Era el verano de 1994. El gobierno discutía planes para la opción cero y las ollas colectivas. Eran los tiempos del bistec de frazada, el picadilllo de cáscara de plátano, el agua con azúcar por desayuno (y a veces almuerzo), y la extinción de los gatos.
Los tiempos de la neuritis óptica, la gente flaca, renegrida y demacrada, la bicicleta y los “camellos” infernales. Y de los “alumbrones”, porque la regla era el apagón, que en medio del calor de Cuba obligaba a las familias a salir de sus casas, hasta que pudieran encender los ventiladores.
La autocracia que gobernaba el país se lo había jugado todo a un caballo y había perdido. El Producto Interno Bruto cubano se contrajo en casi 40 por ciento. La tubería de suministros, incluidos alimentos, insumos industriales y petróleo enviados por los países "hermanos", se había cerrado de la noche a la mañana. Y las reservas del país eran escasas porque, después de todo, el gobierno estaba convencido de que el futuro pertenecía por entero al socialismo.
En la base de la pirámide social, donde más pesaba la debacle, la crispación y la desesperación estaban a flor de piel. Al amparo de los apagones nocturnos los más arrojados apedreaban las casas de los militantes del partido y les lanzaban insultos.
Pero la idea que dominaba la siquis colectiva cubana no era luchar, sino evadirse: “montarse en algo”, “pirarse”, abandonar el Titanic. Y en la Cuba de los 90, donde viajar era privilegio de unos pocos, eso sólo podía hacerse por mar, en una balsa rústica o robándose algún bote o barco del Estado.
El 13 de julio del 94, a fin de dar un escarmiento que aplacara la epidemia de hurtos y desvíos de embarcaciones, el gobierno había mandado a hundir a sangre fría, a golpe de chorros de agua y embestidas, un remolcador con 62 civiles a bordo, incluidos niños y mujeres, que había sido sustraído del puerto de La Habana para viajar a Estados Unidos.
El 5 de agosto, un rumor que luego el gobierno atribuiría a Radio Martí congregó a cientos de habaneros hartos de pasar privaciones en la Explanada de la Punta, en espera de un imaginario barco que vendría a llevárselos. Según testimonios, a algún policía estúpido se le ocurrió entonces tratar de dispersar a los congregados.
Fue la chispa en el polvorín. La torpeza del uniformado provocó la primera y hasta ahora única protesta masiva contra el castrismo que recuerde La Habana, después de que fueran ahogadas a sangre y cárcel las de los años 60. Los vecinos de las calles San Lázaro y Malecón presenciaron Insólitas escenas de jóvenes en su mayoría negros, de los barrios marginales de la capital, rompiendo vidrieras, lanzando piedras y gritando “Abajo Fidel”, desde La Punta en el Prado hasta el Parque Maceo en Belascoaín.
La revuelta, que pasaría a la historia como "El Maleconazo" fue rápidamente sofocada por la policía y contingentes de respuesta rápida disfrazados de constructores y armados con palos y cabillas. Pero la desesperación y la crispación siguieron creciendo.
Abrir las válvulas
A Fidel Castro le había salido bien en dos ocasiones anteriores. Con Camarioca 1965 y Mariel 1980 la técnica de abrir las válvulas del éxodo le había permitido bajarle la presión a la caldera social, y tener algo en la mano para negociar con los americanos.
“Ingeniería migratoria como arma coercitiva”, lo define en un estudio de 2004 Kelly M.Greenhill, una especialista en el tema de la Escuela de Gobierno Kennedy, Universidad de Harvard.
Al abrir los puertos de Camarioca y Mariel, Castro invitó a los cubanos residentes en Estados Unidos a ir a buscar a sus familiares.
Camarioca pronto se transformó, por acuerdo de los dos gobiernos, en un puente aéreo que estuvo sacando descontentos de Cuba hasta 1973.
Mariel, que siguió a una serie de intentos de cubanos por refugiarse en sedes diplomáticas ─y a la retirada de las postas de la Embajada del Perú que permitió el hacinamiento en esa legación de 10.800 cubanos en tres días─ se convirtió en la vía de escape para 125.000 cubanos.
Castro los caracterizó a todos como la escoria de la sociedad. En realidad, en las embarcaciones de los exiliados que iban a buscar a sus familiares emigraron, además de muchos cubanos valiosos, los más recalcitrantes criminales comunes de las cárceles cubanas, a los que el gobierno les distribuyó planillas y les entregó ropa de civil para que se fueran por Mariel.
Aquel segundo éxodo masivo y desordenado causó serios problemas logísticos y financieros al estado de la Florida y al gobierno federal de Estados Unidos; incrementó el nivel de criminalidad en el estado suroriental; y le hizo perder la reelección al joven gobernador de Arkansas, Bill Clinton, debido a su mal manejo de un motín encabezado por marielitos cubanos, incluidos los indeseables, en Fort Chafee.
También influyó en la derrota electoral del presidente Jimmy Carter frente a Ronald Reagan en noviembre del 80. Pero además convenció a los floridanos de que las migraciones masivas arruinaban sus vidas, y a la comunidad cubana exiliada, de que cualquier invitación de Castro para ir a buscar a Cuba a sus familiares podía ser una trampa para emplearlos como portadores de sus “bombas demográficas” contra Estados Unidos.
De modo que cuando el 5 de agosto de 1994, en el resumen del Maleconazo, Fidel Castro declaró que no pensaba custodiar más las costas de la Florida, sabía que los cubanos que quisieran irse tendrían en esta ocasión que “montarse en algo”: algo flotante, pero inseguro, improvisado, que ni siquiera se podría definir como “embarcación”.
“Prefiero hundirme en el mar”
Aun así, decenas de miles decidieron correr el riesgo. De ellos, un número indeterminado, pero estimado en varios millares, perderían la vida.
Un documental realizado por Luis J Perea en la costa de Cojímar y Brisas del Mar, al este de La Habana, fue transmitido entonces por el canal 51 de la cadena Telemundo (cliquear "full screen" para ver) .
El vídeo revela como el nivel de desesperación que se vivía en la isla en el fondo del llamado “período especial en tiempos de paz” sobrepujaba el instinto de conservación. Algunas citas:
“Hoy 23 de agosto de 1994 me decido a irme para los Estados Unidos o para cualquier país, menos quedarme aquí (…) porque esto no hay quien lo resista aquí”
“He intentado irme con esta cuatro veces; pero mira, no aguanto, prefiero hundirme en el mar”.
Clinton: otro Mariel no, please
Después del pronunciamiento de Castro el 5 de agosto, el gobierno del ex gobernador de Arkansas y cuadragésimo segundo presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, anunció la existencia de un plan de contingencia para evitar otro Mariel. El proyecto Distant Shore involucraba a 40 organismos del gobierno, y contemplaba un bloqueo naval, la detención y procesamiento fuera de la Florida de cualquier refugiado que tratara de entrar a EE.UU. a través del Estrecho, y su reubicación en otros estados de la Unión, los que serían por ello generosamente recompensados.
Castro respondió a la advertencia de Clinton desatando la crisis: Comenzó a permitir discretamente desde el 12 de agosto que los cubanos se lanzaran a la travesía sin ser molestados por las tropass guardafronteras.
Los primeros centenares fueron recogidos por los guardacostas y llegaron a Cayo Hueso. Eso disparó las alarmas rojas del gobernador de la Florida, Lawton Chiles, quien decretó el 18 de agosto un estado de emergencia. La medida le facultaba para movilizar a la Guardia Nacional y detener a los refugiados que el Servicio de Inmigración y Naturalización liberara.
Ese mismo día, en la Casa Blanca Clinton, quien por su experiencia con Fort Chafee había descartado el plan Distant Shore, se reunió con sus principales asesores y decidieron que era necesario poner un alto a la política vigente por 28 años de dar la bienvenida incondicional a todos los refugiados cubanos.
Luego el presidente se reunió con el gobernador Chiles y con Jorge Más Canosa, presidente de la Junta de Directores de la poderosa Fundación Nacional Cubano Americana. Al finalizar el encuentro, Clinton anunció que a los cubanos que trataran de llegar ilegalmente por mar a Estados Unidos ya no se les permitiría llegar a EE.UU., sino que después de ser rescatados se les trasladaría como detenidos al “refugio seguro” de la base naval de Guantánamo. La instalación ya era utilizada parar recluir, procesar y deportar a varios miles de inmigrantes haitianos.
Al mismo tiempo advertía que Estados Unidos detendría, investigaría y si fuera necesario procesaría judicialmente, a los estadounidenses que se hicieran a la mar con el propósito de recoger a cubanos, y sus embarcaciones serían decomisadas.
Quizás por haber sido el cubano que mejor entendió el concepto americano del “compromise”, o avenencia, Jorge Más Canosa logró muchas cosas de los políticos estadounidenses mientras estuvo al frente de la Fundación Nacional Cubano Americana.
Sin duda le disgustó la reversión de una política tradicional de bienvenida a todos los cubanos en este país, pero no se fue de la Casa Blanca con las manos vacías: el 20 de agosto Clinton anunció la suspensión de las remesas familiares a Cuba, la cancelación de los vuelos chárter a la isla y la restricción de las visitas a casos humanitarios.
Castro respondió al día siguiente, abriendo oficialmente las fronteras de Cuba para cualquiera que deseara irse del país.
Pa’ la Yuma, pa’ la base, o pa’ donde sea
El anuncio del cambio de política no desmotivó a los cubanos. Tres días después del anuncio la guardia costera recogía a la mayor cantidad de balseros hasta entonces, 2.886.
Varios de los repentinos navegantes entrevistados por Perea en Cojímar y Brisas del Mar indicaron que no les importaba que los llevaran a Guantánamo. Algunas citas:
"Aunque me envíen a Guantánamo yo me voy a sentir mucho mejor"
"Es preferible estar en la Base Naval de Guantánamo que estar aquí en Cuba"
El 24 de agosto Castro, en una conferencia de prensa internacionalmente televisada por la CNN, consideró positivo que Clinton hubiera hablado de medidas para desestimular la emigración ilegal, mientras que deploró el uso de la base con ese fin. También confirmó que había ordenado a los guardafronteras cubanos que permitieran irse a los que quisieran, y que no impidieran a embarcaciones de bandera estadounidense recoger a los balseros.
Pero la cereza del pastel fue la sugerencia de que estaría dispuesto a poner fin al éxodo si Washington se mostraba dispuesto a entablar conversaciones directas sobre una serie de asuntos bilaterales, incluido el embargo. La oferta fue reiterada al día siguiente por la representación de Cuba en Naciones Unidas.
El 28 de agosto, sin un fin de la crisis a la vista, Estados Unidos manifestó su disposición a negociar.
Las charlas en Nueva York entre el 1ro y el 9 de septiembre, en las que La Habana trató de imponer como condición para una solución el levantamiento del embargo y el cierre de Radio y Tevé Martí, concluyeron con el anuncio de un nuevo acuerdo migratorio y la promesa de nuevas conversaciones.
El comunicado conjunto suscrito por Ricardo Alarcón, el principal experto en Estados Unidos del gobierno de Cuba, y Michael Skol, subsecretario de Estado adjunto para Asuntos Interamericanos, ratificaba por parte de EE.UU. el fin del otorgamiento de visas parole a todos los cubanos rescatados durante intentos de llegar por mar a Estados Unido, y su traslado a refugios seguros fuera del territorio estadounidense. También, una promesa de cumplir con el otorgamiento mínimo de 20.000 visas anuales a cubanos, establecido en el acuerdo migratorio de 1984, así como otras posibilidades de emigración legal (lotería de visas).
La Habana se comprometía por su parte a impedir la emigración insegura empleando “principalmente métodos persuasivos”
Sobre las decenas de miles de cubanos llevados a Guantánamo sólo se estipulaba que ambos gobiernos organizarían por canales diplomáticos el retorno voluntario de aquellos que llegaron a Estados Unidos o a refugios seguros el 19 de agosto de 1994 o después.
Tras las alambradas
Entre agosto y septiembre de 1994, un total de 32,362 ciudadanos cubanos fueron interceptados en alta mar y trasladados a Guantánamo. Con la presencia de los cubanos, el total de la población de refugiados en la base, donde ya se encontraban miles de haitianos, aumentó a cerca de 50,000.
A la llegada de los cubanos, los campamentos ya existentes tenían una barrera perimetral de rollos de alambre de concertina (hojas filosas). Los refugiados vivían en tiendas de campaña de lona, con piso de tierra y letrinas portátiles, y dormían en catres de aluminio. Muy pocos campamentos tenían agua corriente.
La alimentación consistía principalmente en los paquetes de comidas ya preparadas que usa el ejército. Los haitianos ya habían protestado por estas condiciones de vida, y la situación empeoró con la llegada de los más de 30,000 cubanos. La infraestructura de la base enclavada en el oriente de Cuba había sido concebida para 5,000 personas.
Para alojar a los balseros se estableció la Fuerza de Tarea Conjunta-160 (FCT-160). En la mayoría de los casos los campamentos de los cubanos se establecieron en zonas áridas sobre un suelo polvoriento o rocoso, rodeados también por alambradas y con las mismas condiciones de vida, alimentación e higiene que existían para los haitianos.
Al igual que estos, los cubanos, desesperados tanto por el espartano régimen de vida como por la incertidumbre de su futuro, protagonizaron protestas y revueltas. Para aliviar la tensa situación, la FTC-160 traslado a varios miles a una base norteamericana en Panamá.
En octubre de 1994, el Departamento de Estado anunció medidas para mejorar la calidad de vida de los haitianos y cubanos en Guantánamo, que hasta entonces solamente se veía aliviada por donaciones de iglesias y de la comunidad cubana en Estados Unidos.
Se incrementaría el acceso a agua corriente, se construirían pisos de madera para todas las tiendas; se acortaría el ciclo de limpieza de las letrinas portátiles; aumentaría el suministro de leche, y de comidas calientes, que finalmente se habían comenzado a preparar y distribuir.
Adicionalmente habría mejoras en la atención médica y la comunicación y la información.
Para mediados de noviembre del 94, la mayoría de los refugiados haitianos habían regresado a Haití, después de la invasión norteamericana. El descenso en la población del “refugio seguro” ayudó a mejorar las condiciones existentes.
Sin embargo, el daño emocional perduraba. Hubo balseros que se lanzaron a los campos minados o al mar para regresar a Cuba y escapar de aquellas condiciones. Otros pidieron a las autoridades que los repatriaran, acogiéndose a la promesa norteamericana de que si regresaban voluntariamente a Cuba, podrían solicitar su entrada legal en la Sección de Intereses de los EE.UU.
Nueva finta de Castro
En abril de 1995, La Habana comenzó a amenazar de nuevo con reabrir sus fronteras, al parecer en respuesta al proyecto Helms-Burton, promovido en el Congreso por la Fundación y legisladores cubanoamericanos para hacer más estricto el embargo y codificar todas sus disposiciones como ley.
Por otra parte, después de viajar a Guantánamo en marzo-abril de 1995, el senador Bob Graham (D-Florida) y el representante Porter Goss (R-Florida) advirtieron al gobierno de Clinton que los miles de cubanos detenidos en Guantánamo representaban un "polvorín" que podía estallar en cualquier momento. Además, su manutención ya había costado al gobierno federal más de $ 400 millones.
Clinton y sus asesores decidieron que era el momento para una nueva ronda de conversaciones.
Las charlas, encabezadas por Alarcón y el subsecretario de Estado Peter Tarnoff, se desarrollaron en la segunda quincena de abril en Nueva York y Toronto, en secreto casi absoluto.
El 2 de mayo de 1995 se anunció el nuevo acuerdo. Ocho meses después de que se negara a admitir a los balseros cubanos del 94, la Administración Clinton los aceptaba, previo procesamiento caso por caso. En la primera referencia oficial al cambio de política la fiscal general Reno describió a los cubanos como "inmigrantes ilegales" en lugar de "refugiados políticos".
A seguidas del anuncio el gobierno de Clinton hizo saber que se opondría a la ley Helms-Burton, y que a la nueva política migratoria acordada con Cuba "podrían seguir compromisos en otros ámbitos de interés común, como la lucha contra las drogas o los problemas ambientales". También se hizo pública una voluntad de reducir gradualmente las sanciones al gobierno de Castro mediante “pasos cuidadosamente calibrados, en respuesta a cambios significativos e irreversibles en Cuba".
La Fundación Nacional Cubano Americana calificó estas decisiones políticas como “un segundo Bahía de Cochinos”, aludiendo a la decisión de John F. Kennedy de no apoyar en el último minuto con la Fuerza Aérea a los invasores rodeados.
Clinton finalmente apoyó la Helms-Burton dos años más tarde, apremiado por Mas Canosa tras el derribo en aguas internacionales, por MiGs cubanos, de dos avionetas civiles de la organización humanitaria Hermanos al Rescate.
La autoridad presidencial que revirtió la política de acoger en Estados Unidos a todos los cubanos, llegaran como llegaran, no fue suficiente para derogar la Ley de Ajuste Cubano de 1966 que otorga a los procedentes de la isla comunista beneficios especiales, incluida la residencia al año y un día. Pero sí estableció una especie de partición de las aguas.
Como explicó el subsecretario Tarnoff durante una audiencia congresional dos semanas después de anunciarse el acuerdo de mayo de 1995, este establecía "que los inmigrantes cubanos rescatados en el mar durante intentos por llegar a Estados Unidos serán devueltos a Cuba, y funcionarios consulares estadounidenses se reunirán con ellos en el muelle y les informarán cómo solicitar venir a los Estados Unidos a través de los mecanismos legales existentes".
:Ea la práctica, a partir de entonces y como en el juego de béisbol, unos serían “safe” y otros ”out”, dependiendo de sus pies: “mojados” (interceptados en el mar) o “secos” (tras pisar territorio estadounidense)
Todavía muchos recuerdan imágenes captadas por la televisión miamense de un balsero cubano, en la línea donde las olas besan la arena de Miami Beach, jugando cabeza con agentes de la Patrulla Fronteriza, y coronando su esfuerzo al lanzarse de bruces a "territorio estadounidense".
Radio Martí: un granito de arena
Tal vez en ningún otro momento de su misión como durante la crisis de los balseros de 1994 fue Radio Martí más eficaz y persistente comunicando a su audiencia cubana la política del gobierno de los Estados Unidos.
En el edificio de la calle 6 del suroeste de Washington D.C, a unas dos cuadras del Museo Aéreo y Espacial, recibíamos regularmente instrucciones que incluían reiterar en nuestros noticieros declaraciones de la Secretaria de Justicia Janet Reno. La Fiscal General advertía en tono rotundo que de ninguna manera se permitiría a los cubanos que se estaban haciendo a la mar en balsas llegar a Estados Unidos.
Fue también entonces que todas nuestras noticias sobre balseros empezaron a llevar una aclaración final: “El gobierno de los Estados Unidos no apoya ni alienta la emigración ilegal, sino una ordenada, segura y por los canales legales que brinda la Sección de Intereses de los Estados Unidos en La Habana”.
Pero si algún papel crucial desempeñó la emisora durante la crisis, fue el de haber salvado probablemente algunas vidas.
En el apogeo de la crisis el Servicio de Guardacostas y la Armada de EE.UU. habían asignado más de 70 navíos a rescatar del mar a los cubanos para después trasladarlos a fragatas que los llevarían a la base de Guantánamo. Las unidades navales estadounidenses, sin embargo, sólo podían acercarse hasta el límite de doce millas de las aguas territoriales cubanas.
Los empleados de Radio Martí en Washington estábamos entonces más cerca de los cubanos de la isla, con los que teníamos contacto telefónico diario, que de los polos de la cubanidad en el exilio. También teníamos un departamento de investigaciones de campo en Miami. A través de esa pequeña oficina nos llegaban las historias de horror de los sobrevivientes de las balsas: los tiburones, la insolación, los desvaríos provocados por la sed y el mareo, las tormentas, los naufragios. Habíamos trabajado por otra parte estadísticas que indicaban que eran menos los que llegaban que los que quedaban por el camino.
De repente ese éxodo lento, a cuentagotas, se había convertido en una marea humana, enfrentada a los mismos peligros, pero indiferente a ellos, en medio de la euforia colectiva por la apertura de otra ventana temporal para huir; esta vez, del infierno del período especial.
Como en una suerte de campo minado líquido, muchos azares acechaban a los que escapaban, en cualquier cosa que flotara, en esas demasiado largas 12 millas territoriales ─casi 20 kilómetros─ que separaban el dienteperro de la costa cubana de los escampavías americanos.
En la redacción de Radio Martí comentábamos estos temas, y sin que mediaran instrucciones, casi instintivamente, nos dedicamos a refrescar en las noticias testimonios de balseros, estadísticas y otros datos que daban la medida real del peligro, y a reiterar en los noticieros noticias escritas y grabaciones frescas que también documentaban la tragedia humana y su espesa cuota de horror.
Después de que la crisis concluyera, recibimos un día una carta de la isla. El autor decía que Radio Martí le había abierto los ojos, y que gracias a la emisora había desistido de lanzarse al mar en el verano del 94.
Preguntado en una ocasión sobre la cantidad de cubanos que participaron en aquel éxodo, el asesor del presidente Clinton para asuntos cubanos, Richard Nuccio, respondió: "Sabemos que recogimos a 30 y tantos mil. Lo que todavía no sabemos es cuántos se ahogaron, cuántos se perdieron en el mar".