Me da mucho gusto participar en este merecidísimo homenaje a mi admirado Maurice Ferré, exalcalde de Miami entre 1973 y 1985.
Beatrice Rangel, de la dirección del Interamerican Institute for Democracy, me ha asignado el tema de esta brevísima charla: “Miami antes de ser la ciudad que es. Antes de ser una de las puertas de las Américas”.
No creo que la tarea abarque el pasado precolombino. Hay algunos rastros visibles en Brickell, junto al río, supuestamente de tequestas, pero no hay indicios de que existiera nada más allá de algunos caseríos dispersos.
De alguna manera, Beatrice me ha pedido que hable de Miami antes de Maurice Ferré, el primer alcalde hispano de esta ciudad, hoy tan variada y diferente que muchos estadounidenses la califican como “la ciudad más cercana a Estados Unidos”.
Naturalmente, la complaceré, pero antes quiero hacer algunas precisiones sobre este valioso personaje que hoy, justamente, homenajeamos.
Ferré, como todos sabemos, nació en Ponce, Puerto Rico, en el seno de una familia con antepasados cubanos. Pero estudió en Estados Unidos, domina el inglés perfectamente y con el dominio total de esa lengua se apoderó de las claves y los mitos de la cultura americana.
Eso tiene importancia. Maurice Ferré no sólo es bilingüe: es bicultural. Cuando lo califican de hispano, quienes lo hacen están dejando fuera el componente estadounidense. De alguna manera, sin advertirlo, lo castigan por ese factor extra que posee.
Por eso los estrategas que aconsejaron a Mitt Romney en las elecciones contra Barack Obama le advirtieron que no pusiera ningún énfasis en decir que hablaba muy bien el francés. Le costaría votos.
De la misma manera que casi nadie sabe que Barack Obama aprendió el indonesio cuando estudió en ese país siendo un niño.
La cultura norteamericana, definida por el mainstream, es militantemente monolingüe y monocultural, aunque la Constitución tenga la cortesía de no plantear esos temas escabrosos.
Me es fácil entender este asunto. Tengo un hermano menor llamado Alex Roberto, médico, cuyo fenotipo responde al estereotipo del estadounidense clásico: es rubio, tiene los ojos verdes y habla el inglés sin acento porque llegó a Estados Unidos a los 9 años.
Nuestra madre, a principios de los sesenta se casó con un norteamericano, Dave Wyville, y Alex y ella se fueron a vivir a West Palm Beach, a su nuevo hogar, donde entonces apenas había hispanos.
Los compañeros de Alex en la escuela lo trataban como a un estadounidense más. Les resultaba familiar. Su identidad era la misma. Pero un día algunos compañeros suyos fueron a estudiar a su casa y descubrieron que el hogar de Alex era diferente.
Nuestra madre, cuyo fenotipo era el de Alex, rubia y ojiverde, apenas sabía inglés y tenía la extraña costumbre de freír los plátanos y comer arroz con frijoles negros.
Los compañeros de Alex automáticamente lo clasificaron como un hispano. Mentalmente, dejó de ser un estadounidense convencional. Había un costo extra por la cultura que aportaba.
Ese es el caso de Maurice Ferré. Exhibe una identidad compleja, perfecta para entender una sociedad variada como la que se ha desarrollado en Miami, esencialmente conformada por personas procedentes, en gran medida, de América Latina.
Y ahora hablemos del viejo Miami, cuando era una soñolienta sociedad del sur de la Florida.
Así la conocí yo en 1961 cuando salí de Cuba. Entonces el alcalde era Robert King High, un abogado prematuramente muerto en 1967. Fue 10 años alcalde de esta ciudad.
Hasta entonces, casi todos los alcaldes habían pertenecido al establishmenty la ciudad tenía el sello invisible demade in USA.
Pero el azar y la Guerra Fría primero trajeron un aluvión de cubanos que llegaron provisionalmente con el objeto de regresar a la Isla tan pronto pudieran.
Como todos, yo pensaba que era cuestión de meses o de un par de años.
Nos resultaba inconcebible que Estados Unidos, que pocos años antes había ido a Corea a evitar que los comunistas se apoderaran del sur de esa península, y había dejado 30,000 soldados muertos en ese esfuerzo, permitiera que en su frontera sur, a 90 millas, la Unión Soviética colocara un satélite antiamericano irreprimiblemente agresivo.
No los abrumaré con esa conocida historia, pero lo que sería una estancia provisional se fue haciendo permanente y los cubanos retomaron sus vidas profesionales y fueron poco a poco echando las bases de su propia prosperidad.
Decía el humorista Álvaro de Villa, con admiración, que Miami era como una Habana de poliéster. Y los cubanos, rápidamente, alegan que es gracias a ellos que la ciudad floreció.
No es exactamente así. Sin las instituciones americanas, sin la ley y el orden, sin la educación impartida en las escuelas y universidades, sin el sustrato dejado por las generaciones anteriores, nada de eso hubiera sido posible.
Es decir: la tradición cívica americana ha permitido que los cubanos, nicaragüenses, colombianos, argentinos, haitianos, brasileños y venezolanos, cada grupo víctima de sus propios demonios, puedan encajar en este extraordinario país.
Eso le ha conferido un sello hispano a la ciudad, muy agradable para el recién llegado de América Latina, pero acaso un tanto incómodo para los nativos norteamericanos.
Hace treinta años, adquirí un apartamento en un condominio de Brickell. Entonces apenas un 10% éramos extranjeros y el 90% era estadounidense. Hoy la proporción es a la inversa.
Este Miami que hoy disfrutamos, ¿será permanentemente una ciudad bilingüe y predominantemente hispana?
No necesariamente. Durante muchos años será así, pero el entorno de las ciudades cambia por las circunstancias demográficas, los avatares políticos y los desarrollos tecnológicos.
Sin la Guerra Fría, y sin los fracasos sociales y políticos de América Latina, el sur de la Florida sería otra cosa.
Resumo para concluir. En 1973 ocurrió un extraordinario acontecimiento: Maurice Ferré fue el primer alcalde hispano de Miami.
Era el momento. Y fue afortunado que le tocara a él. Demostró que los hispanos podíamos ser tan capaces como los anglos. Su desempeño fue admirable. A partir de su alcaldía todos los alcaldes, menos uno, Steve Clark, han sido hispanos. Dejó una gran impronta.