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Un cuarto sin ventanas


Malecón de La Habana.
Malecón de La Habana.

Si la sociedad civil cubana no despierta con rapidez y se adapta a las nuevas irregularidades del terreno, mucho me temo que sufrirá un revés tan grande que nos alejará una o dos generaciones más de alcanzar una Cuba plural y próspera.

Hace un par de días vi un video que anda rodando por las redes sociales y algunos medios de prensa, donde se ve a las Damas de Blanco haciéndole un mitin de repudio a una de sus fundadoras.

De todos los ataques e intentos de aniquilación del carácter y la imagen de las valientes opositoras que han existido en el pasado, para mí este es el más efectivo. Y ha venido desde dentro.

En los 26 años que viví en Cuba sentí que el país era un gran cuarto sin ventanas donde nunca podías ver más allá de tus próximos 20 o 30 minutos.

En aquel caluroso agosto de 1992, cuando escapé de Cuba por vía aérea hacia Suecia, sentía un odio infernal por el Gobierno que no solo había gobernado chapuceramente mi país, sino que contaba como una de sus proezas la total aniquilación de la esperanza de varias generaciones de cubanos.

Pero el gobierno incapaz de mi nación no era lo que más me avergonzaba. Lo que más me dolía era la absoluta indiferencia de todos nosotros ante aquello. En lugar de buscar vías para cambiar al Gobierno, todos nuestros proyectos y talentos estaban direccionados a las artes de fuga de la isla.

Después que logré escapar, pasé muchos años viviendo en Europa con mi espalda hacia Cuba.

Poco a poco fui curando mis heridas y decepciones y empecé a escuchar con más frecuencia cómo hombres y mujeres dentro de Cuba reventaban sus voces en contra de la injusticia y el desgobierno de la isla.

Junto con mi admiración hacia esos cubanos que luchaban por mis derechos también se implantó una vergüenza por mi decisión de correr en lugar de quedarme a crear otra Cuba; a buscar iniciativas y proyectos cuya finalidad fuera sacar de raíz los problemas de mi país: La sustitución del gobierno comunista por uno más inclusivo y transformador.

Es por estas razones que para mí todo el que en Cuba levante su mano, su voz o sus cejas para pedir la sustitución del gobierno tiene mi más absoluta e incondicional admiración. Pero es posible que lo que acaba de ocurrir con las Damas de Blanco se convierta en la excepción.

El simbolismo de ese movimiento de mujeres ha sido una de esas pequeñas luces que me llenó de inspiración y de optimismo de que una libertad en Cuba por medios pacíficos es posible.

Desafortunadamente, en los últimos años hemos visto que un cambio de liderazgo del movimiento lo ha llevado poco a poco a su debilitamiento hasta llegar a su punto más bajo con estas imágenes de un mitin de repudio a una de sus fundadoras.

Lo más triste y doloroso no es solo que las Damas de Blanco recurran a los mismos métodos de vejación que el Gobierno aplica contra ellas, sino que busquen silenciar y amordazar a una de sus fundadoras. Para cerrar el cerco, Berta Soler no ha sido capaz hasta ahora de distanciarse o disculparse públicamente por este desastre.

El cambio de política de Estados Unidos hacia Cuba ha tomado a la sociedad civil cubana por sorpresa y la capacidad de adaptación a nuevas circunstancias es donde se prueban los líderes con experiencia o con buenos asesores. Parece ser que la líder de las Damas de Blanco carece de ambos. La creación de ese movimiento opositor le dio una nueva ventana a los deseos de democracia de Cuba.

Pero si la sociedad civil cubana no despierta con rapidez y se adapta a las nuevas irregularidades del terreno, mucho me temo que sufrirá un revés tan grande que nos alejará una o dos generaciones más de alcanzar una Cuba plural y próspera.

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