Es sábado, es verano y no hay muchos lugares en La Habana a donde la gente pueda salir a divertirse y a la vez ganar dinero. No existen los casinos pero no importa, cada cual se ha inventado un sucedáneo, sobre todo en aquellos barrios de la periferia capitalina que han sido abandonados a la suerte de quienes los habitan y donde hay que “inventar” y “luchar” el dinero. A la policía poco le importa lo que sucede en esos suburbios siempre que una trifulca o un ajuste de cuentas no arroje demasiados muertos o a alguien le dé por escribir, en un muro demasiado visible, una frase en contra del gobierno.
“Vamos a las carreras de motos”, me invita un amigo del barrio, un apostador empedernido, y acepto porque ya había escuchado sobre ese nuevo fenómeno que algunos jóvenes consideran la mejor diversión de La Habana. “Pero no lleves la cámara, si vas a filmar hazlo solo con el celular”. Su advertencia no se debe solamente a que las competencias, así como los otros negocios que dependen de ellas, sean clandestinos sino al peligro de ser asaltados si nos confunden con turistas o, peor, con informantes.
Todo transcurre en las cercanías del puente de El Calvario, en un tramo de vía perteneciente a las Ocho Vías, entre los municipios Arroyo Naranjo y Cotorro. La diversión jamás se inicia antes de las 2 de la madrugada, que es el horario en que la autopista es menos transitada y entonces sirve como circuito de carreras.
Ya a la medianoche comienzan a llegar los espectadores, provenientes de aquellos barrios considerados entre los más peligrosos del país. Jóvenes y adolescentes de La Güinera, Reparto Eléctrico y Mantilla bordean la carretera buscando un puesto de privilegio. Están a la espera de los competidores a quienes admiran como si se trataran de estrellas del futbol.
Vendedores de cigarros, alcohol y comidas rápidas, aportan cierto aire de feria. Los ánimos comienzan a exaltarse cuando aparecen las primeras motocicletas y entonces se escuchan los pronósticos sobre quiénes se enfrentarán esa noche o si llegará El Ninja, ganador de casi todos los desafíos en la modalidad local de “carreras de motos contra autos” o si regresará, con ánimos de revanchista, Osmel “El Niño”, el perdedor de la vez pasada.
“Siempre regresan. Tienen que regresar. Esa es su pincha”, me asegura uno de los tres que recogen las apuestas y que todos conocen como “Baracoa”. Refiriéndose a los competidores y a lo que ganan en una jornada, comenta: “No son 20 ni 100 fulas (dólares). En una noche se pueden ganar hasta 500. Pierdes hoy pero mañana lo recuperas, ese el negocio”. Le he preguntado como si yo fuese a participar del juego, sin que él sospeche que lo entrevisto, que investigo para un reportaje.
A mi alrededor, cientos de jóvenes realizan sus apuestas: los que menos pueden arriesgar, lo hacen entre pequeños grupos de amigos del barrio; otros, acuden a los apuntadores “oficiales”, con quienes se puede ganar mucho más pero esos sólo aceptan depósitos de más de 5 dólares y no más de 100. Pero, en casos especiales, también admiten joyas, relojes, celulares en sus transacciones.
“Las joyas y los celulares los cojo por debajo del precio para poder ganarle. Aquí hay “arrestados” (aventureros) que vienen a correr y que me han dejado las motos como garantía. Hubo un loco que hasta me propuso la jeva (la novia) por 10 fulas, y como estaba buena de verdad yo me la jamé, pero por 5”.
Según el propio Baracoa, una de las competencias que más gusta es aquella que todos esperan pero de la cual no hay garantías de que acontezca porque involucra a los carros patrulleros de la policía:
“La policía solo puede llegar por tres vías. O bajar por el puente o venir directo por un lado o por el otro. Como quiera que sea uno la ve y da tiempo para salir echando. A no ser que un día se lancen en helicóptero. (…) Nadie se va, todo el mundo se queda. Puedes ver a los patrulleros corriendo detrás de las motos y a la gente riéndose de la policía. Es divertidísimo. Yo creo que lo policías también disfrutan esto, ¿a quién no le gusta correr carros?”.
Algunos pilotos clandestinos retiran las chapas de sus motos y autos para no ser identificados, mientras que las casas y fincas cercanas a la autopista se ofrecen como refugio en los casos de operativos policiales. Es casi imposible ser atrapados en un lugar donde se pudiera decir que todos viven o disfrutan de ese espectáculo que rompe con la monotonía cotidiana.
Las carreras de motos y autos de El Calvario, el universo que las rodea, más que una diversión ¿pudieran verse comoun desafío a una autoridad y a un estatismo que ya los jóvenes no están dispuestos a tolerar? ¿Serán una inconsciente o desenfadada advertencia al gobierno de que, de manera inmediata, estará obligado a buscar nuevos ingredientes para dotar de algún atractivo a ese “proyecto social” que para las nuevas generaciones solo es sinónimo de aburrimiento, incapacidad y obsolescencia? Todo parece indicar que por ahí anda la cosa.
Esta nota fue publicda originalmente en Cubanet