"¡Siéntate bien!" –ordenó "Número Uno".
"Estoy cómodo así, gracias" –respondí.
"¡Pero tú no viniste aquí a estar cómodo!" –remató, y por una vez estuvimos de acuerdo en algo Uno y yo: no estaba cómodo. Era el Día de los Derechos Humanos, que en Cuba es una fecha luctuosa, y una turba de agentes vestidos de civil me había detenido junto a otros periodistas, al igual que a decenas de activistas independientes.
Fui sacado por la fuerza del ómnibus en el que regresaba a la redacción luego de tomar fotografías en pleno Vedado, y también despojado de mi teléfono móvil, al que además le borrarían la información.
Me metieron en un patrullero que estacionó en la esquina de 21 y L, donde me trasladaron a otro ómnibus lleno de policías de uniforme en el parque de 21 y H. De ahí, otra vez acompañado por agentes de civil que me llevaron en un carro particular, fui a parar a la estación de Aguilera, un viejo cuartel de los tiempos de la policía batistiana.
Obvio que nadie se siente cómodo si lo vapulean así. Durante todo mi viaje hasta los calabozos de Aguilera me mantenían sin esposar, quizá esperando de mí alguna reacción violenta para, entonces, caerme a golpes ahí mismo o para luego insinuar que soy uno de ellos y por eso "me estaban tratando bien". Así funcionan estos segurosos, que además hablaron de los "accidentes" que han ocurrido por no esposar a los detenidos. "Esto que estoy cometiendo yo es una violación del procedimiento", dijo el hombre al lado mío, en el asiento trasero del Geely. Cierto: es una violación que unos desconocidos secuestren a un ciudadano libre.
Volviendo a la escena del interrogatorio, ahí estoy ya junto al par de sicarios que compartieron conmigo ese 10 de diciembre. Los describo: "Número Uno" es más viejo y se hace llamar Javier. Su supuesto cargo de Teniente Coronel lo dejó caer "Número Dos", quien antes se había identificado como "capitán Ricardo" y es bastante más joven.
Cuando me subieron a la sala de interrogatorios, Dos me estaba esperando y comenzó muy mal su intervención. Me llamó "niñito malcriado" e "ingeniero frustrado". Uno llegó después, autoritario y aún más desagradable, su cabeza pulida por un esplendoroso rapado natural. "¡Siéntate bien!" habían sido casi sus primeras palabas dirigidas a mí, pues la fase inicial de la coreografía del interrogatorio fue la intimidación o el intento por delimitar autoridades.
En vistas de que sólo se me permitiría hablar cuando ellos quisieran, intenté permanecer callado la mayor parte del tiempo. Deseaba que terminaran su diatriba lo antes posible. Uno me dijo, entre otras cosas, que aprendiera "a escuchar" y dejara la "tezudez" –quiso decir "tozudez" –. Dos insistía con que "tienes problemas, tienes problemas, tienes problemas". La coreografía estaba en su fase dos: la informativa-educativa.
En esa parte del baile Uno salió de la habitación, luego entró para interrumpir a Dos, y luego salió otra vez. El acto tercero fue cuando Uno interrumpió de nuevo a su subordinado, del cual no recuerdo mucho su discurso, y dijo desde la puerta abierta en un tono paternal y severo: "Tu hermano... vino a buscarte", concluyendo con que "pronto te vamos a liberar".
Antes de describir el cuarto acto de la coreografía, el de la amenaza, se me hace imperioso aclararle algo a estos tipos: Es bueno que sepan que no me tienen que "liberar", sencillamente porque ya yo soy libre. La libertad, más que deambular por una isla esclava y una ciudad ruinosa que individuos como mis interrogadores vigilan y aterrorizan, es un estado de gracia.
Ellos son menos libres que yo porque obedecen órdenes, y porque sienten la necesidad de detener a quien piensa diferente para tratar de demostrar que son más fuertes. Pero es fácil ver que están muertos de miedo, pues cuando despliegan su pequeño poder prestado –en este país los poderosos de verdad no son ellos, sino sus jefes–, sólo demuestran lo mucho que les asusta que un diminuto grupo de gente pacífica como yo piense y se exprese diferente.
Cuidado con el miedo, oficiales, que tiene doble filo. El acto de la amenaza en su interrogatorio sirvió para reafirmar mi convencimiento de que ya no habrá vuelta atrás. Podrán amenazarme a mí y a mi familia, que yo continuaré escribiendo mientras tenga con qué.
Realmente no me han dejado otra opción. Sólo espero que para la próxima coreografía hayan ensayado su danza macabra un poco más y se hayan estudiado mejor el libreto.
(Publicado originalmente en 14ymedio el 12/12/2014)