Es imposible que Miñoso haya jugado en cinco décadas, nadie dura 50 años en la pelota, comentaba hace unos días, entre incrédulo y desconcertado, un joven conductor afanado en repostar de gasolina su vehículo.
"Pues mire usted que sí", le habría aclarado yo, porque aparecer en cinco décadas no equivale exactamente a jugar todo el tiempo durante 50 años, pero el muchacho arrancó su carro y partió con un chirrido. Y es que Saturnino Orestes Miñoso –como aparece textualmente en las memorias de Major League Baseball– debutó en el Big Show en 1949… y empuñó el bate por última vez en 1980.
Mimado por el Chicago White Sox –aunque su primer contrato fue con Indios de Cleveland– Minnie (porque los gringos prefieren apocopar los nombres) se mantuvo en activo hasta 1964, y la propia MLB le endilga una dudosa fecha de nacimiento en 11-29-1922, y a La Habana como su ciudad natal, en lugar de la original Matanzas.
Pero la urbe que le concedió al cubano el título de Señor White Sox vio un filón comercial en vestirlo de uniforme en la campaña de 1976 (fue ocho veces al cajón, pegó un hit) y nuevamente en 1980, cuando su ídolo falló en dos comparecencias.
Semejante noción del espectáculo le fallaba una y otra vez a la pelota cubana del castrismo. Así fue que un matancero como Miñoso, el hercúleo Lázaro Junco, era forzado a su jubilación de las Series Nacionales cuando era el líder en jonrones con 405, y a pesar de que el rey en cierne, Orestes Kindelán, le seguía a la sazón los pasos en una atractiva pugna.
Ello sucedía en medio de una alocada idea de renovación, en los años 90 del siglo pasado, cuando más de 50 peloteros del país causaron baja de un plumazo. También a la fuerza pasaba a retiro Romelio Martínez, dueño de la mejor frecuencia de bambinazos en la isla, uno cada 12.84 veces al bate, y varios años más joven que Junco.
"Ellos no están en los planes de la selección nacional", fue la lacónica explicación del personaje de turno al frente del estadio Latinoamericano en esos tiempos.
Cientos de millas más al norte, sin embargo, Miñoso sí había estado en los planes y en el corazón del Chicago. Aunque un cha-cha-chá de los años 50 ponderaba en Cuba los bambinazos de nuestro hombre (5'10 de estatura, 175 libras de peso), Minnie distaba de ser un jonronero, pues pegó 186 batazos de ese tipo en el lapso 1949-1964.
Era, eso sí, un jugador de endiablado tacto –finalizó con .298 de average– y un peligro en las almohadillas, tres veces líder en bases robadas en la Liga Americana y tres veces líder en triples –el batazo más difícil– en el propio circuito. Ganó dos veces el Guante de Oro como outfielder y en ocho ocasiones integró el All Star de su Liga, aunque se ha marchado a otra dimensión con el pesar de no verse promovido al sitio de los inmortales del béisbol.
Miñoso, fallecido hace unos días, fue impedido de regresar de visita a Cuba donde en 2014 se había recuperado al fin su memoria para incorporarlo al novísimo "Salón de las Glorias" de nuestra nación. Confío en que no sean necesarios otros 50 años para que las autoridades de La Habana reconozcan, entre otros, a talentos como José "Pito" Abreu, novato del año de la zafra más reciente en la propia organización del White Sox.