Hace aproximadamente un mes (ocurrió el 19 de febrero pasado), al agricultor Erlán Driggs Batista, de Buenaventura, Holguín, le intervinieron insumos de trabajos; entre éstos, materiales químicos y una turbina de agua.
No es la primera vez que ocurre. Desde hace dos años, cuando se incorporó a la Unión Patriótica de Cuba (UNPACU), organización opositora al Gobierno, Driggs Batista está siendo acosado en sus propias tierras. El método se basa en perjudicar sus cosechas utilizando a terceros que se introducen por la noche en las plantaciones, haciendo un daño material –y emocional– muy fuerte.
Driggs Batista, de 47 años de edad, lo narró en otra ocasión para los reporteros de UNPACU, con los tomates picados en las manos. Se le notaba la angustia, más bien la impotencia, al comprobarse solo en aquellas tierras que heredó de su familia; un sustento también para sus hijos cuando tuvo que dejar un oficio anterior, también por acoso. Es informático convertido en agricultor. Pero "su pecado" ha sido, durante los últimos años, enrolarse en la oposición pacífica.
La emoción que le produce hablar de sus hijos le rompe la voz en pedazos. No es para menos.
Su vida ha ido de desgracia en desgracia. Dice que la policía política (lo que en Cuba se conoce como Seguridad del Estado) logró captar a la madre de sus hijos y, mediante el reclutamiento pasivo, la mujer se fue alejando hasta que sobrevino un divorcio.
El programa Contacto Cuba, de Radio Martí, lo entrevistó esta semana para recabar un criterio acerca de la extorsión que están sufriendo campesinos no afines al Gobierno. Campesinos con tierras en usufructo a quienes les retiran su actividad sin mediar documento escrito, y otros, como Erlán, que trabajan en tierras propias.
A él le iba bien con las hortalizas, comenta, hasta que la policía política se enfocó en su vida. Le cuesta recordar nombres de agentes, pero sí habló de un tal Douglas, de Banes. El procedimiento de acoso contempla cambios de policías, para que el esquema de demolición del activista no dé oportunidades de conocer a nadie.
Erlán Driggs se encuentra solo en un proceso que le está destruyendo lentamente. No tiene siquiera un teléfono. La conversación tuvo lugar gracias a una línea suministrada por un familiar cercano.
Él vive con su hijo, Jonathan, de 15 años. Lo cuida y le explica con claridad todo lo que sucede. Según narró Erlán, su hijo tiene que caminar 16 kilómetros diarios para asistir a la escuela, 8 kilómetros por trayecto. En la escuela, para colmo, le hacen mobbing, un sistema de acoso moral muy común hoy en el mundo pero no por razones políticas, como es el caso de Jonathan.
En Cuba, ser hijo de un opositor político es un estigma, nos confirmó el activista de UNPACU.
Lo de su hija Anai es mucho más fuerte de llevar: 10 meses sin verla, viviendo en el mismo municipio. No hay un juez capaz de dictar una custodia compartida cuando se trata de disidentes. Hasta ese punto no llega la judicatura en la isla. Un juez que intervenga, basado en la ley, en el código penal, podría perder su empleo.
Es por esto que el horticultor Erlán Driggs Batista se halla perdido, sin cosecha y sin parte de su familia. No puede demostrar nada en un tribunal ni en la policía más cercana. Sería ignorado.
Los tiempos deben cambiar para que su oficio –cultivar cebollas y tomates– no haga sitio en los planes de la policía política; ya no vender los productos sin licencia, que sería el pretexto de quienes lo vigilan, sino simplemente cultivar en paz.
Aun así, asegura, seguirá sembrando.