Disentir públicamente en una autocracia como la de los Castro es un acto de valor incuestionable. No creo que ningún opositor pacífico o periodista independiente tenga madera de mártir. Pero en cada denuncia exigiendo democracia y respeto por los derechos políticos y económicos en su país, los disidentes transitan por un campo minado.
Que va desde una paliza, linchamientos verbales de corte fascista y la amenaza real de ser sancionado a muchos años de cárcel. La historia de la disidencia cubana es tan larga como la revolución de Fidel Castro.
Los métodos han variado. Pero no el propósito: que Cuba se convierta en una nación democrática. Los verdaderos artífices de las tímidas reformas que implementa el General Raúl Castro son los disidentes y periodistas independientes.
Antes que el régimen de los hermanos de Birán diseñara reformas económicas, la ilegal oposición pacífica demandaba aperturas en pequeños negocios, el sector agrario y la derogación del apartheid en el ámbito informativo, tecnológico o turístico que convertía al cubano en ciudadano de tercera clase.
No fue el presidente Raúl Castro y su séquito de tecnócratas encabezados por el zar de las reformas económicas, Marino Murillo, los primeros en demandar cambios en la vida nacional. No. Cuando Castro I gobernaba la isla cual si fuese un campamento militar, los actuales ‘reformistas’ ocupaban puestos más o menos relevantes dentro del gobierno y las fuerzas armadas.
Ninguno alzó su voz públicamente para exigir reformas. Nadie dentro del establishment se atrevió a escribir un artículo pidiendo transformaciones inmediatas de corte económico o social.
Si tales cuestiones se discutían en reuniones del Consejo Estado, los ciudadanos no nos enteramos. La aburrida prensa nacional jamás publicó una nota editorial sobre el rumbo o los cambios que debía emprender Cuba. Quizás la iglesia, en alguna carta pastoral, con tono mesurado, abordó ciertas aristas. Los intelectuales que hoy se nos presentan como políticos de una izquierda moderna también callaban.
Quien sí levantó la voz públicamente fue la disidencia interna y gran parte del exilio cubano.
A fines de los 70, cuando Ricardo Bofill fundó el Comité Pro Derechos Humanos, además de reivindicar cambios en materia política y respeto por las libertades individuales, demandaba aperturas económicas y transformaciones jurídicas en el derecho a la propiedad.
A raíz del surgimiento de la prensa independiente en 1995, se pudieran imprimir varios tomos de artículos reclamando mayor autonomía económica, política y social en la vida de los cubanos.
Si algo no ha faltado en la disidencia son programas políticos. Gran cantidad de documentos se han lanzado en los últimos 45 años, uno detrás del otro. Y todos, desde los redactados en la etapa de Bofill, pasando por La Patria es de Todos de Martha Beatriz, Vladimiro Roca, René Gómez Manzano y Félix Bonne, el Proyecto Varela de Oswaldo Payá hasta La Demanda por otra Cuba de Antonio Rodiles o Emilia de Oscar Elías Biscet, han reclamado más libertades ciudadanas.
A la oposición local se le puede criticar por su escaso margen de maniobra dentro de la comunidad. Pero no debemos soslayar sus méritos indudables en la petición de reivindicaciones económicas y políticas.
Las actuales reformas económicas establecidas por Castro II dan respuesta a varias demandas medulares planteadas por la disidencia. No pocos opositores sufrieron golpizas, acosos y encarcelamientos por reclamar algunos de los actuales cambios que el régimen pretende anotarse como sus triunfos políticos.
Las derogaciones de absurdas prohibiciones como la venta de casa y autos, viajes al extranjero o acceso a internet, han sido un discurso permanente dentro las propuestas disidentes.
No podemos pasar por alto que mientras en una época el temor, conformismo o indolencia colocaban un zipper en la boca a mucha gente, un grupo de compatriotas exigían reformas y libertad de expresión a riesgo incluso de sus vidas.
Actualmente, mientras el debate de algunos intelectuales cercanos al régimen se centra en el aspecto económico, como si los derechos políticos no fueran también inalienables, los opositores continúan reivindicando aperturas políticas.
Ellos pudieron ser abuelos que cuidaban de sus nietos. O funcionarios del Estado que discurseaban sobre la pobreza y la desigualdad, manteniendo dos comidas al día, autos con choferes y viajando por medio mundo en nombre de la revolución.
Decidieron apostar por la democracia. Pero esa dosis de heroísmo indudable que significa levantar la voz en una sociedad autocrática, no puede soslayar las sombras de nuestra disidencia.
La corrupción, nepotismo, falta de transparencia y el absurdo 'finquismo' personal en el que se transforman casi todos los proyectos opositores debiera acabar. Los involucrados en un cambio democrático en Cuba saben de lo que hablo.
Entre los disidentes, se ha vuelto habitual conversar sobre tropelías, tráfico de influencias y robos de dinero de algunos líderes disidentes. Ocurre que opositores al frente de asociaciones o grupos, rehúyen contestar acerca del dinero, la cifra que reciben y cómo la administran.
Tratan el tema monetario como si fuese 'secreto de estado'. Pero las financiaciones de ONGs gubernamentales o privadas, son asunto público en Estados Unidos y Europa. No es difícil averiguar las cantidades y los nombres de las personas o grupos a los cuales van destinados.
Hay varias reglas que debieran cambiar, para que en el futuro la disidencia en Cuba no se transforme en partidos e instituciones corruptas.
La primera: la cantidad de dinero recibida debiera ser del conocimiento de cada uno de los integrantes del grupo, asociación o proyecto.
La segunda: por mayoría de votos, se debiera decidir de qué forma se debe gastar o priorizar esos fondos.
La tercera: las decisiones del grupo también debieran ser consensuadas. Sea un viaje al extranjero de capacitación o para hacer lobby político o el ingreso de un nuevo miembro.
La cuarta: las críticas abiertas a los métodos de dirección o estrategias no debieran ser óbice para expulsar de manera arbitraria a un miembro.
En grupos disidentes están ocurriendo otros fenómenos negativos y preocupantes. Como el manejo de fondos al libre albedrío del líder o jefe y declararle guerras sucias a otros grupos con la intención de ningunear y destrozar sus planes.
En los últimos tiempos, se han creado movimientos que parecen empresas familiares o clanes de mafiosos leales a un capo. Hay opositores que se han convertido en 'agentes de viajes' y con una estancia en el extranjero, 'premian' a sus socios más incondicionales. Otro giro de 180 grados que debiera hacer la oposición es de carácter estratégico. Trabajar para la comunidad. Sus mejores aliados políticos son sus vecinos en el barrio.
Los cubanos están disgustados con el estado de cosas. Se debiera capitalizar ese enojo. Los logros de disidentes al estilo de Antonio Rodiles, Manuel Cuesta Morúa, Martha Beatriz, Elizardo Sánchez o José Daniel Ferrer, no debieran ser terreno fértil para la formación incipiente de un caudillismo de nuevo tipo. Creo que estamos a tiempo de atajarlo.