El próximo año son las elecciones en Colombia, el triunfalismo del gobierno del presidente Juan Manuel Santos ha forjado la percepción de que su tolda política será la triunfadora y que los acuerdos suscritos con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia están garantizados, así como los que están en proceso de desarrollo con el Ejercito de Liberación Nacional, ELN, otra facción narcoterrorista que no es de esperar se conforme con menos beneficios que los que recibieron las FARC.
En virtud a los acuerdos y la confianza en el continuismo santista, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia afirman que han entregado la casi totalidad de sus armas, el alma no es posible que la cedan porque nunca la tuvieron.
Una facción que sembró la violencia extrema, recurrió al secuestro, practicó el terrorismo más despiadado y como colofón se vinculó al narcotráfico, no puede inspirar confianza sobre su conducta futura si la situación no se desenvuelve a la medida de sus deseos, porque aunque la entrega de armas es un aspecto importante de la negociación, las FARC no están impedidas de volver a tener un más moderno arsenal bélico.
Las FARC cuentan con vastos recursos económicos porque como declaró el Fiscal Néstor Humberto Martínez, esa agrupación cuenta con varios billones de pesos colombianos presentes en miles de inmuebles urbanos y rurales, de automotores, de dinero, de ganado, de empresas, y establecimientos de comercio.
La guerrilla está en vías de reinventarse como partido político, organizar su base y dirigentes en base a ese proyecto y desarrollar y divulgar sus propuestas de gobierno aunque en la confianza de que contará con suficiente respaldo popular para acercarse al poder, pero no es de dudar que dejen una rendija si en los comicios en los cuales podrán presentarse gracias a la impunidad que le conceden los acuerdos, no les resulta satisfactorio, y entonces retomar los lanzacohetes y fusiles Barret calibre 50, así como lanza granadas, fusiles y pistolas de amplia gama, porque los recursos los tienen según el fiscal Martínez, para hacer la paz o continuar la guerra.
En todo este entramado el presidente Álvaro Uribe tiene una gran responsabilidad, porque para un sector importante de la sociedad colombiana él es una especie del fiel de la balanza, la persona con capacidad y juicio para orientar una política de neutralización de las fuerzas irregulares que operan en el país y también, algo nefasto para una democracia, como una especie de gran elector en la selección del candidato de la oposición.
Un número importante de colombianos tienen presente que Uribe interpretó hábilmente las necesidades que encaraba su país en momentos en que asumió el poder. Honró su compromiso de neutralizar o destruir las guerrillas y las agrupaciones paramilitares que habían perdido sus objetivos originales cuando se asociaron al narcotráfico. Demoler esos grupos terroristas ocupó la mayor parte de su tiempo, pero también tuvo la habilidad de mejorar la economía y cambiar la imagen que muchos en el extranjero tenían de Colombia.
Durante su gestión presidencial obtuvo éxitos indiscutibles. Cierto que se pueden encontrar sombras en su legado, pero traspasó el poder después de ocho años con una popularidad del 80 por ciento, cifras sin precedentes en el país, lo que significaba que una amplia mayoría de sus conciudadanos tienen en alta estima su gestión y consideran que cumplió en gran medida las promesas.
Procuró de todas las maneras posibles resolver el conflicto interno y fortalecer la democracia colombiana para lo que no dudó recurrir al apoyo de Washington y bombardear territorio ecuatoriano donde acampaban grupos terroristas de las FARC. No dudó en demandar el apoyo internacional para que los falsos insurgentes fueran calificados de terroristas y exigió el cese de la impunidad con la que operaban en varios países. Además asumió la responsabilidad de enfrentar a Hugo Chávez cuando se percató que este era un aliado de las guerrillas y no un mediador en el conflicto.
Por lo anterior, a pesar de su desacierto en seleccionar a Juan Manuel Santos como su sucesor, Uribe y su partido Centro Democrático sigue contando con un amplio apoyo popular lo que le otorga la capacidad de influenciar en gran medida en la decisión de quien podría ser el mejor candidato para darle un nuevo rumbo al país, situación que le confiere una gran responsabilidad, quizás mayor que cuando fue Presidente, porque en esa época se conocía el enemigo, en el presente esta agazapado y encubierto, escondido en las filas más preclaras de la democracia.