Tal como se ha hecho tendencia en los últimos años, las otrora nutridas y animadas “fiestas” cederistas de las noches del 27 de septiembre han pasado a engrosar la lista de efemérides revolucionarias en fase de extinción.
Solo de casualidad, por cuestiones personales, me encontraba haciendo un recorrido por la ciudad el pasado jueves y pude comprobar cómo la mayor apatía ha ganado las cuadras de la capital, sustituyendo con un silencio escandaloso aquellos antiguos festejos en los que los vecinos cederistas compartían en la calle la caldosa elaborada con las piltrafas de la asignación oficial (alguna cabeza de cerdo u otra porción menor), viandas colectadas entre los vecinos, y aderezada gracias al entusiasmo de los revolucionarios del barrio, junto a una torta dulce y el sempiterno y fétido ron a granel.
Nada tan elocuente como esta capital de ahora, oscura y muda, en vísperas de la celebración revolucionaria más popular, la que hasta hace poco congratulaba la fundación de una organización concebida desde el poder para que los cubanos se delataran unos a otros, para consagrar el estado policial de vigilancia al servicio de una dictadura que, como toda autocracia, desprecia a sus seguidores.
Ya nadie engalana las cuadras con cadenetas y banderitas multicolores de papel y apenas algunos pocos fieles que persisten sacan al balcón una bandera cubana, porque durante décadas se les hizo creer que cubano y cederista eran una misma cosa y no se enteran que ahora comienzan a significar justamente lo opuesto.
Las pocas aisladas fogatas que vi eran el patético espectro de los pasados jolgorios, solo el pretexto para que los borrachines de barrio, esos que nadie quiere, se embriagaran gratuitamente a su antojo en plena calle y aplacaran el estómago vacío con un poco de caldo caliente.
Si se hace un breve recuento de los signos, se puede comprobar que todas las manifestaciones masivas que daban valor escénico a la revolución de los Castro han ido desapareciendo: las marchas “combatientes”, los trabajos voluntarios, las guardias cederistas, las donaciones de sangre maratónicas, las regogidas de materia prima y más recientemente estas fiestas.
La decadencia se extiende delatando que la simpatía popular por la dictadura no es espontánea ni gratuita. No sé dónde estaban los revolucionarios habaneros este 27 de septiembre, pero obviamente, comprenden que ya no tienen mucho que celebrar.
Publicado el 1 de octubre en sinEVAsion
Solo de casualidad, por cuestiones personales, me encontraba haciendo un recorrido por la ciudad el pasado jueves y pude comprobar cómo la mayor apatía ha ganado las cuadras de la capital, sustituyendo con un silencio escandaloso aquellos antiguos festejos en los que los vecinos cederistas compartían en la calle la caldosa elaborada con las piltrafas de la asignación oficial (alguna cabeza de cerdo u otra porción menor), viandas colectadas entre los vecinos, y aderezada gracias al entusiasmo de los revolucionarios del barrio, junto a una torta dulce y el sempiterno y fétido ron a granel.
Nada tan elocuente como esta capital de ahora, oscura y muda, en vísperas de la celebración revolucionaria más popular, la que hasta hace poco congratulaba la fundación de una organización concebida desde el poder para que los cubanos se delataran unos a otros, para consagrar el estado policial de vigilancia al servicio de una dictadura que, como toda autocracia, desprecia a sus seguidores.
Ya nadie engalana las cuadras con cadenetas y banderitas multicolores de papel y apenas algunos pocos fieles que persisten sacan al balcón una bandera cubana, porque durante décadas se les hizo creer que cubano y cederista eran una misma cosa y no se enteran que ahora comienzan a significar justamente lo opuesto.
Las pocas aisladas fogatas que vi eran el patético espectro de los pasados jolgorios, solo el pretexto para que los borrachines de barrio, esos que nadie quiere, se embriagaran gratuitamente a su antojo en plena calle y aplacaran el estómago vacío con un poco de caldo caliente.
Si se hace un breve recuento de los signos, se puede comprobar que todas las manifestaciones masivas que daban valor escénico a la revolución de los Castro han ido desapareciendo: las marchas “combatientes”, los trabajos voluntarios, las guardias cederistas, las donaciones de sangre maratónicas, las regogidas de materia prima y más recientemente estas fiestas.
La decadencia se extiende delatando que la simpatía popular por la dictadura no es espontánea ni gratuita. No sé dónde estaban los revolucionarios habaneros este 27 de septiembre, pero obviamente, comprenden que ya no tienen mucho que celebrar.
Publicado el 1 de octubre en sinEVAsion