Cuba sufre 54 años de un sistema totalitario. Las cuatro principales área en la sociedad de la isla están sometidas a un férreo control policial. El área política está dominada por un sólo partido, que ha establecido una dictadura de hierro contra toda la sociedad. El área social sufre una castración en sus raíces, que impide a los miembros de la misma desarrollar sus capacidades económicas, políticas y sociales individuales, que no sean las que el partido decide, es decir, ninguna. El área económica fue totalmente estatizada, de manera a cortar toda iniciativa social sobre ella, provocando una pobreza generalizada que se manifiesta en un racionamiento que ya sobrepasó el medio siglo de existencia. El área ética ha sido truncada de manera tan fuerte, que la cultura cubana pudiera decirse que ya no existe más dentro de la isla.
En muchos sentidos, pudiera asociarse el régimen cubano al apartheit implantado en África del Sur años atrás por un grupo étnico --en este caso los blancos-- para oprimir y tirar todo tipo de derechos al otro grupo étnico (mayoritario) del país –los negros-- por razones que aparecieron profusamente (como en Cuba) en la literatura, en el caso de África del Sur fundamentos racistas, de base supuestamente antropológica, irrigada por una filosofía (como en Cuba) que justificaba con razonamientos mentecatos (como en Cuba) la necesidad de la opresión.
Si el apartheit sudafricano era visible en escuelas, campos deportivos, reparticiones públicas, tiendas por departamentos y salas de teatro, en la Cuba castrista de hoy es similar, sólo que municionada por el marxismo --y sus derivados-- siendo que este discrimina no solamente a los negros, sino a todos ciudadanos de cualquier raza, por el único delito de “no ser ‘del’ partido”.
Si el argumento sudafricano para la discriminación de los negros se buscó en cierto tipo de filosofía antropológico-social, el argumento castrista se encontró en la filosofía marxista, fuente en la que la revolución cubana de los hermanos Castro fue equivocadamente a beber, extrayendo el mantra del antinorteamericanismo como sustento de semejante disparate.
Hay que decir que el marxismo no es solamente Hegel, Kant o Feuerbach, como sus edulcorados y supuestamente cultos defensores suelen resaltar; es también sobre todo, en la práctica social, Stalin, Pol Pot, y Ceausescu, que llevaron a la práctica del día a día las más puras ideas marxistas de opresión, horror y empobrecimiento. De la misma manera que Newton no es solamente Galileo, Copérnico o Kepler, en sus bases, los son sobre todo Henry Ford, Von Braun o Neil Armstrong, que dieron fe concreta de sus postulados e ideas en el mundo real.
El antinorteamericanismo chovinista se mezcló con lo más rancio de la doctrina marxista (la idea de una élite minúscula que asalta el poder e impone una “dictadura buena” para evitar “el retorno al pasado”) representando en la caso de Cuba por los norteamericano y queda así conformado el “lev motiv” para destruir material y espiritualmente la Cuba de siempre, acabando con la rica cultura cubana, sus costumbres, su pujanza, su vivacidad, su economía…
El apartheit castrista no puede perdurar y eso lo sabe Raúl Castro, que intenta hacer “cambios” lampedúsicos (para que todo siga igual), lo que nos da una guía exacta de lo equivocado de la línea marxista seguida (no importa lo que digan, lo importante es lo que hacen). Si el propio hermano del dictador mayor --segundo al mando de todo en Cuba durante la destrucción de la isla-- una vez al mando quiere urgentemente cambiar, es señal inequívoca de que el marxismo --de nuevo-- no funcionó en Cuba como dice en el “librito” y que hay que desterrarlo.
La clave de lo anterior está en el “cómo”. En Sudáfrica los blancos reconocieron su error, hicieron su “mea culpa” y se unieron a los negros para edificar una nueva nación. Raúl puede (debe) hacer lo mismo, si de verdad quiere una Cuba nueva, en la que quepan todos los cubanos, piensen como piensen. Pero no, no es lo que hemos visto que los “marxistas” cubanos de dentro y fuera de la isla pretenden. Por todos los medios se aferran a su doctrina disparatada, recalentando acusaciones contra la “mafia de Miami”, sobre la “derecha exiliada” y contra todo lo que no sea continuar un camino fracasado que ha destruido material y moralmente la Nación cubana, su creatividad, su urbanidad y su decencia.
Yo no estoy seguro de que todavía estemos a tiempo --y todos los implicados convencidos-- de edificar --como hicieron los sudafricanos en su país-- una Cuba nueva y democrática. Veo los altos dirigentes cubanos colocando sus fortunas a buen recaudo, sobre todo, los hijitos de papá en la isla garantizando poner a su nombre en el exterior el capital del país dilapidado por la cúpula gobernante. Veo los marxistas opositores defendiendo todavía, desde el exterior, los mismos principios que nos llevaron al precipicio y veo algunos oportunistas de turno, seguir la línea del engaño a la Nación ofendida, uniéndose a inversiones de Raúl y sus generales.
Presiento, por los signos visibles del castrato, que habrá que esperar; primero a la muerte de Fidel, cuando el trauma nacional se manifieste. Si es que entonces no se produce la “primavera cubana”, que todos esperamos, habrá que aguardar el último aldabonazo a la muerte de Raúl, cuando muy difícilmente la desidia marxista se podrá mantener oprimiendo la Nación cubana.
En muchos sentidos, pudiera asociarse el régimen cubano al apartheit implantado en África del Sur años atrás por un grupo étnico --en este caso los blancos-- para oprimir y tirar todo tipo de derechos al otro grupo étnico (mayoritario) del país –los negros-- por razones que aparecieron profusamente (como en Cuba) en la literatura, en el caso de África del Sur fundamentos racistas, de base supuestamente antropológica, irrigada por una filosofía (como en Cuba) que justificaba con razonamientos mentecatos (como en Cuba) la necesidad de la opresión.
Si el apartheit sudafricano era visible en escuelas, campos deportivos, reparticiones públicas, tiendas por departamentos y salas de teatro, en la Cuba castrista de hoy es similar, sólo que municionada por el marxismo --y sus derivados-- siendo que este discrimina no solamente a los negros, sino a todos ciudadanos de cualquier raza, por el único delito de “no ser ‘del’ partido”.
Si el argumento sudafricano para la discriminación de los negros se buscó en cierto tipo de filosofía antropológico-social, el argumento castrista se encontró en la filosofía marxista, fuente en la que la revolución cubana de los hermanos Castro fue equivocadamente a beber, extrayendo el mantra del antinorteamericanismo como sustento de semejante disparate.
Hay que decir que el marxismo no es solamente Hegel, Kant o Feuerbach, como sus edulcorados y supuestamente cultos defensores suelen resaltar; es también sobre todo, en la práctica social, Stalin, Pol Pot, y Ceausescu, que llevaron a la práctica del día a día las más puras ideas marxistas de opresión, horror y empobrecimiento. De la misma manera que Newton no es solamente Galileo, Copérnico o Kepler, en sus bases, los son sobre todo Henry Ford, Von Braun o Neil Armstrong, que dieron fe concreta de sus postulados e ideas en el mundo real.
El antinorteamericanismo chovinista se mezcló con lo más rancio de la doctrina marxista (la idea de una élite minúscula que asalta el poder e impone una “dictadura buena” para evitar “el retorno al pasado”) representando en la caso de Cuba por los norteamericano y queda así conformado el “lev motiv” para destruir material y espiritualmente la Cuba de siempre, acabando con la rica cultura cubana, sus costumbres, su pujanza, su vivacidad, su economía…
El apartheit castrista no puede perdurar y eso lo sabe Raúl Castro, que intenta hacer “cambios” lampedúsicos (para que todo siga igual), lo que nos da una guía exacta de lo equivocado de la línea marxista seguida (no importa lo que digan, lo importante es lo que hacen). Si el propio hermano del dictador mayor --segundo al mando de todo en Cuba durante la destrucción de la isla-- una vez al mando quiere urgentemente cambiar, es señal inequívoca de que el marxismo --de nuevo-- no funcionó en Cuba como dice en el “librito” y que hay que desterrarlo.
La clave de lo anterior está en el “cómo”. En Sudáfrica los blancos reconocieron su error, hicieron su “mea culpa” y se unieron a los negros para edificar una nueva nación. Raúl puede (debe) hacer lo mismo, si de verdad quiere una Cuba nueva, en la que quepan todos los cubanos, piensen como piensen. Pero no, no es lo que hemos visto que los “marxistas” cubanos de dentro y fuera de la isla pretenden. Por todos los medios se aferran a su doctrina disparatada, recalentando acusaciones contra la “mafia de Miami”, sobre la “derecha exiliada” y contra todo lo que no sea continuar un camino fracasado que ha destruido material y moralmente la Nación cubana, su creatividad, su urbanidad y su decencia.
Yo no estoy seguro de que todavía estemos a tiempo --y todos los implicados convencidos-- de edificar --como hicieron los sudafricanos en su país-- una Cuba nueva y democrática. Veo los altos dirigentes cubanos colocando sus fortunas a buen recaudo, sobre todo, los hijitos de papá en la isla garantizando poner a su nombre en el exterior el capital del país dilapidado por la cúpula gobernante. Veo los marxistas opositores defendiendo todavía, desde el exterior, los mismos principios que nos llevaron al precipicio y veo algunos oportunistas de turno, seguir la línea del engaño a la Nación ofendida, uniéndose a inversiones de Raúl y sus generales.
Presiento, por los signos visibles del castrato, que habrá que esperar; primero a la muerte de Fidel, cuando el trauma nacional se manifieste. Si es que entonces no se produce la “primavera cubana”, que todos esperamos, habrá que aguardar el último aldabonazo a la muerte de Raúl, cuando muy difícilmente la desidia marxista se podrá mantener oprimiendo la Nación cubana.