La intentona golpista quedó sellada por un rotundo “Por ahora”, con el que Chávez reconocía la derrota de los militares agrupados en el clandestino movimiento bolivariano, gestado en los cuarteles.
Ese mismo día pero 30 años atrás, el 4 de febrero de 1962, Fidel Castro daba lectura en la Plaza de la Revolución de La Habana a la llamada Segunda Declaración de La Habana. Fue un kilométrico discurso ante una multitudinaria concentración de cubanos, que por aquellos tiempos, deliraban con las fantasías de su Máximo Líder.
Hugo Chávez fue otra fantasía fallida de Fidel. Su profética aparición en el escenario político latinoamericano llegó con tres décadas de atraso. Por la vía de los votos no de las balas.
Quizás Fidel lo ve de otra manera. En junio de 1999, durante la primer Cumbre Unión Europea-Latinoamérica y El Caribe celebrada en Rio de Janeiro fui testigo de la capacidad histriónica de Fidel en su relación con Chávez.
Fidel entró como una tromba al vestíbulo del hotel Othon Palace, rodeado de guardaespaldas. Chávez se levantó para saludarlo pero Fidel lo detuvo en seco, casi con una orden, mientras caminaba hacia él con los brazos abiertos: “No, es la revolución cubana la que avanza hacia la revolución bolivariana”, dijo. El rostro de Chávez resplandecía como el sol. Como cuando lo recibió por primera vez en La Habana en 1994.
Y es que cuando Fidel leía la Segunda Declaración de La Habana, Hugo correteaba por su natal Sabaneta de Barinas, a sus 8 años de edad. Quizás la coincidencia de las fechas no sea más que eso: una mera coincidencia del destino. Quizás no. Tal vez el Movimiento Bolivariano Revolucionario, se nutrió en las sombras de los cuarteles con las fantasías doctrinales del castrismo.
La Segunda Declaración de La Habana, es un mamotreto ideológico y doctrinal, en el cual el castrismo sentó las argumentos de la subversión que desató a partir de entonces en Latinoamérica y el Caribe, al costo de miles de vidas: “El deber de todo revolucionario es hacer la revolución¨, sentenció el Comandante en Jefe y empezó la guerra.
Fidel puso de cabeza en ese documento la teoría marxista-leninista que sacraliza a la clase obrera como motor de la revolución. Le otorgó ese rol a los campesinos, a los indios, a los intelectuales, a la clase obrera y a sectores militares, en ese orden riguroso. En Moscú se rasgaron las vestiduras y en Pekín lo escucharon con asombro. Lo demás es una discusión doctrinal, pasada de moda. Es historia, y en este espacio no hay lugar para discutirla.
Nada de lo que Fidel predijo entonces se cumplió. La región ha marchado por otros derroteros. Los gobiernos de izquierda que hoy existen en algunos países latinoamericanos, llegaron al poder por los votos no por las balas.
Chávez fue la excepción. Una excepción que en este caso no confirma ninguna regla. Chávez ha sido para Fidel una confirmación excepcional de sus fantasías revolucionarias, igual que en su momento la vaca Ubre Blanca, justificó sus experimentos genéticos, hasta que murió ahogada en un maratónico ordeño cotidiano. Ambos han sido irrepetibles. Por ahora Chávez todavía sobrevive.
Publicado en El Timbeke el 3 de febrero del 2013
Ese mismo día pero 30 años atrás, el 4 de febrero de 1962, Fidel Castro daba lectura en la Plaza de la Revolución de La Habana a la llamada Segunda Declaración de La Habana. Fue un kilométrico discurso ante una multitudinaria concentración de cubanos, que por aquellos tiempos, deliraban con las fantasías de su Máximo Líder.
Hugo Chávez fue otra fantasía fallida de Fidel. Su profética aparición en el escenario político latinoamericano llegó con tres décadas de atraso. Por la vía de los votos no de las balas.
Quizás Fidel lo ve de otra manera. En junio de 1999, durante la primer Cumbre Unión Europea-Latinoamérica y El Caribe celebrada en Rio de Janeiro fui testigo de la capacidad histriónica de Fidel en su relación con Chávez.
Fidel entró como una tromba al vestíbulo del hotel Othon Palace, rodeado de guardaespaldas. Chávez se levantó para saludarlo pero Fidel lo detuvo en seco, casi con una orden, mientras caminaba hacia él con los brazos abiertos: “No, es la revolución cubana la que avanza hacia la revolución bolivariana”, dijo. El rostro de Chávez resplandecía como el sol. Como cuando lo recibió por primera vez en La Habana en 1994.
Y es que cuando Fidel leía la Segunda Declaración de La Habana, Hugo correteaba por su natal Sabaneta de Barinas, a sus 8 años de edad. Quizás la coincidencia de las fechas no sea más que eso: una mera coincidencia del destino. Quizás no. Tal vez el Movimiento Bolivariano Revolucionario, se nutrió en las sombras de los cuarteles con las fantasías doctrinales del castrismo.
La Segunda Declaración de La Habana, es un mamotreto ideológico y doctrinal, en el cual el castrismo sentó las argumentos de la subversión que desató a partir de entonces en Latinoamérica y el Caribe, al costo de miles de vidas: “El deber de todo revolucionario es hacer la revolución¨, sentenció el Comandante en Jefe y empezó la guerra.
Fidel puso de cabeza en ese documento la teoría marxista-leninista que sacraliza a la clase obrera como motor de la revolución. Le otorgó ese rol a los campesinos, a los indios, a los intelectuales, a la clase obrera y a sectores militares, en ese orden riguroso. En Moscú se rasgaron las vestiduras y en Pekín lo escucharon con asombro. Lo demás es una discusión doctrinal, pasada de moda. Es historia, y en este espacio no hay lugar para discutirla.
Nada de lo que Fidel predijo entonces se cumplió. La región ha marchado por otros derroteros. Los gobiernos de izquierda que hoy existen en algunos países latinoamericanos, llegaron al poder por los votos no por las balas.
Chávez fue la excepción. Una excepción que en este caso no confirma ninguna regla. Chávez ha sido para Fidel una confirmación excepcional de sus fantasías revolucionarias, igual que en su momento la vaca Ubre Blanca, justificó sus experimentos genéticos, hasta que murió ahogada en un maratónico ordeño cotidiano. Ambos han sido irrepetibles. Por ahora Chávez todavía sobrevive.
Publicado en El Timbeke el 3 de febrero del 2013