Veinte años después, Nivaldo (nombres cambiados), 43 años, ortopédico, aún recuerda aquella mañana calurosa cuando sus padres lo despidieron en el vetusto andén ferroviario de un batey de la Cuba profunda.
La economía de su pueblo natal, de callejuelas con el asfalto reventado y olor a guarapo de caña, giraba alrededor del central y lo habitual era que abuelos, padres y nietos trabajaran en la industria azucarera.
Era un batey como muchos otros. Casas bajas de ladrillos a medio repellar, un puñado de viviendas de madera blanca, custodiados por cinco o seis edificios chapuceros, con tecnología prefabricada, construidos después de la revolución de Fidel Castro.
El presente y futuro en el batey era beber alcohol destilado de caña, jugar béisbol de manigua y templar alguna yegua extraviada en las inmediaciones de un riachuelo pestilente y verdoso.
Pero Nivaldo no fue machetero ni obrero del central. Se graduó de médico una noche lluviosa de 1997 y luego de cumplir el servicio social en un paraje montañoso de Santiago de Cuba, se especializó en ortopedia.
Cuando pisó por primera vez La Habana, como casi todos los guajiros, se tiró una foto al pie del Capitolio, y con el dedo solía contar la cantidad de pisos que tenía el hotel Habana Libre o el edificio Focsa.
“Mi sueño era ser un médico de nivel. Formar una familia y vivir acorde a mi estatus profesional. Lo he cumplido a medias. Soy especialista, tengo una familia maravillosa, pero para poder mantenerla hago cosas de las cuales no estoy orgulloso”, cuenta Nivaldo y añade:
“He estado en misiones internacionalistas en Sudáfrica, Pakistán y Venezuela. No por convicción, simplemente para ganar dinero y reparar y amueblar mi casa. En Cuba es difícil encontrar un galeno que no haya violado el juramento hipocrático, y aceptado regalos o dinero para mantener a su familia. En los países donde he trabajado, he atendido por la izquierda a pacientes que me han pagado. En Cuba tengo un grupos de pacientes que lo mismo me regalan una caja de cerveza que sesenta pesos convertibles, de acuerdo a la gravedad de su padecimiento”.
En la isla de los hermanos Castro muchas cosas no funcionan. Usted puede demorar hora y media para trasladarse de un municipio a otro por el caos del transporte público.
Desde que se levanta por la mañana las dificultades se acumulan. No entró el agua a la cisterna. No tiene dinero para comprar un par de zapatos a sus hijos. O debe comer lo que aparezca, no lo que necesita o desea.
No hablemos de otras facetas, también importantes para el ser humano, como la libertad de expresión, el derecho a afiliarse a un partido diferente al comunista o elegir al presidente de la República.
Pero la salud, de cobertura universal, era el orgullo del autócrata Fidel Castro. Funcionaba bien mientras laantigua URSS giraba un cheque millonario y conectaba una tubería de petróleo desde el Cáucaso.
Luego de la caída del comunismo soviético llegó el déficit. Hospitales derruidos, enfermeras con pinta de agentes policiales y especialistas médicos ausentes. El régimen de Raúl Castro intenta mantener a flote el buque insigne de la revolución, pero hace aguas por todas partes.
Los primeros disgustados son los médicos. Si no todos, al menos un amplio segmento. Las causas varían, pero las claves pasan por los bajos salarios y el escaso reconocimiento estatal.
Migdalia, dermatóloga apunta que “hace seis años ganaba 700 pesos -equivalente a 35 dólares- y el salario apenas me alcanzaba cuando iba al agromercado a comprar viandas y frutas. Ahora devengo 1,600 pesos -casi 75 dólares- y tampoco me alcanza. Me siento frustrada profesionalmente. Por eso acepto que los pacientes me traigan pan con jamón, regalen un vestido o me den dinero en efectivo y les brindo una atención personalizada”.
Joel, alergista, se pregunta por qué el gobierno, si según medios internacionales gana entre 7 y 8 mil millones de dólares con la venta de servicios médicos, "no nos paga salarios acorde con la inflación actual del país. Estuve en Venezuela hace dos años. Los vecinos me daban comida y me regalaban ropa y cosas. Más que un médico, parecía un merolico comprando mercancías para vender al regreso. Cuando llegué a Cuba, después de tres años de misión, entre bisnes y el dinero ahorrado, reuní unos cuatro mil dólares, insuficientes en la reconstrucción de mi casa. Ahora estoy a la caza de una misión en Trinidad y Tobago o Qatar, pero para conseguirlo hay que pagar 400 o 500 fulas al funcionario del MINSAP para que te incluya en la lista. Por esos motivos, entre otros, muchos médicos deciden emigrar”.
Si datos crédito a las estadísticas, poco más de tres mil médicos han desertado en los últimos siete años. Venezuela es un destino que pone en riesgo sus vidas. La criminalidad delirante en el país sudamericano ha provocado, de acuerdo a una cifra de 2010, la muerte de 67 profesionales cubanos de la salud. En un hospital al sureste de Caracas, una tarja de bronce develada por el gobierno chavista lo atestigua.
La ausencia de especialistas de calibre dificultad la atención de pacientes en Cuba. Daniel lleva seis meses buscando un otorrino que le haga un diagnóstico e indique el tratamiento a seguir.
“Como único te atienden con urgencia en un hospital es si llegas muriéndote. Las enfermedades o síntomas que necesitan exámenes de laboratorio, investigaciones en equipos como el Somatón o radiografías, solo se pueden conseguir de manera exprés, pagando con dinero o regalos. La medicina preventiva en la isla está en crisis”, afirma Daniel.
Dos veces al mes, Marta paga 10 cuc a la odontóloga que atiende a su hija. “Es la única manera de que hagan las cosas con calidad. Si no le pagas, y tratas de atenderte por el sistema, no te arreglan la boca o te la arreglan mal”.
Aida, empleada de un banco, demoró casi un año en conseguir un turno con un alergista. “Su consulta en el policlínico era una vez al mes. Pero nunca iba. Con dos bocaditos de jamón, dos latas de refresco y 5 cuc pude lograr que otro alergista me atendiera. Luego, si ven que tienes recursos, entonces alargan la atención para sacarte más plata. Algunos médicos se han convertido en unos mercachifles. Dan pena”.
Cuando usted recorre consultas en los hospitales, observará que la mayoría de los pacientes cargan con obsequios destinados a un doctor o doctora. Puede ser un regalo en especie. Aunque muchos lo prefieren en efectivo.