se fue a Nueva York, porque Roberto (Estopiñán) no tenía nada que hacer. Yo fui al Perú, que ignoraba a su propio poeta (César Vallejo). Entonces, empecé a divulgar a ese hombre, a decirlo y decirlo, por eso es que el Congreso me condecora. Yo hacía recitales en las plazas, con tres mil, cinco mil personas. Nadie sabía de Vallejo, yo se lo desmenuzaba.

¿Y la técnica?

Yo di tres años de Literatura con Camila Henríquez Ureña. Yo ensayaba a las ocho de la mañana todos los días con mi madre. Ella tenía una manera de enseñar: Por ejemplo, los poetas de amor, como Juana de Ibarbourou, yo no los dije hasta que no tenía 17 años. Porque mi madre, cuando yo ensayaba "Los zapaticos de rosa", por ejemplo, me decía: "¿Qué tú entiendes por el lado 'de la derecha del coche'? ¿Qué significa eso?". Y yo tenía que decirle lo que significaba. La gente no entiende por qué dice: ("Y Pilar va en el cojín/) De la derecha del coche". Porque a la derecha del coche solo se sentaban los reyes. Eso era un privilegio.

Con su salida de Cuba, ¿buscó otros poetas?

No, fueron los mismos siempre. Uno de los poetas que yo más admiro es a Whitman. Los hombres importantes de la época me quisieron, yo discutía con Alfonso Reyes, Juan Ramón Jiménez, con Neruda, que iba a mi casa a verme y se emborrachaba también. Ya cuando él no podía beber más se echaba la bebida por la cabeza. Gabriela una vez me dijo: "Lo único que lamento en mi vida es haber llegado tarde al banquete de Martí". El poeta que más amaba era Amado Nervo.

Whitman, me ibas a hablar de Whitman

Whitman es el poeta más importante, pero los americanos lo ignoran.

¿Aún hoy?

¡Oh, sí! Por ejemplo, yo conozco gente de Harvard que jamás ha oído de Whitman, ni les interesa.

Con el exilio, a pesar de todo, ¿hubo alguna ganancia?

Para nada. Yo tengo mucha tristeza. Yo creo que el problema de Cuba es el Karma. Algo malo hicimos en el pasado, que estamos en esta situación. Mira, no es para que lo digas si no te da la gana. Es demasiada la destrucción: es moral, material, intelectual, es un derrumbe total del ser humano. Es tanto y tan triste que tiene que ser que hicimos lago tan malo, que tenemos que estarla pagando. No sé qué fue. Tú sabes, un país que no tiene animales malos, que la lluvia es una verdadera bendición. Yo sufrí mucho, pero yo sé que Dios me ama.

Estopiñán en su vida

Yo llego a La Habana luego que el Congreso del Perú me condecora. Y mi jefe de publicidad, Ernesto Fernández Arrondo me dice: "Mira Carmina, tenemos que hacerle algo a alguien, que tú estés, pero que no sea a ti, porque estamos cargados. Hay que buscar a alguien, ¿Quién puede ser?". Y Estopiñán había sido cuatro veces Premio Nacional (de Artes Plásticas). Lo hicimos en el Hotel Nacional. Eso lo transmitía la CMQ por toda la isla. Yo fui a ver a Felito Ayón, que era el que me hacía los programas, era un hombre muy popular.

Muy querido en las noches habaneras

Sí. Era tremendo, era muy agradable, muy educado y muy amigo mío. Y le digo: "Felito, ¿quién es el hombre más importante aquí en estos momentos?". Y me dijo: "Muchacha, Estopiñan". "¿Y dónde lo encuentro?". "En la Bodeguita del Medio". Y allí estaba, con un vaso de whisky, solo. Así conocí a Gabriel Roberto. Era lindo, bien vestido, pero muy introvertido. Lo saludo, le digo: "Vengo a felicitarlo". Me encuentro con un hombre muy hermético. De pocas palabras. Le digo: "Yo quiero hacerle un homenaje porque usted es el hombre más importante de las Artes Plásticas". Me dijo que no. Pero me dijo: "Mire, yo lo que le puedo hacer es una cabeza" –que esculpió para mí. Estaban todos los artistas, todas las embajadas, hasta Kid Chocolate estaba. Costó trabajo que él saliera, Sicre, que era su maestro, tuvo que decirle: "Oiga, joven, salga. Tiene que dar las gracias". Fuimos muchos años amigos, a mí me encantó. Yo tuve muchos enamorados poderosos, pero me aburrían, pero Roberto me daba curiosidad, porque era muy introvertido. Yo enamoré a Roberto, Roberto no me enamoró a mí.

Su visión actual

Tenemos que darnos cuenta que somos un espíritu que carga un cuerpo; el espíritu es eterno, el cuerpo se va. Entonces, aquí nada más que alimentamos el cuerpo: que si el carro, que si el vestido. No, no se lee poesía, y la poesía que se está haciendo es puro intelecto, que es muy distinta a la poesía que viene de arriba, después la organizas, pero tiene que venir de arriba. La gente cree que con solo ir a misa eso resuelve; eso no resuelve nada. Tú tienes que poner de moda las virtudes, tienes que entender que vienes aquí a este planeta a aprender, no a divertirte, que todo es conocimiento, entendimiento.

Carmina Benguría fue merecedora, entre otros reconocimientos, de la Cruz Alfonso el Sabio, de España; la Medalla del Congreso del Perú; la Medalla Alfaro, de Ecuador; la Medalla de Oro de la Universidad de Panamá; y la Medalla Carlos Manuel de Céspedes, de Cuba.

Esta entrevista fue gracias a la valiosa colaboración del poeta cubano Orlando Coré. Gracias a mi colega Lizandra Díaz B., de Martí Noticias, por su apoyo en la edición audiovisual.

Siga a Luis Felipe Rojas en @alambradas.

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