Con un nivel de insuperable irresponsabilidad, que tiene más de mediático que de confiable; delante del Secretario General de la Organización de Naciones Unidas, y mandatarios de los países garantes y acompañantes, el pasado 23 de Junio se firmó en La Habana, Cuba, el histórico “acuerdo del cese bilateral y definitivo al fuego entre el Gobierno colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia”.
El comandate de las FARC, Rodrigo Londoño Echeverri, alias “Timochenko”, comenzó y terminó su intervención con una misma frase: “que este sea el último día de la guerra”. Eslogan casi calcado al hashtag #elultimodiadeguerra…que, por obra y gracia de la habilidad, en apenas 15 minutos después, apareció en todas las redes sociales y se convirtió en tendencia.
En el marco de la buena intención para solucionar un conflicto, la frase “dejación de las armas” se me hace más cercano a una semántica engañosa que a un verdadero espíritu de unión. Y si a esto le sumamos que - según allegados – a la sombra del evento, algunos de “los guerrilleros” disfrutaron las bondades y la buena compañía de la nocturnidad habanera; me parece el mismo y gastado espectáculo de otras cumbres y reuniones donde el único acuerdo es una próxima fecha para volver a reunirse.
Lo real y muy lamentable, es padecer, en tiempo presente, una clase política arrogante, egoísta y tan farsante que con atmósfera de honor legaliza roturas irreparables en el mundo democrático de hoy.
algunos de “los guerrilleros” disfrutaron las bondades y la buena compañía de la nocturnidad habanera
Lo recién pactado en La Habana significa que en lo adelante se fijen las reglas de juego para un cese al fuego bilateral y definitivo que iniciará 150 días después de firmado el acuerdo final para entregar las armas, y 180 días después, se impondrá el definitivo cese al fuego. Pero en realidad no existe una fecha exacta para esta rúbrica concluyente. El presidente Juan Manuel Santos espera que sea antes del próximo 20 de julio. Los miembros de las FARC se adelantan en asegurar que no se quieren apresurar ni someterse a compromisos; algo que ellos denominan “plazos fatales”. Tanta jerigonza no es precisamente un preámbulo adecuado como para solucionar la beligerancia.
Sí, son muchos años de guerra y cualquier paso dado para evitar tantas muertes y violencia, por lógica estructural, llama la atención. Conocemos que la paz es el deseo básico de todos los colombianos; pero es ingenuo, hasta ilegal, aceptar que la firma de un acuerdo que promete exención a quienes deberían ser juzgados por crímenes de lesa humanidad, transformará el país.
No existe la posibilidad, o al menos yo no la conozco, de legitimar la paz sin aplicar justicia; tampoco sería la primera vez que las FARC incumpla su palabra en términos de un alto al fuego. ¿Por qué entonces “convalidar” a los culpables de una brutal hostilidad que suma la escalofriante cifra de 270 mil personas muertas, 45 mil desaparecidos y más de 7 millones de desplazados internos?