Aunque Granma, el diario oficial del gobierno cubano durante el medio siglo más cercano dedicó el martes dos de sus páginas a reseñar la reciente reunión de su Consejo de Ministros, un solo párrafo del periódico—¡el último de la información!— pareció despertar de su letargo a la población de la Isla.
Aburrida de tanta frase vacía en su vida diaria (Lineamientos… programa nacional de medicamentos… cooperativas no agropecuarias… cuentas por cobrar y por pagar…) la población de Cuba reaccionó con algún interés a la brevísima nota en referencia al tema del deporte.
Lean: “En la reunión del Consejo de Ministros fue aprobada además, la política de remuneración a los atletas, entrenadores y especialistas del deporte; así como el perfeccionamiento de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, temas sobre los que se darán más detalles en próximas ediciones” (sic).
Ciertos pasos de acercamiento al deporte profesional —tan tímidos como inéditos dentro de la nación cubana posterior a 1959— han desbordado el optimismo de algunos, y aun publicaciones internacionales de mucho prestigio se refieren a una hipotética contratación libre de jugadores de béisbol.
Alto a la ingenuidad.
Que tres peloteros en activo en Cuba hayan sido contratados durante el verano por los Piratas de Campeche, en México, no es una autorización sino una designación.
Me explico: que sea un equipo mexicano en particular, y no cualquier equipo (allí lanzó antes Pedro Luis Lazo, pero después de retirarse de su natal Pinar del Río) es una señal de buenas relaciones entre la gerencia de Piratas y el gobierno cubano; y que tres criollos hayan incursionado este año (Alfredo Despaigne, Yordanis Samón y Michel Enríquez) no es el fruto de la solicitud personal de cada uno, sino del plumazo de las autoridades de La Habana, tomando como conejillos de indias a hombres de confianza en términos de lealtad política.
Que tres peloteros ganen alguna plata en el extranjero es una gota de agua en el océano de las Series Nacionales de Cuba, allí donde cada año participan no menos de 400 jugadores. Cuándo llegará mi turno, si es que llega algún día, se preguntarán los 397 restantes.
Así, mientras el Granma del martes mantenía aún fresca la tinta de la imprenta, el laberinto de internet proclamaba la escapada de la Isla de otro hombre del equipo Cuba, el pitcher Raciel Iglesias. Nada va a parar ese flujo mientras el valor de un atleta cubano se establezca desde la oficina de un funcionario del Partido Comunista y no en un terreno de juego, poniendo a prueba sus cualidades físicas.
Que los 16 equipos del campeonato cubano tendrían cabida en las Grandes Ligas de Estados Unidos sería la afirmación propia de un lunático. Pero que hoy mismo 30, 40 u 80 de los 400 hombres que jugarán desde el 3 de noviembre desde San Antonio a Maisí estarían al alcance, -en cualquier liga del planeta--, de una negociación más o menos lucrativa, es una posibilidad totalmente cuerda.
Mientras tanto, los cambios prometidos en Cuba continúan moviéndose a paso de tortuga, llegarán nuevos capítulos de la retórica antimperialista si a la Isla se le veta finalmente el regreso a la Serie del Caribe --de donde mismo se ausentaron por decisión de Fidel Castro--, y más nombres se sumarán a la lista de aquellos que aparecen, como por arte de magia, en otros terrenos del universo beisbolero.
Entonces, como la vaca del viejo chiste, los campeonatos cubanos no darán leche. Darán lastima.
Aburrida de tanta frase vacía en su vida diaria (Lineamientos… programa nacional de medicamentos… cooperativas no agropecuarias… cuentas por cobrar y por pagar…) la población de Cuba reaccionó con algún interés a la brevísima nota en referencia al tema del deporte.
Lean: “En la reunión del Consejo de Ministros fue aprobada además, la política de remuneración a los atletas, entrenadores y especialistas del deporte; así como el perfeccionamiento de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, temas sobre los que se darán más detalles en próximas ediciones” (sic).
Ciertos pasos de acercamiento al deporte profesional —tan tímidos como inéditos dentro de la nación cubana posterior a 1959— han desbordado el optimismo de algunos, y aun publicaciones internacionales de mucho prestigio se refieren a una hipotética contratación libre de jugadores de béisbol.
Alto a la ingenuidad.
Que tres peloteros en activo en Cuba hayan sido contratados durante el verano por los Piratas de Campeche, en México, no es una autorización sino una designación.
Me explico: que sea un equipo mexicano en particular, y no cualquier equipo (allí lanzó antes Pedro Luis Lazo, pero después de retirarse de su natal Pinar del Río) es una señal de buenas relaciones entre la gerencia de Piratas y el gobierno cubano; y que tres criollos hayan incursionado este año (Alfredo Despaigne, Yordanis Samón y Michel Enríquez) no es el fruto de la solicitud personal de cada uno, sino del plumazo de las autoridades de La Habana, tomando como conejillos de indias a hombres de confianza en términos de lealtad política.
Que tres peloteros ganen alguna plata en el extranjero es una gota de agua en el océano de las Series Nacionales de Cuba, allí donde cada año participan no menos de 400 jugadores. Cuándo llegará mi turno, si es que llega algún día, se preguntarán los 397 restantes.
Así, mientras el Granma del martes mantenía aún fresca la tinta de la imprenta, el laberinto de internet proclamaba la escapada de la Isla de otro hombre del equipo Cuba, el pitcher Raciel Iglesias. Nada va a parar ese flujo mientras el valor de un atleta cubano se establezca desde la oficina de un funcionario del Partido Comunista y no en un terreno de juego, poniendo a prueba sus cualidades físicas.
Que los 16 equipos del campeonato cubano tendrían cabida en las Grandes Ligas de Estados Unidos sería la afirmación propia de un lunático. Pero que hoy mismo 30, 40 u 80 de los 400 hombres que jugarán desde el 3 de noviembre desde San Antonio a Maisí estarían al alcance, -en cualquier liga del planeta--, de una negociación más o menos lucrativa, es una posibilidad totalmente cuerda.
Mientras tanto, los cambios prometidos en Cuba continúan moviéndose a paso de tortuga, llegarán nuevos capítulos de la retórica antimperialista si a la Isla se le veta finalmente el regreso a la Serie del Caribe --de donde mismo se ausentaron por decisión de Fidel Castro--, y más nombres se sumarán a la lista de aquellos que aparecen, como por arte de magia, en otros terrenos del universo beisbolero.
Entonces, como la vaca del viejo chiste, los campeonatos cubanos no darán leche. Darán lastima.