Cinco y treinta y cinco de la mañana del lunes 5 de octubre de 2015. Me levanto, voy al baño, me cepillo, pongo la cafetera en la hornilla eléctrica. El día parece igual a muchos otros hasta que unos golpes intempestivos en la puerta me indican que puedo estar equivocado.
Abro. Un grupo de miembros del Ministerio del Interior (MININT) está en el portal de mi vivienda. Entre policías y vestidos de civil se cuentan 19 personas, sin incluir las que permanecen en zonas aledañas, y en las que también hay miembros de las tropas especiales, según sabré después.
Un joven militar que se presenta como el capitán Gamboa me informa que vienen a realizar un registro. Le pido la orden de registro y él la muestra a distancia. Trato de leerla pero la retira rápidamente. No obstante alcancé a ver que el objetivo es ocupar objetos relacionados con mi "actividad subversiva". Así llaman a mi labor como periodista independiente.
En mi cuarto ocupan mi agenda personal y algunos libros, un teléfono celular roto y otro en uso, una cámara fotográfica Canon que no he usado porque le falta el cable USB y una laptop que me envió un hermano residente en Estados Unidos. En mi cuarto de trabajo ocupan una computadora personal de mesa, propiedad de la Iglesia Católica de Guantánamo, a la que mi esposa, su sobrino y yo le decimos "el tractor" debido a sus años de uso.
Requisan también una veintena de CD, cuatro memorias flash –entre ellas la de mi madre, que contiene varios programas de Caso Cerrado y decenas de capítulos de una novela mexicana–, un disco con música de Compay Segundo y otro de jazz, un número de la revista Encuentro de la Cultura Cubana y otro de Convivencia, revista que dirige en Pinar del Río Dagoberto Valdés. Se unen a la lista de "objetos subversivos" 700 dólares que he ido ahorrando para reparar mi casa.
A las 11:30 a.m. terminan. Entonces, descubro que la orden de registro no está firmada por ningún fiscal, pero ya es demasiado tarde, cometí el error de dejarlos entrar.
Llega el obispo de la diócesis, Monseñor Wilfredo Pino Estévez y presencia el momento en el que le pido al capitán Eyder que me muestre la orden de detención. Me responde que si quiero una orden de detención puede hacerla en el momento. Protesto. Mi madre, una mujer de 77 años se pone nerviosa. El oficial dice que si le pasa algo será mi responsabilidad. Ella me suplica que vaya, la abrazo y salgo con ellos rumbo a la estación policial. La calle está llena de mirones.
En la Unidad Provincial de Operaciones del MININT me entregan la ropa de preso y me asignan el número 777. Le digo al capitán Gamboa que no soy un número sino un ser humano y que si me llaman por él no responderé. "Entonces te sacaremos", dice.
En 1999 ya había estado 49 días en una de estas celdas. Compruebo que nada ha cambiado excepto que ahora una joven enfermera me toma la presión y hace varias preguntas sobre mi salud. Luego me conducen a la celda sin agua, las camas de cemento y el hueco para defecar a la vista de los cuatro reclusos que me reciben.
Llaman para el almuerzo. No voy. Alcanzo a dormir algo. Sobre las cinco de la tarde un guardia abre la puerta, me mira y dice: "Usted, venga". Salgo. Me fotografían y toman mis huellas digitales. En el cuarto de interrogatorios me recibe el capitán Eyder. Me imputa que estoy publicando noticias donde hay verdades pero también mentiras, que no soy periodista. Lo mismo me dirán luego el capitán Gamboa y el teniente coronel Javier. Les respondo que entre 1986 y 1990 publiqué críticas de cine y artículos culturales en el periódico Venceremos, órgano oficial del Partido Comunista en Guantánamo y nadie dijo entonces que no era periodista, que la historia cultural cubana muestra que cientos de escritores ejercieron el periodismo.
Me amenazan con otra cárcel y me muestran la denuncia 50 del 2015 mediante la que me acusan como autor de un delito de Difusión de Noticias Falsas contra la Paz Internacional porque, según ellos, mis artículos buscan entorpecer las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Desconocía que yo era tan importante.
En un momento del interrogatorio me aseguran que no van a devolverme algunos de los bienes, que eso depende de mi comportamiento y que gracias a la generosidad de la revolución van a ponerme en libertad.
Cerca de las 11:00 p.m. me hacen un Acta de Advertencia que no firmo porque no me entregan copia. Por la misma razón no firmé el Acta del Registro ni otros documentos.
Regreso a casa. Llego. Mi madre duerme bajo los efectos de un sedante pero se despierta. Siento un dolor muy grande cuando me abraza y llora. Unos instantes después me pregunta "¿Ya comiste?" y va hacia la cocina.
Llaman mis hijos y mis hermanos que viven en Estados Unidos, por donde anda de viaje mi esposa. Me informan que conocieron lo ocurrido por las noticias. Me piden que no siga. Quiero decirles que lo único que me sostiene es esta libertad, pero callo. Tales confesiones pueden resultar altisonantes.
Luego, todo es silencio. El día acaba como si hubiera cumplido cabalmente mi rutina.
[Publicado originalmente en Cubanet el 08/10/2015].