Para el Gobierno cubano, diciembre es un mes de efemérides.
Aunque por inspiración propia y prescripción facultativa, atropella el derecho de los ciudadanos a manifestarse el Día de los Derechos Humanos, valga la reiteración; sí permite festejar el aniversario del desembarco del Granma, el cumpleaños de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), el jubileo de la Batalla de Ideas, el santo de Alegría de Pío y magnificar que desde 1997, tras un histórico paso de calculada ambigüedad, también permite celebrar Nochebuena y Navidad.
Raro, cruel y casi usual, porque lo que vale es fiestar y porque, como decía mi abuela, a quien no le hizo falta estudiar para adquirir sabiduría: "Todos los creyentes creen que su religión es mejor que la que practica el vecino".
Sin embargo, en este momento, cuando dejó de existir la fantasmagórica amenaza de la invasión imperialista, cuando perdió toda eficacia la fábula que describe la presencia subversiva del poderoso enemigo del norte, cuando parecen perpetuarse las reformas de Raúl, y cuando ya no debemos decir que Cuba es una dictadura sino una "autoridad" que, por cierto, continúa cometiendo ignominiosos excesos inspirado en la "razón de Estado"; los ideólogos cubanos deberían abandonar la "poesía del 59" y trabajar seriamente en realizar un maquillaje institucional que permita cristalizar, no digo transparentar, la visión de Cuba al mundo.
Me refiero, obviamente a un barniz psicopolítico. Por ejemplo, la unión de tropas militares podría cambiar el nombre para modificar la fachada, va y con eso los nuevos reclutas del Servicio Militar, salgan un tin más complacido de lo que entran.
"Cambiar todo para que no cambie nada"; célebre paradoja de la novela El gatopardo, del escritor italiano Giuseppe Tomasi di Lampedusa, es la argucia de los gobernantes cubanos.
Lo que un día se llamó Ejército Rebelde, después Ministerio de Defensa, y más tarde MINFAR; ahora podría llamarse PATRIGAL, un vocablo más cercano a la realidad empresarial actual, que es la fusión de "Patrimonio", "Nacional" que dirige un "General".
Igualmente podría rediseñarse el uniforme y los grados de soldados y oficiales, que todavía pertenecen a la fallecida estructura del inexistente Pacto de Varsovia. Salir de la incómoda, espantosa, y cuasi indigna, calurosa vestimenta verde olivo; y ajustar una más simbólica, autóctona y fresca, similar a la que otrora llevaron los mambises durante la gesta libertaria.
Lo difícil está en igualar al insigne, culto y reconocido estratega camagüeyano, mayor general Ignacio Agramonte y Loynaz; con el general de brigada Lázaro Pichs Sobrino, jefe de dirección del Ministerio de las FAR, sin adjetivos que lo distingan, y conocer que la única guerra que ha visto, es Fast and Furious (Part II), en pantalla chica.
Y no sugiero el mono Adidas como uniforme nacional, porque se ha convertido en el atuendo preferido del exlíder, y eso puede ser una complicación. Además del reciente escándalo de corrupción, de proporciones volcánicas, que tuvo lugar entre un representante de la famosa firma teutona con inescrupulosos directivos de la Industria Deportiva en Cuba.
Por último, pero sólo con el noble afán de acaparar simpatía, como medida adicional, deberían transformar las barracas militares en moteles, tal como un día hicieron con la posada de 222, para convertirla en la guarnición que hoy custodia la casa del señor Presidente.
En fin, como dice el proverbio chino, de la China: "LAS GRANDES ALMAS TIENEN VOLUNTADES".