En el otoño de 2004, Fidel Castro se presentó en el antiguo teatro Blanquita de Miramar, hoy Karl Marx, con su peor faceta: la del cinismo. En el estrado, el dictador había apilado una colección de cachivaches construídos por el ingenio popular, intentando paliar sus precarias necesidades materiales.
Castro, con tono didáctico, puntero en mano, mostraba los anacrónicos ventiladores caseros, neveras criollas y hornos eléctricos improvisados que utilizaba un segmento considerable de la empobrecida familia cubana.
El público selecto, compuesto por funcionarios del gobierno, diputados del aburrido parlamento y entorchados generales, reían las impertinencias de Fidel Castro, soslayando que la mayoría de los cubanos vivía entre carencias, promesas incumplidas y racionamientos por culpa precisamente de ese hombre con botines de cuero y vestido con su omnipresente casaca militar.
Fue la última cruzada en política local de Castro como gobernante. El comandante único la denominó Revolución Energética. Un plan emergente que elevaría la capacidad energética del país y eliminaría los constantes apagones programados.
Ya en 2002, el experto alemán en tecnologías de ahorro energético, Dieter Seifried había recomendado a las autoridades cubanas la sustitución de los equipos de refrigeración altamente consumidores. Eso, dijo, permitiría elevar la eficiencia energética del país. En 2004 el azote de un huracán y la obsolescencia de las centrales térmicas le dieron la razón.
Cuba emprendió su política energética dirigida personalmente por Fidel Castro. En tres años, la Isla reemplazó, por equipos más eficientes, 2,5 millones de refrigeradores, 9 millones de bombillos incandescentes, 1,04 millones de ventiladores, 230 mil televisores, 268 mil bombas de agua y 266 mil equipos acondicionadores de aire.
Las familias tuvieron que pagar a crédito -aún muchas le deben al banco millones de pesos- el equivalente de 300 dólares por un refrigerador chino de pésima factura y televisores de tubos catódicos. A cambio se debían entregar los añejos electrodomésticos, que después fueron exportados como chatarra industrial.
Se pudo apostar por invertir fuertemente en las energías renovables. Pero con los petrodólares que giraba el gárrulo mandatario Hugo Chávez desde Miraflores, se optó por incrementar las plantas combinadas de gas y crear baterías en línea de generadores eléctricos.
No importaba el daño a la salud ni al medio ambiente. Eran órdenes de Fidel Castro. Y sus órdenes no se discutían. Un tiempo después, el 31 de julio de 2006, se enfermó y renunció como presidente. Designó a dedo a su hermano Raúl.
Castro I gobernó el país durante 47 años. En su agitada vida política fue un terremoto y un cambiacasacas. En su etapa de estudiante de bachillerato, recordaba una nota del periódico comunista Hoy, estuvo tres horas hablando sandeces, tratando de demostrar las bondades de la educación privada sobre la pública.
Se sospecha que fue un gánster estudiantil. Su ambición por el poder lo llevó a utilizar subterfugios por su interés de ser elegido presidente de la Federación Estudiantil Universitaria. Sin éxito, buscó apoyo político en el Partido Ortodoxo. Pero Eduardo Chibás, su presidente, le huía como el diablo a la cruz. Una tarde logró colarse en su oficina, y Chibás, irritado, le dijo a su secretaria Conchita Fernández: “No me deje pasar a ese pandillero a la oficina”.
Desde luego que tenía talento. Era capaz de debatir de cualquier tema con solo haberse leído un libro. Tenía don de líder. Su ideología nunca estuvo clara.
Cuando llegó al poder, aseguraba que siempre fue comunista. Sus primeras lecturas políticas, además de El Príncipe de Maquiavelo, fueron de autores fascistas. A raíz del ataque al Cuartel Moncada en Santiago de Cuba, el 26 de julio de 1953, el Partido Socialista Popular tildó el asalto de "golpe putschista y pequeño burgués".
Hasta que se demuestre lo contrario, a pesar de la fatídica estrategia militar de Batista, Fidel Castro evidenció dotes de guerrillero al ganar la contienda con poco más de 300 hombres en armas. Gústenos o no, venció a un ejército con diez veces más hombres, armas, artillería y aviación. El joven barbudo fue capaz de salir airoso en la desigual batalla.
Si Fidel Castro hubiera llevado a la práctica el proyecto de nación que repetidamente planteaba en su narrativa, probablemente hoy fuera un prócer nacional indiscutido, tal vez al nivel de José Martí. Pero las mieles del poder lo embriagaron.
Fundó un Estado marxista y totalitario. En octubre de 1962, en una carta le pidió a Jruschov que asestara el primer golpe nuclear. Su irresponsabilidad política lo llevo a diseñar planes de subversión en África y América Latina. Jamás, excepto los voluntarios en la Guerra Civil Española (1936-1939), combatientes cubanos pelearon fuera de la Isla.
En la economía cosechó fracaso tras fracaso. Se pueden compilar varios tomos de sus mentiras, falsas promesas y proyectos faraónicos en materia económica. De azucarera mundial, Cuba pasó a importar azúcar. Se redujo a la mitad el número de cabezas de ganado. Y la agricultura, a pesar de miles de hectáreas de tierras cultivables, es incapaz de producir los alimentos necesarios.
Si me preguntan sobre sus logros, creo que la construcción de presas después del huracán Flora en 1963, fue una política hidráulica necesaria. El sistema de salud pública estuvo bien concebido desde sus inicios, aunque ahora mismo se encuentra en franco retroceso. La educación es gratuita y está al alcance de todos, pero altamente doctrinaria. Y quienes disienten abiertamente no pueden acceder a las universidades.
Resumiendo. En sus 47 años de gobierno, ni proponiéndoselo, una persona pudo causar tantos destrozos.
Raúl Castro es un personaje diferente. Siniestro, cuando hizo falta fusilar a sus adversarios no le tembló la mano. Conspirador mayúsculo (ha estado detrás de cada purga), pero pragmático.
Es una exageración del lamebotas de Eusebio Leal presentar a Raúl como un líder valiente durante el asalto al Moncada y un general excelso. Ni lo uno ni lo otro. La misión de su grupo el 26 de julio de 1953, donde fue un soldado más, era tomar el Palacio de Justicia y desde su azotea apoyar la acción principal.
Por ética o vergüenza, Raúl Castro debió publicar una nota en el periódico Granma, desmintiendo la guataconería de Leal en la presentación de una compilación de sus discursos en la pasada Feria del Libro de La Habana. En aquella acción, Castro II no llegó a disparar un tiro. Lo confirmó una posterior prueba de parafina que le realizaron.
Tiene los galones de general de cuerpo porque las autocracias son muy particulares, y a sus hombres fuertes les cuelgan estrellas. Pero Raúl Castro nunca dirigió una batalla importante en Angola o Etiopía. Esos juegos de guerra siempre fueron cosa de Fidel. Sin embargo, Raúl tiene los pies puestos en la tierra.
No es un demócrata, todo lo contrario. Pero ha sabido diseccionar la realidad social y económica de Cuba y trazar una estrategia. Que le ha funcionado a medias. O no le ha funcionado. Como el programa alimentario o la revitalización de la agricultura. Incluso, los famosos Lineamientos, la biblia sagrada de Raúl para encaminar el país a un modelo "próspero y sostenible", han sido un fracaso. Solo se han cumplido el 21 por ciento de sus acápites.
No obstante, en sus doce años de gobierno, supo negociar un trato con Estados Unidos, condonar la mayor parte de la deuda externa y ha servido de mediador entre el Estado colombiano y la guerrilla de las FARC.
Mientras, en la Isla se ha seguido reprimiendo a la disidencia; violando leyes nacionales para impedir que los opositores se puedan presentar como candidatos a delegados del Poder Popular; deteniendo arbitrariamente, decomisando medios de trabajo a periodistas independientes o prohibiéndoles viajar al exterior.
Pero, hasta la fecha, no ha desatado una razzia como la desatada por Fidel Castro en la Primavera Negra de 2003.
Para la mayoría de la gente, Fidel es indescriptible, como el fidelismo, que a ciencia cierta no se sabe qué es. Cuando una persona analiza lo realizado por uno y otro en el plano nacional, Raúl Castro gana por goleada. ¿Por qué? Por haber derogado estúpidas y racistas normativas que impedían a los cubanos viajar al extranjero, vender su casa o su auto y hacer turismo en su patria.
Por supuesto, muchos aspiran a un país mejor. Democracia, calidad de vida, elecciones generales y libertad de expresión. Pero la sensación que se recoge entre la ciudadanía es que Raúl ha sido menos errático que su hermano.
Aunque no tuvo el coraje del general polaco Jaruzelski, de sentar a todas las partes y sepultar el disparatado modelo socialista. Probablemente por eso Raúl Castro se retira.